lunes, 26 de septiembre de 2016

Aprovechar la vida ( 26 de septiembre de 2016)


            Uno aprovechará su propia vida si la utiliza para buscar y hacer el bien de verdad. Y para hacer el bien, uno debe evitar guiarse no solo por las apetencias vanas o malas en sí, sino también por  todos los intereses desordenados, en los que, aún buscándose algo que no es malo en sí, se prefiere o antepone  lo menos importante, por necesario que pudiera parecer, a lo más importante; y también se deben evitar, por supuesto, todos los pasos o  medios malos, aunque estuvieran supuestamente dirigidos al mejor de los fines (los pasos malos ya hablan de la necesidad de rectificar o depurar la intención). Y se podrá evitar todo esto, si uno tiene claro el objetivo prioritario que debe dirigir las propias acciones, queriendo hacer en la vida el mayor bien posible, y confiando en que esto solo se conseguirá con pasos buenos en sí mismos,  realizados con un recto fin, sin obsesionarse con resultado alguno (el objetivo tiene que ser bueno y ordenado en sí, así como todos los pasos que conduzcan a él). Y un objetivo prioritario claro facilitará que uno pueda sobreponerse a lo vano que pudiera apetecerle, a lo que creyera que le interesa desordenadamente, o bien a pretender conseguir las cosas de cualquier modo, quizá queriendo incluir pasos o medios malos para conseguir ciertos fines. Y ni que decir tiene que eligiendo lo bueno se ganará en lo fundamental, y no quedará nada de lo necesario sin cubrir.

            Cuando uno renuncia a algo vano o malo porque quiere hacer el bien de verdad, realmente quizá desconozca en ese momento todo el alcance del mal y las malas consecuencias de que se está librando. Es posible que eso vano o malo se presente con su cara más apetecible revistiéndose incluso de algo beneficioso (engañando así mejor que si ya se viese en un primer momento toda la maldad en su crudeza y fealdad,  y la carga de inquietudes, remordimientos, vaciedades, problemas, etc., que el mal sin duda acarrea). 

            Lo malo en sí mismo, lo degradante, lo injusto, hay que desecharlo siempre, aunque se presente de forma agradable, o aunque con ello se pudieran obtener varios beneficios (siempre de un valor inferior a lo que se pierde actuando mal), o incluso aunque se pensase, también engañosamente, que gracias a esa injusticia, y sin cambio de planteamiento alguno, uno iba a poder hacer más bien; el caer en pensar que es necesario cometer una injusticia para hacer el bien  no sería más que un engaño, ya que siempre existe un camino bueno, con todos los pasos buenos en sí mismos, que es el que hay que elegir, aunque se deshagan los planes con los que uno contaba, uno tenga que renunciar a ciertas vanidades o a conseguir (incluso aunque sea para aportar a alguien) ciertos beneficios de orden inferior, etc.

            Uno tiene que ver, en sí mismo, junto con una tendencia al bien, la tendencia hacia lo fácil, cómodo, hacia lo que no le ocasiona problemas con los demás, sino que los complace, hacia lo que hace quedar a uno lucido, etc. Y tiene que verlo precisamente para sobreponerse a ello, lo cual podrá hacer queriendo hacer el bien de verdad.  Y si uno tiene que renunciar a las vanas complacencias o a ciertos intereses desordenados para sí, por hacer el bien de verdad, uno tampoco tiene que fomentar lo vano, desordenado, o poco justo, en nadie, y de ahí surge una cierta dificultad para hacer el bien, ya que hacer el bien a alguien no es fomentar cosas que sencillamente apetecen o interesan particularmente, sino que es buscar el bien de verdad de esa persona, lo cual incluye el que esa persona haga el bien de verdad, actúe justamente, y no que se degrade dejándose llevar por vanos o desordenados intereses. 

            Y no cabe duda de que hacer el bien lleva a actuar con auténtica libertad, ya que de otra manera, uno se deja llevar por lo meramente apetecible, para uno, o para los demás (para no tener problemas superficiales con ellos, sentirse uno superficialmente bien, etc.), y esto lleva a ser esclavo de los demás, y a dejarse manipular por ellos, debido a que uno se hace esclavo, en primer lugar, de las vanas y desordenadas apetencias propias. Y  solo con amor de verdad, con la gracia de Dios, se puede uno sobreponer a estas vanas apetencias que esclavizan. E igualmente puede uno estar esclavizado por guiarse por cosas que no son malas en sí mismas, e incluso que pueden ser ordinariamente necesarias, siendo aquí lo malo el guiarse por ellas fuera del orden debido y anteponerlas a cuestiones más importantes, pudiendo incluso llegar a considerarlas un objetivo prioritario, en vez de guiarse prioritariamente por hacer el bien de verdad. El tener claro el objetivo prioritario facilitará el ver que no se puede incluir nada malo o injusto en sí mismo a la hora de querer conseguir objetivos, que pudieran ser legítimos en su orden. Por ejemplo, no sería bueno el ejercitar uno un trabajo sin ver si dicho trabajo es bueno, y sin plantearse las  posibles consecuencias del mismo para las personas, sino que solo atendiendo al propio interés material. Si la persona se guía por el objetivo de su manutención, como objetivo prioritario en la vida, se hace daño, ya que se rebaja con respecto a su capacidad humana de hacer el bien de verdad, y con ello tenderá a rebajar a los que le rodean, ya que no tenderá a ver al ser humano en su auténtica capacidad de amar, la cual le permite sobreponerse a lo vano y a lo desordenado.  Igualmente a la hora de plantearse cualquier actividad material, uno deberá tener en cuenta si ello puede dañar  valores de rango superior o más importantes. Todo aquello con lo que uno perjudique lo fundamental es siempre malo por muchos “beneficios”, muchos falsos, que se prevean.

