viernes, 17 de octubre de 2014

PARA RECOMENDAR A LOS ESTÁN SIN GRACIA; Y A LOS QUE, ADEMÁS, HAN PERDIDO LA FE.



LO QUE RECOMIENDO A LOS QUE NO ESTÁN OBEDECIENDO A DIOS.

A LOS QUE  NO HAN PERDIDO LA FE, AUNQUE SÍ LA GRACIA. 

La Gracia de Dios se pierde con un sólo pecado mortal; no así la fe. Y al perder la Gracia de Dios la persona no puede vivir la Caridad, el amor de verdad, ya que el amor de verdad es exclusivo de Dios y sólo puede vivirse cuando Dios habita en uno por la Gracia, cuando uno participa de la vida divina.
Es una pena que estando llamados a participar de la vida divina, nos quedemos viviendo la vida meramente natural, sin posibilidad de participar de lo más elevado  en lo que puede participar un ser humano. De todas la obras buenas de verdad, Dios es el autor primario, pero Él, en su infinita bondad, nos brinda el poder colaborar en ellas como autores secundarios. Si no se está en Gracia, todo esto es imposible y no es posible llevar a cabo ninguna obra meritoria de vida eterna; estando en Gracia de Dios sí podemos ser autores secundarios de obras de caridad, y merecer méritos para la vida eterna.
Por eso se dice que el pecado mortal destruye en la persona la caridad, y el pecado venial la debilita.
El permanecer estando sin la Gracia de Dios es estar en un tiempo sin posibilidad alguna de merecer, por lo que hay que apresurarse a salir cuanto antes de este estado, siempre con la ayuda de Dios.
Y para salir del estado sin Gracia de Dios , aún conservando la fe (aunque se trate de una fe muerta), a lo que hay que recurrir es a la Confesión Sacramental, y para ello es fundamental el arrepentirse de los pecados, el arrepentirse, y dolerse de haber cometido un pecado, una ofensa a Dios, un pensamiento, deseo, obra u omisión contrario a la ley eterna, contrario a la verdad, y a la justicia. No se trata, pues, de sólo decir los pecados al confesor (aunque ésta sea una parte imprescindible), sino que hay que arrepentirse. Y para rechazar el pecado, hay que abrirse a la Verdad,  al Bien y a la Justicia, es decir, convertirse.  Una de las formas en las que se demuestra el arrepentimiento es en el propósito de la enmienda. Lógicamente no demuestra arrepentirse el que vuelve a caer en lo mismo con suma facilidad, sobre todo si se trata de cosas graves. Y hay que ir a la raíz de los pecados, ya que en los pecados, siempre se prefiere a la criatura al Creador, siempre se prefiere al Bien de Verdad el pasar un buen rato, o evitarse una dificultad o esfuerzo, o quedar bien con alguien, o no complicarse con alguien. Por eso que uno no puede quedarse en la manifestación externa de lo que hizo, sino que tiene que ir a la raíz, al corazón, a saber que ha elegido el egoísmo, que puede ser en la forma de complacencia a sí o a otros, y no el amor de verdad; y decidirse a elegir el amor de verdad en los siguientes pasos en su vida.   
      Mucha gente no quiere arrepentirse, ya que para arrepentirse hay que humillarse, y hay que decir, lo hice mal, pedir perdón, y proponerse su no repetición. Y no es arrepentimiento el pensar todavía que uno lo hizo bien, o que estuvo totalmente justificado lo que hizo dadas las circunstancias.  Además, como dice el Apóstol, así como la ciencia hincha, la caridad humilla. Hay que humillarse para vivir el amor de verdad, para hacer el bien de verdad, ya que para elegir el Bien, la Verdad, y la Justicia, hay que sobreponerse al amor propio desordenado, a la soberbia, (y sólo se puede uno sobreponer a la soberbia con la Ley de Dios, como decía San Bernardo).