            Tener claro un acertado objetivo prioritario en la vida ayuda a poner cualquier otro objetivo bueno en su orden, y a resolver y a afrontar muchos acontecimientos que surgen, como enfermedades o adversidades, al ayudar a no mirarlos desde los propios intereses (vanos o desordenados), sino que pudiendo verlos como una oportunidad para hacer el bien de verdad a todos los implicados, lo cual ayuda a aceptar y a no pretender controlar lo que ya no está en manos de uno, sino que procurando mejorar y rectificar la parte de uno.

lunes, 20 de junio de 2016

AL HACER EL BIEN


         1. GUIARSE COMO PRINCIPAL OBJETIVO  POR LOS BIENES  SUPERIORES O  ESPIRITUALES (lo cual llevará a poner los bienes materiales y espirituales en su orden, nunca anteponiendo los inferiores a los superiores; y a  desechar más claramente las vanidades y lo malo en sí mismo).

 

         A la hora de hacer el bien hay que descartar todo lo que no sea bueno en sí mismo, como alimentar vanidades, cooperar con malas costumbres o con el mal en general, etc.; pero,  además de que lo que se aporte sea bueno en sí (no solo en la superficial apariencia), la aportación de esos bienes, para que sea realmente buena, tiene que ser buena en su orden, no anteponiéndose los bienes de rango inferior como los materiales, a los bienes de rango superior como los espirituales; y para hacer esto adecuadamente, la persona tiene que dirigirse como principal objetivo, en cada una de sus acciones sean del tipo que sean, así como preferiblemente en toda su vida en general, por los bienes auténticos y superiores,  procurando que se dé Gloria a Dios, así como la salvación de las almas, con todo lo que conduce a ello como el que las almas vivan las virtudes sobre todo la principal que es la caridad. El tener este principal objetivo ayudará a anteponer adecuadamente los bienes superiores a los inferiores, así como a anteponer todo esto a lo que tiene que desecharse, como las meras vanidades y vanas complacencias, no buenas, en ningún orden, sino malas.

 

         2. TENER CLARO UN BUEN OBJETIVO PRINCIPAL  COLABORARÁ EN DEPURAR LA PROPIA INTENCIÓN Y OBLIGARÁ A LA ABNEGACIÓN PROPIA.        

 

         El guiarse, como principal o superior objetivo, por el bien de verdad de las personas, del que no perece, por encima de cualquier bien material, temporal, y por supuesto que por encima de cualquier vano interés,  obliga a la persona que brinda la ayuda a sobreponerse a fuertes tendencias  desordenadas propias que pueden surgir a la hora de hacer el bien, como sería la de la vanidad y la soberbia; ya que si uno se guiase por ejemplo solo por lo material, es posible que tuviera que hacer un esfuerzo material, pero, ¿dónde estaría la humillación (al menos en lo que respecta a los más  graves vanos intereses) de la que habla San Pablo refiriéndose a la caridad?; e incluso, al menos en muchos casos, ¿por qué motivo la persecución? En cambio, si uno piensa en el bien de verdad de las personas, esto enseguida le humilla saludablemente, al menos porque aunque suela haber buena demanda tanto de los bienes materiales necesarios, no suele haber tanta demanda de los bienes espirituales por muy necesarios e imprescindibles que estos sean, sino que incluso puede haber rechazo en muchas ocasiones, por considerarlos más bien impedimentos para poder conseguir aquellos bienes materiales que, aunque sean necesarios en su orden, quizá se pretendan desordenadamente, anteponiéndolos a los más importantes; así como por considerar los bienes espirituales, como hacer el bien de verdad, siempre contrarios a los vanos intereses que quizá estén esclavizando.

 

         Al menos por este motivo, para hacer el  bien hay que negarse uno a sí mismo, a los propios intereses vanos o desordenados, y negarse a poner la seguridad en lo material, en donde precisamente no está, por aparente que sea, etc.  Y cuanto más negado esté uno a lo vano y desordenado, más libre y dispuesto estará para actuar en un momento determinado guiado por la caridad. Y ni que decir tiene que al actuar uno bien, más conocimiento tendrá de las propias tendencias desordenadas, así como de las del ser humano en general; en cambio, si no se hace el esfuerzo de actuar bien de verdad, sino que se deja uno llevar por lo que alimenta intereses vanos o desordenados, tanto para uno como para los demás, es posible que no reconozca uno sus propias tentaciones, o no quiera reconocerlas, ya que precisamente son su guía de conducta, al menos en alguna medida, ya que en esto consiste precisamente la ley del mundo, llegando equivocadamente a pensar los que la siguen que ya son naturalmente buenos, sin tener que hacer esfuerzo alguno, y todo siguiendo sus apetencias e intereses temporales.

         Y cuanto más se conozcan estas tendencias desordenadas, mejor se podrán combatir, y se estará más alerta al respecto de ellas, ya sea de las propias, para sobreponerse a ellas, así como para no envanecerse: así como al respecto de las de los demás, ya sea para no verse envuelto en ellas, como también para procurar su superación y mejora,  sin juzgar por supuesto a nadie, lo cual ya no sería labor de uno, sino que procurando mejorar la propia conducta al respecto de todo lo que se vea, procurando no caer en ningún engaño; y si se cae, rectificar (no negándose a reconocer el error), lo cual es posible si se cuenta con la gracia de Dios para ello.

 

         Por supuesto que tener bien claro el principal objetivo por el que uno se guía, no impide, sino todo lo contrario, que uno se provea, dentro de lo racional, de lo material necesario y conveniente, e incluso que lo haga precisamente en un empleo, o trabajo, por ejemplo, en el que más directamente provea de algún bien  material a la sociedad, pero claro está que todo tiene que estar siempre dentro de su orden, teniendo bien claro el objetivo primero o principal, al que se deben supeditar los demás. Y así el bien material que se provea siempre tiene que ser necesario y conveniente, no malo ni injusto, ni perjudicial en sí; y debe proveerse mediante medios igualmente justos en todo el proceso; y, además, la persona siempre tiene que tener bien claras sus prioridades y su objetivo principal, ya que si se diese el caso de tener que elegir entre arriesgarse a ser despedido o cometer una injusticia, por pequeña aparentemente que fuese (que todo tiene su importancia; y, además, que por algo se empieza también en el camino del mal), sería mejor arriesgarse a ser despedido, lo cual tendrá claro, y podrá hacerlo con su voluntad (ayudado por supuesto por la gracia de Dios y si cuenta con la caridad), si tiene clara la jerarquía de sus objetivos, si no considera el cubrir las necesidades materiales como un fin en sí, sino como un medio para alcanzar bienes superiores, querido por Dios, pero siempre que se haga obedeciendo su santa Ley, sin preocupación excesiva, sin considerarlo lo prioritario, y confiando en la Providencia de Dios, así como llevando a cabo cualquier actividad según la vocación que Dios le brinde. Y nunca caer en el engaño del mal, aunque sea pensando que hay que hacer un mal, para mantenerse en un sitio o acceder a ese determinado sitio, por pensar que solo estando allí iba a poder hacer el bien. El mal siempre engancha y corrompe, y sin duda si uno se decide por el mal, aunque sea con la disculpa que sea (el mal, además, solo en grados avanzados  o en determinados momentos en los que ya no espere obtener nada o no tenga nada que perder, suele dar la cara claramente) siempre tiene consecuencias, es una infidelidad a Dios, y sin duda puede facilitar decisiones siguientes del mismo tipo, a no ser que la persona reaccione, si Dios le da Su gracia para ello. Y ya el primer Mandamiento exige estar uno dispuesto a perderlo todo antes que ofender a Dios (por supuesto que siempre actuando bien).

 

         Y no se puede uno fiar de que digan muchos que es normal, refiriéndose a habitual, el que todo el mundo vaya a lo suyo, es decir, que viva prioritariamente para sí mismo, y que persiga principalmente sus intereses temporales. Cuando la verdad es que todo el mundo cuando acude a recibir  un servicio vería muy mal, sobre todo si es un asunto trascendente, que la persona que lo brinda, anteponga sus propios intereses particulares y temporales, al bien que brinda; y teniendo en cuenta esto, podemos ver claramente lo que es mejor y más justo (Lc 12, 57 ¿Y por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo?). Una cosa es la opinión que alguien dé superficialmente a otro para satisfacer sus intereses desordenados, y por no querer complicarse, o incluso que la dé por seguirlo él mismo y para disculparse o aplaudirse a sí mismo; y otra lo que es de verdad justo, y cada uno reconoce claramente llegado el momento.  Y ni que decir tiene que el que actuase justamente, aunque se arriesgase a una pérdida temporal por Dios, ganaría en todos los terrenos, ya que Dios nunca defrauda si se confía en Él y en Su Palabra. La ley de Dios es la Verdad  y el que actúa bien según ella, nunca anteponiendo sus intereses propios temporales al bien de verdad, nunca queda defraudado.

         La ley de Dios,  la Verdad,  favorece todo lo que es bueno y justo (no al estilo mundano), aún en lo temporal, por supuesto que en su orden, es decir, no idolatrando lo material, ni anteponiéndolo a bienes superiores (y de hecho los graves problemas temporales vienen precisamente, incluso por medios ordinarios,  de no seguir la Ley de Dios). El ciento por uno promete Jesucristo, aún en esta vida, a los que dejen unos ciertos bienes importantes por Él (aún con persecuciones), y eso además de la vida eterna, que es lo principal. Está claro que las ventajas de los buenos, aún con persecuciones, ya comienzan en esta vida.

         Y siempre se sale perdiendo al desechar un justo y mejor objetivo; entre otras cosas, se disminuye la razón al desechar lo sobrenatural, que debía dirigir o ilustrar.  Si tenemos un óptimo objetivo principal de nuestras acciones es que contamos con la gracia de Dios, con la caridad (esto ilumina la razón; lo sobrenatural ilumina y guía lo natural), y no cabe duda de que se quedaría disminuida la razón al no contar con esta ayuda sobrenatural, si contase solo con lo natural, y tendería a confundirse por el efecto del amor propio, al no tener la virtud. Ya que lo meramente natural, sin ser malo en sí mismo, sin la ayuda de la gracia, se decanta fácilmente hacia el amor propio, y hacia lo desordenado. 

         Y dado que al prójimo hay que brindarle algo bueno de verdad, es posible que queden sus vanidades sin alimentar y humilladas. Y esto no se hace sin enterarse la persona.  Pero ya lo dijo Jesucristo, no he venido a traer paz, sino espada. Jesucristo no viene a seguir la ley del mundo, de adulaciones falsas, etc., sino la ley de la Verdad, que desmonta todo eso. A la persona que se le brinda un bien, por encima de sus vanidades, se le brinda un bien, aunque, después de su primera reacción, ella puede acogerlo o rechazarlo finalmente; se le brinda una posibilidad de reconocer, quizá ante el estruendo de su propia reacción, que algo no iba tan bien como creía, ya que de otro modo, las circunstancias no le hubieran hecho desestabilizar de ese modo; y todo esto junto al bien del buen ejemplo y valentía de anteponer lo más importante a lo vano, así como su efecto, sin duda conforme a la bondad real de la acción, con los méritos de Jesucristo. Y sería posible que reaccionase finalmente bien, no queriendo decir que esto sea lo más frecuente; aunque por supuesto que si no se hubiese llevado a cabo la buena acción que humillase sus vanidades, sería mucho mas probable que continuase esclavizada por las mismas, aún sin enterarse.  Dice Jesucristo que ha venido para que los que quieran, tengan vida eterna; ya se sabe que no todos van a querer; pero si no hubiese venido Jesucristo, para nadie hubiese sido posible. 