A LOS QUE HAN PERDIDO LA FE, ADEMÁS DE LA GRACIA.
Hasta grados muy avanzados, por la bondad de Dios, sigue quedando siquiera un resquicio de fe, aunque sea en el fondo, y aunque la persona ya manifieste externamente que no cree. La persona, por la infinita Bondad y Sabiduría de Dios, recibe muchos avisos y llamadas en la vida; sufre en la vida muchas situaciones que le obligan a enfrentarse a su realidad, y que le dificultan el seguir viviendo con planteamientos superficiales y falsos.  Si, por ejemplo, la persona, ante un revés en la vida, ante una enfermedad, etc., se atreve a ver lo que Dios, a través de su interior, le dice, podrá acercarse a Dios. Pero, para esto, también se necesita la humildad de reconocer que uno ha estado equivocado, atreverse a reconocer que uno ha perdido el tiempo inútilmente con su egoísmo, el cual no ha servido ni a sí mismo, ni a nadie, sino que, por el contrario, ha hecho daño a todo el mundo, y a sí mismo. Uno tiene que pensar que mejor es haber perdido el tiempo, muchos años o casi toda la vida, que perder la vida entera; siempre hay que pensar que mientras hay vida se puede rectificar. Que si uno no rectifica en esta situación, no por no querer rectificar, la situación va a mejorar, sino que si no se rectifica es posible que uno continúe ciego hasta el final, hasta cuando ya no se pueda rectificar, aunque ahí ya sí que uno se enfrente con la realidad, al terminar lo ilusorio de  esta vida terrena.
De Dios provienen los propósitos de volverse a ÉL, y el ir dando los pasos necesarios, incluida también la Confesión Sacramental. Con la Confesión Sacramental, se recuperaría automáticamente la Fe y la Gracia, y se recuperarian los méritos ganados antes de perder la Gracia.
      Habría que confesarse de todo aquello en lo que uno ha faltado contrario a la Caridad porque hay que saber que todo lo que los Mandamientos de Dios prohíben es porque es contrario al amor de verdad, aunque produzca vanas complacencias, o alimente superficiales intereses.

         No puede creer en Dios, tener fe, el que busca quedar bien ante los otros, no buscando la gloria de Dios, el que no actúa bien, justamente, el que no se encamina a la verdad, a la justicia, el que no vive el amor, ni lo intenta, sino que va a lo suyo, buscando en todo sus particulares intereses, queriendo por ejemplo no tener problemas con nadie, aún a costa de la verdad, del amor y de la justicia, o queriendo pasar un buen rato, sin importarle lo que podría hacer de bueno en ese rato. El que actúa mal es el que no se plantea la vida para hacer el bien de verdad, sino que se dedica a buscar sus intereses, como entretenimiento, quedar bien ante los demás o ante sí mismo superficialmente, etc.
         Es digna de lástima una vida no encaminada por Jesucristo. Piensan que ganan los que piensan en sí mismos, ya que quizá consigan algunos aparentes bienes temporales, como pasar un buen rato, disfrutando quizá con los amigos, haciendo compras, viajando, pero no saben los bienes auténticos y espirituales que se pierden, ya que ven que el que actúa bien tiene que hacer renuncias de cosas algunas aparentemente apetecibles materialmente hablando, pero no ven lo que ellos ganan, a pesar de las persecuciones que tengan que sufrir y algunos otros perjuicios mundanos, materiales, y temporales. No ven tampoco los que van a lo suyo que todos estos perjuicios que tienen que sufrir los buenos, Dios los convierte en bienes, ya que para el justo todo sucede para su bien (esto está prometido por Jesucristo). Está claro que sólo funciona la Doctrina de Jesucristo. El egoísmo no funciona: lo que se obtiene de ello es pasajero, no lleva al bien de verdad; los buenos aparentes ratos pasados o disfrutados abren la puerta al vacío del corazón, al hastío; con el egoísmo uno anda perdido, sin un buen rumbo que le permita orientar bien su vida, o que le permita afrontar bien una situación.