 

         El cristiano puede y debe, en todo lo que el Señor le brinde (lo cual ya incluirá un buen discernimiento de aquello a lo que prioritariamente se ha de dedicar, etc.), llevar a cabo todo tipo de obras buenas, siempre que no se trastoque el orden querido por Dios, es decir, que siempre que se antepongan los bienes que no perecen a los que sí perecen; que se anteponga el alma al cuerpo (los dictados del alma racional a las apetencias del cuerpo).

 

         Hay gente que piensa que hace el bien, pero realmente no lo hace, o lo que hace lo hace por sentirse naturalmente bien en el plano material; por sentirse complacido, halagado, por la expectativa de conseguir un halago, o incluso un dominio sobre la otra persona. Cuando alguien se queja, por interés personal, por creer que ha hecho un bien, y no ha sido correspondido, es posible que sea por no respetar el recto orden, con lo cual no puede depurar su intención. El que actúa bien de verdad, sabe por qué lo hace, y tampoco se extraña de la reacción de la otra persona, pudiendo incluso esperarla como más probable, lo cual puede terminar haciendo con facilidad, aunque siempre habrá dificultades si no es en un asunto, es en otro, que se podrán superar con la gracia de Dios. 

 

         Solo podremos sobreponernos a la tentación de la vanidad y de la soberbia, si respetamos este orden, ya que es el único objetivo que nos obliga a ello, al menos en su totalidad o en un grado importante, lo cual podremos hacer únicamente con la gracia de Dios, por superar ya esto las meras fuerzas de la naturaleza.  Y así decía San Bernardo que solo con la ley de Dios, se puede superar el amor propio desordenado. Solo con la virtud de la caridad se puede superar la soberbia, y solo con la caridad se puede uno negar a sí mismo (en lo vano y desordenado). Y así el perfeccionismo, secundario al amor propio, podría hacer superar otras tentaciones, quizá en aspectos superficiales, o más bien cambiándolas por otras; pero con respecto a combatir la soberbia no puede nada, sino al contrario, ya que precisamente es todo guiado por ella. Y no se puede superar la soberbia por egoísmo, ya que esto sería un contrasentido, y un imposible.

 

         Una persona por sus meras fuerzas naturales puede dar de comer a otro, no cabe duda, pero hacer el bien de verdad sobreponiéndose a la propia vanidad y soberbia ya requiere una fuerza sobrenatural, que lo posibilite en la voluntad, e incluso quizá para que lo pueda ver con su entendimiento.

 

         Y con este planteamiento, lo que Dios diga, ya que nosotros, por nosotros mismos, no podemos considerar todos los factores implicados en cada caso y en cada situación, tanto presentes como futuros, como sí lo hace Dios.  Y así con este recto orden, nosotros no acertaríamos si Dios no nos previniera con su gracia, poniéndonos buenos pensamientos (no eliminando, por supuesto, nuestra cooperación), y nos ayudase también, además de en el entendimiento, en la voluntad,  poniendo en nuestras manos las obras a hacer.

 

         Si no se buscan los bienes eternos o lo que conduce a ellos, y si no se anteponen a los bienes terrenos y temporales, no se tendrá uno que sobreponer al egoísmo propio. En cambio si se anteponen los bienes eternos a los temporales, se tiene uno que necesariamente sobreponer.

         Hacer el bien no es hacer al otro un mero receptor de cuidados materiales, lo cual en muchas ocasiones no tendría mayor dificultad, ni obligaría a sobreponerse a los más arraigados intereses egoístas. No se puede tampoco alimentar al otro en sus vanidades y pasiones, como rencor, deseo de venganza, odio, rabia, etc., aún en formas más paliadas.

 

         3. DIFICULTAD DE LLEVAR ESTO A CABO

 

         ¿Y de dónde viene la dificultad para hacer el bien? Al menos en parte, precisamente de esta contrariedad entre el querer del alma, y los apetitos del cuerpo; entonces, si queremos hacer el bien al alma de una persona, tenemos que mortificarla en sus vanas apetencias; la propia conducta correcta ya mortifica las vanidades de la otra persona, aunque solo sea por contrariarlas y no alimentarlas (sin necesidad, al menos no siempre, de hacer algo concreto en positivo para ello), ya que si uno actúa correcta y bienintencionadamente ya no se dedica a alimentar vanidades de nadie por interés, sino que se encamina prioritariamente a lo que considera mejor para la persona, a lo que considera mejor para su alma; y, en parte por esto, el actuar guiándose por el bien del alma de una persona obliga también a mortificar las propias vanas apetencias, ya que lo que se le diga no será lo más fácil, cómodo, o vanamente apetecible, sino que esa persona deberá mortificar su vanidad, soberbia, rabia, ira, etc. No sería amar al prójimo como a uno mismo, el mortificar uno su propia vanidad y alimentar la de los demás.  La vanidad no es ningún bien, ni siquiera relativo, sino siempre un mal.

 

         Hay gente que es infiel, por ejemplo, desobedeciendo normas de la Iglesia y pone como excusa un falso motivo que consiste en complacer a alguien en sus vanas apetencias de vanidad, comodidad, u orgullo, lo cual claramente perjudica el alma del que es así vanamente complacido.

         Si se respeta el orden querido por Dios, enseguida uno se encuentra con la persecución y la Cruz. El discípulo de Jesucristo siempre será perseguido. Si uno busca la salvación eterna de una persona, y todo lo que conduce a ello (vivencia de las virtudes, sobre todo la caridad, etc.) esto obligará a anteponer esto a vanas apetencias de la otra persona y propias, pero será bueno realmente para todos.

 

         El planteamiento de anteponer lo superior a lo inferior supone enfocar todo de forma prácticamente contraria a como el mundo lo enfoca. Y puede llevar fácilmente a ser acusado de malo, ya que si le hablamos a una persona de perdón, por ejemplo, ella quizá acusará a  uno de  ponerse en exclusiva del lado del otro, de acusarle de algo, etc., cuando en realidad con el perdón se hace el bien a todos, etc.

 

         Hay que desechar cualquier interés particular interesado, y no hacer nada por ser vistos, ya que de otro modo no se tendría ningún mérito, además de hacer mala la acción en sí, y sin duda diferente a lo que sería con un recto objetivo.

 

         Y por supuesto que el encaminarse por los bienes más importantes no es posible sin guiarse y ejercitar la virtud de la caridad, que es la única con la que se pueden vencer las dificultades de esto, ya que por ejemplo la persona a la que se puede pretender ayudar, puede demandar que se le alimenten sus vanidades, o bien demandar bienes materiales necesarios, aunque de forma desordenada, como anteponiéndolos a todo (Jesucristo no nos prohíbe el buscar los bienes materiales necesarios, pero sí el ponerlos en primer lugar e inquietarnos irracionalmente por ellos; se pueden poner unos medios racionales, y confiar en la Providencia de Dios, siempre guiándonos por el primer objetivo que Jesucristo nos señala al decirnos que busquemos, en primer lugar, el Reino de Dios y Su Justicia; y que trabajemos por lo que no perece); y porque para brindar bienes espirituales hace falta también sobreponerse uno a la propia vanidad (u otros intereses desordenados), ya que quizá se tiene que contrariar a la otra persona en sus apetencias no rectas, al desechar lo malo y al anteponer bienes, que es posible no solo que la persona no demande, sino que rechace, sabiendo que le contrarían sus vanidades, así como quizá su búsqueda desordenada de bienes materiales.         

 

         4. EL PAGO TEMPORAL QUE SE PUEDE RECIBIR.

 

         Y no cabe duda de que el respetar esta jerarquía de bienes y anteponer los más importantes, guiándose por ellos, también es motivo para despertar la oposición, siempre saludable y según el plan de Dios, que despiertan en este mundo las auténticas buenas acciones, que se oponen tanto a la satisfacción de bienes de rango inferior incompatibles con los de rango superior, como a la satisfacción de vanidades y de ciertos intereses malsanos, llegando el mundo a no soportar lo que le podría hacer peligrar o poner en cuestión sus  intereses vanos o desordenados; demostrándose con ello que el hombre siempre conserva la capacidad, al menos generalmente y al menos en alguna medida, de reconocer el bien y la verdad, aunque no lo siga, además de la esclavitud que ocasionan las tendencias vanas y desordenadas al seguirlas. 

        

         No es, pues, de extrañar el pago por las buenas acciones, que se puede recibir de otras criaturas, que puede consistir en juicios, condenas, etc.; por supuesto que fuente de liberación de las esclavizantes ataduras de este mundo (dadas las existentes estructuras de pecado fruto de las tendencias desordenadas de las personas humanas consecuencia del pecado original).   

        

         5. EL ACTUAR BIEN CON INTENCIÓN DEPURADA EVITARÁ  SER MANIPULADO Y ENGAÑADO (Y ESCLAVIZADO). RESPETO AUTÉNTICO POR LAS PERSONAS.        

         El tener en cuenta esta jerarquía en los bienes que uno procura, así como el tener clara  la finalidad principal por la que uno se mueve, es fundamental, no solo para que las acciones sean  buenas realmente, tanto para uno, como para los demás, y den gloria a Dios; sino que también evitan el ser manipulado o engañado (o tentado), ya sea con vanidades como con bienes aparentes que en realidad son males disfrazados ya que perjudican lo fundamental; y también es fundamental para ejercitar la auténtica libertad de encaminarse al bien auténtico, y no dejarse llevar por el mal aunque esté revestido de bien, o tenga una apariencia, o conduzca meramente a la satisfacción del propio egoísmo, que no al bien.

 

         Un buen planteamiento, con un claro objetivo principal, el cual ordena la jerarquía de  bienes por los que uno se guía, además de evitar ya los que son males en sí como alimentar vanidades, evitará el no infrecuente “no he recibido más que palos por ser bueno” (utilizado en ocasiones como disculpa para no decidirse a ser bueno de verdad), refiriéndose frecuentemente con esta frase no al perjuicio, en aspectos superficiales o materiales, saludable (que en realidad es liberación), derivado de una auténtica buena acción, sino más bien a haberse quizá dejado manipular a la hora de complacer a otras personas, sin por supuesto haber pensado en su bien de verdad, sino más bien en alimentar sus caprichos y vanidades o intereses materiales, quizá desordenados, sin más, no llevando, claro está, este objetivo, a superar ninguna de las propias tendencias o intereses desordenados, con lo cual uno tenderá a quejarse cuando ve estos intereses defraudados, quizá sin entender todavía que lo que hizo, lo hizo por intereses vanos o desordenados, propios y de la otra persona, pero no por el bien de verdad de la otra persona, ni de nadie, tampoco reportándole esto, claro está, ningún bien a sí mismo, sino daño, con el peligro además de dificultarle el reaccionar, si no se decide a examinar con sinceridad sus auténticas  intenciones, sino que deja que se creen rencores al ver sus intereses defraudados, creyéndose todavía haber actuado bien (cuando su acción no favorecía el desarrollo de bienes auténticos en otras personas). Si uno realmente hubiese actuado bien de verdad, y hubiese por ejemplo recibido recriminaciones por ello, ya no lo expresaría con pesar, sino con alegría de haber sido capaz de haber hecho el bien, y de haberse vencido a sí mismo,  y más bien sintiendo las ocasiones en las que no lo hubiese hecho así, pero no sentirá, en lo que a sus intereses respecta, las respuestas de las otras personas hacia sí, sino que más bien lo sentirá por ellas  mismas si cree que no están actuando bien;  y no verá el comportamiento de las otras personas en función de sus propios intereses, sino por ellas mismas, y pensando en su bien, sin juzgarlas. RESPETO AUTÉNTICO POR LAS PERSONAS EN SU DESTINO ETERNO Y es que el actuar bien, y ordenadamente también lleva a respetar auténticamente a las personas en su destino eterno, ayudándolas a servir a Dios y a la Verdad, y no mirándolas como objetos al servicio de los propios intereses, como vanidades. Y es que no hay auténtico respeto sin bondad, ya que no se le puede llamar respeto a la persona si no se considera el fin último al que está llamada, sino que se pretende degradarla de esto.

 

         Repitiendo un poco la idea, hay gente que se queja de ser tratado de “tonto” si hace el bien, refiriéndose en muchas ocasiones a haber sido manipulado, y esto se debe precisamente a no haber guardado un orden en el bien que hacía, no anteponiendo los bienes del alma a los del cuerpo, con lo cual no depura su intención y la persona siempre sigue queriendo algo terreno para sí, que al quedar defraudado, produce la queja. La solución no es seguir haciendo ese tipo de “bien”, que en realidad es mal, sino uno más depurado, con una intención más recta y pura, con lo cual podrá depurar más su intención, hacer el bien de verdad,  y aumentar su libertad. Nunca se puede desconfiar de la Palabra de Dios; y actuar uno bien, conforme a lo que Dios inspire, estando en Gracia de Dios, siempre será beneficioso, aunque se tenga que pasar por la mala reacción de alguien que quizá pretendía injustamente dominar, etc.; en cambio si se actuase meramente para no disgustar a una persona, ya se estaría claudicando con respecto a actuar bien, y se estaría eligiendo una falsa paz, y esto, sin duda tendría sus efectos también sobre la otra persona, ya que no se habría pensado en su bien de verdad, ya sea  por no complicarse o por otro interés vano o bien meramente temporal y desordenado. 

          También daría lugar a ser manipulados el pensar solo en el interés material de uno, como el no complicarse, a la hora de evaluar un asunto. Y así uno no puede guiarse por meras apariencias, y aceptar cualquier medida porque “a mí no me molesta”, o “a mí me interesa”, sino que hay que ver si la acción es buena o mala en sí misma, y qué bienes puede perjudicar, así como qué bienes vulnera por la posibilidad de abrir una puerta a perjuicios mayores. Y está claro que es el egoísmo el que hace caer en la manipulación, siendo, además, erróneo este planteamiento egoísta, siquiera con respecto al interés particular material, dado que con ese enfoque no se evalúa correctamente ni cercanamente a lo que pueden dar lugar dichas medidas, o cómo pueden progresar, etc., cayendo uno fácilmente en un engaño en todos los sentidos.

         Por ejemplo si se refiere que se está tratando de mejorar un problema material, cierto o supuesto (los bienes materiales exteriores a las personas están por supuesto por debajo de las personas), y se ve que la supuesta solución no es buena en sí misma u obliga a actuar mal, o afecta indebidamente a bienes de rango superior, está claro que no es un buen planteamiento. No puede uno en la vida guiarse por meras apariencias, ni colaborar en algo ciegamente, teniendo en cuenta, además, que el mal, en muchas ocasiones, o casi siempre, no se presenta como tal en toda su crudeza, sino que pretende presentarse como bien, y también con la apariencia de querer ocasionar un bien, aunque se guíe realmente por intereses particulares y vanos; por eso que tendremos que, además de ver si algo es bueno en sí mismo, incluyendo si es bueno en todos sus elementos o partes, tendremos que ver si es bueno en su orden, es decir, que con ello no se causen o  prevean mayores perjuicios, o males por afectar a asuntos de rango superior, lo cual podremos ver bastante claramente si tenemos esto en cuenta, al guiarnos por hacer realmente el bien, ya que en esto es más difícil el engaño, ya que se trata de hechos más evidentes en los que claramente se ve en lo que afectan ciertas medidas a las personas, y sus derechos, tanto directamente en el momento en que se dicten las medidas, como mediante la vulneración de dichos derechos teniendo en cuenta las puertas que abren.  Y tenemos que tener muy claro que el mal no se cura con hacer un mal en bienes de rango superior (lo cual, además, sin duda, traerá consecuencias). Y el mal nunca se cura con inmoralidad, sino precisamente fomentando la moral auténtica, que es lo que muchos intereses creados no quieren hacer, porque esto no les acerca a manipular a las personas, ya que la persona que se guía por hacer el bien por encima de sus intereses temporales es menos manipulable, y ello puede contrariar a ciertos intereses vanos y desordenados.

         Además de estos tipos de manipulación, la persona que no ha depurado su intención, y por tanto sigue decantándose prioritariamente por sus intereses vanos y desordenados, puede ser manipulada de muchas maneras, ya que estos intereses vanos y desordenados la esclavizan, y entonces podrá ser manipulada más fácilmente por alguien que tenga en su mano algo que esta persona quiera vana o desordenadamente, o bien que se lo pueda quitar. En cambio, si uno se guía por hacer el bien por encima de sus intereses temporales, ya se dejaría manipular con mayor dificultad, aunque siempre habría que estar alerta al respecto de esto, ya que el engaño puede ser muy sutil, pero la mejor manera de hacerlo no es saber más, sino precisamente tener mejor intención, por supuesto que estando en Gracia de Dios, y contando con que Dios nos librará precisamente de lo que supere las fuerzas de uno. De ahí que hacer el bien de verdad no interese el fomentarlo a muchos intereses creados, como  sí le interesa el debilitar y esclavizar a la persona, degradarla y corromperla. Al hacer el bien de verdad uno ya no quiere algo para sí como sea (no quiere algo pasando, por ejemplo, por actuar mal si hiciera falta para conseguirlo); y al actuar bien, uno se plantea acerca de la bondad y efecto de sus acciones, no mirándolas meramente según sus particulares intereses.   

         Y, por lo mismo, uno, si no depura su intención, sino que se guía, en definitiva, por sus intereses vanos y desordenados, será mucho más fácilmente engañado, incluso en el terreno espiritual, ya que tenderá a acoger y aceptar todo aquello que halaga sus pasiones e intereses vanos y desordenados, o lo reafirma en ellos; antes que lo que es bueno y verdadero, lo cual le exigiría sobreponerse a dichos intereses malsanos, y prescindir de ellos. De hecho los herejes de todos los tiempos siempre han halagado las pasiones, como principal método para extender su corrupta doctrina; en cambio, jamás se verá la abnegación mandada por Jesucristo fuera de la doctrina católica, aunque puedan otros prescindir de ciertas cosas, pero nunca dejarán de hacerlo por algún interés temporal (aunque no fuera del todo tangible, como un mero reconocimiento, autocomplacencia, etc.), y no por  hacer el bien, por amar de verdad. No cabe duda de que la abnegación no es un simple esfuerzo o una simple renuncia de algo (quizá para conseguir algo que interesa más, también en el terreno temporal), ya que entonces todos serían abnegados; igual que no todo sufrimiento o cruz  viene por haber sido fiel a Jesucristo. 

         Y, por supuesto que uno al afrontar un tema no está igual si ha sido fiel o infiel a Dios en los pasos anteriores, aunque siempre se puede dejar de obrar mal, con la gracia de Dios. Pero el pecado normalmente va produciendo ceguedad, y en lo que no está ciego del todo, aunque sí quizá menos consciente, o con menos posibilidad de reaccionar, hay una tendencia a querer disculparse, y para ello le viene de maravilla que le digan que por ejemplo Dios es muy bueno, y por eso (lejos de que le digan que como es muy bueno, quiere que la persona también lo sea, llevando a cabo las acciones que Él le brinda) finalmente la salvará, y que los preceptos no son tan severos; todo muy al estilo humano, no divino.   

 

         Y el que quiere manipular nunca va a fomentar la integridad de las personas, ya que mal manipularía así; no va a fomentar que la persona se guíe por hacer el  bien por encima de sus intereses, sino que precisamente fomentará que se decante por sus intereses desordenados para poderla manipular al tenerla corrompida y degradada, y esclava de sus pasiones. Y con que la haga flaquear en algo, realmente ya la tiene cogida en todo (no quiere decir que en todas las variedades, pero sí en todos los tres grandes grupos de intereses desordenados). Si no se obedece a Dios, y si no se está en gracia de Dios, sin duda se es esclavo del demonio, ya que no hay opciones intermedias, ni neutras. Si uno vive para sí mismo, ya es esclavo del demonio; y no vive para hacer el bien, ya que para vivir para hacer el bien tendría que obedecer a Dios.

         6. EL HACER EL BIEN, Y EL VIVIR LA CARIDAD PERMITIRÁ EJERCITAR LA PROPIA LIBERTAD.

         El actuar con un objetivo principal idóneo y claro, llevará también a vivir la auténtica libertad, ya que esto liberará de ser esclavos de las propias tendencias desordenadas, así como del quedar atrapado en las de los demás, aunque esto no se alcanza de una vez para siempre, sino que la lucha dura hasta el final de la vida, pero no cabe duda de que se van evitando ataduras innecesarias y se va uno desprendiendo de las que equivocadamente hubiere contraído. Y ya más difícilmente alguien, aunque intente estimularlas, logrará esclavizar con ellas; entre otras cosas porque se estará más sobre aviso, y porque al ir viviendo la caridad, también se contará con más gracia de Dios, etc.

         7. SE INTENTARÁN SOLUCIONAR LOS PROBLEMAS EN SU ORIGEN; NO EN LA SUPERFICIE Y QUIZÁ AÑADIENDO NUEVOS MALES. Al querer hacer el bien de verdad no se verán los males solo en la superficie ni se pretenderá su solución, al menos solamente, en la superficie, sino que se atenderá a su origen, en donde siempre nos encontraremos la influencia de lo moral, pero, como decíamos no a todos interesa esto, no todos quieren realmente la solución de los problemas o el coste que ello conlleva para su vanidad, etc. ; e incluso muchos utilizan los problemas como disculpa para hacer crecer, e implantar, lo inmoral.

         8. ANTE CUALQUIER CIRCUNSTANCIA QUE SURJA, SE PENSARÁ EN EL BIEN DE VERDAD DE TODOS LOS IMPLICADOS, Y NO EN LOS INTERESES VANOS O DESORDENADOS DE VARIOS DE LOS IMPLICADOS.  Al hacer el bien se podrá reaccionar mejor ante una contrariedad, o adversidad, o ante una agresión de otra persona, ya que se pensará en el bien de verdad de todos los implicados por encima de las conveniencias temporales propias, o de las de otra persona o grupo de personas implicado en el asunto o afectado por él. Por ejemplo ante una agresión quizá habría la tentación de pensar solo en el orgullo o salud física de uno; o bien se podría uno sentir mundanamente obligado, por interés vano, a resarcir el orgullo de otra persona quizá agraviada; enfoques que serían erróneos, malos con respecto a la salud del alma, y que también podrían tener consecuencias materiales, incluso físicas, ya que la injusticia no tiende a frenar una agresión. Por supuesto que hacer el bien de verdad no tiene nada que ver con arriesgarse inútilmente, sino que con una real buena intención uno tenderá a saber mucho mejor lo que debe y se puede hacer (incluso si tuviese que salir corriendo si, por el bien de todos, eso fuese lo mejor; y quizá pudiendo avisar a alguien, etc., nunca haciendo nada por evidente egoísmo, o por indiferencia hacia el prójimo, que también es egoísmo), contando con la gracia de Dios. No cabe duda de que con buena intención uno verá mucho mejor la situación. Y el supuesto agresor tenderá a aliviarse ante el efecto de esto y al ver que alguien piensa en su bien de verdad por encima de los propios intereses temporales, como vanidad, etc. Si uno solo pensase en una parte de los implicados no podría pensar en su bien de verdad, sino que necesariamente pensaría en sus vanas complacencias o en sus intereses temporales, por encima de su bien de verdad (sin ir más lejos ya no se le estaría ayudando a superar su orgullo u otros intereses vanos o desordenados al ayudarlo a guiarse por el bien de verdad del otro y de todos). Y ante una contrariedad o adversidad de otro tipo, igualmente, también es bueno no enfocarlo desde los vanos o desordenados intereses, sino que pensando en hacer el bien según Dios, pensando quizá en la oportunidad que dicha circunstancia brinda para ello.

         9. AL HACER EL BIEN NO OBSESIONARSE CON RESULTADO CONCRETO ALGUNO por bueno que pareciese, dado que esto sería desordenado; y podría hacer pensar a alguien en querer recurrir a medios desordenados, malos en sí o malos en su orden, pretendiendo conseguir lo que equivocadamente considera imprescindible. Al actuar según Dios hay que confiar; Dios nunca defrauda. Y el obsesionarse con querer conseguir algo, que ya no está en la mano de uno, hablaría de  que hay que depurar la intención, ya que seguramente se está buscando algo temporal para uno, aunque solo sea el querer ver el resultado de las acciones. Hay que confiar en el efecto del bien en sí mismo, aunque no se vea, aunque, al menos en muchas ocasiones, se ve, al menos algo, lo cual también ayuda a seguir discerniendo en las siguientes acciones, y aprendiendo, no por curiosidad, sino lo conveniente.  

         10. HACER EL BIEN DE VERDAD AYUDA A BUSCAR LA SALVACIÓN ETERNA PROPIA

         Por supuesto que si uno busca la salvación propia tiene que hacerlo bien, no con actos malos en sí mismos; y tiene que amar  de verdad a los demás. No se le puede ofrecer a Dios algo malo; no se puede, por ejemplo llevar a cabo un acto de indiferencia hacia el prójimo, aunque sea brindándole un bien material, y decir que uno lo hace por Dios, ya que esto no se puede ofrecer a Dios por ser malo en sí mismo, contrario a la razón y contrario a la verdad. Y, además,  el no crecer en la virtud de la caridad supondría un riesgo importante para poder caer en otras mil tentaciones y errores.

         Para salvarse eternamente hay que hacer lo que Dios manda. Y no nos equivocaremos si en todo seguimos las inspiraciones de Dios, y las obras que Dios pone en nuestra mano para hacer, por supuesto que asegurándonos, para un mejor discernimiento, con todos los medios a nuestro alcance, como frecuentar los Sacramentos, y hacer oración (por supuesto que estando en Gracia de Dios), etc.

ANTE LA ENFERMEDAD


            1. La enfermedad física no es un mal absoluto (solo el pecado lo es). Y siendo un mal en el plano corporal,  si uno la afronta bien, de ello se pueden derivar bienes de un orden superior, bienes auténticos  como acercarse más a Dios, y la Gloria de Dios. 

            2. Y curarse de la enfermedad, aún pudiendo ser una pretensión legítima en su orden, tampoco puede plantearse como una finalidad primordial ni como un objetivo imprescindible, y esto se entiende claramente si tenemos siempre en mente la ordenada jerarquía de los diferentes bienes por la que es bueno dirigirse, anteponiendo siempre bienes de rango superior a los materiales o temporales, y nunca al contrario.  Dice la Sagrada Escritura, que el que está enfermo acuda a los sacerdotes para que oren por él. Y en la oración no se piden los bienes materiales por encima de todo.

            3. Hay que dar gracias a Dios por la enfermedad. Uno puede estar incómodo, molesto, con su enfermedad; quizá piense que estaría más cómodo sin ella; ¿pero quién le dice por ejemplo, que de cara a su salvación eterna (o a la de otras personas, o para la Gloria de Dios), no le es mejor la enfermedad, ya sea por librarle de peligros, brindarle una serie de experiencias que le hagan reflexionar, incluso evitarle ciertas actividades, etc.?

            Hacer el bien siempre es posible, y siempre tenemos esa oportunidad (por supuesto que si contamos con la gracia de Dios); también en la enfermedad, como en cualquier otra circunstancia, habrá determinadas cosas para las que no tengamos capacidad (y si no tenemos capacidad para ello, podemos tener la certeza de que Dios no nos las pide, al menos en ese momento), pero ello no nos impide poder hacer el bien.

            Y cuántas veces, además, la aparición de una enfermedad puede servir de aviso precisamente de algo de orden superior, que conviene mejorar, o quizá como ayuda para abordarlo sin aplazarlo más.

            Como siempre, es más importante, lo que uno decide hacer, que no lo que a uno le surge en sus circunstancias. Nunca son las circunstancias las que mandan, sino que en todas ellas puede uno santificarse, si actúa en ellas conforme a la Voluntad de Dios (Mt 15, 11 No es lo que entra en la boca lo que contamina al hombre; sino lo que sale de la boca, eso es lo que contamina al hombre).

4. Que la enfermedad no siempre venga por un pecado personal, no quiere decir que nunca sea así. Y en cualquier caso, si la persona no está en gracia de Dios, es decir, tiene algún pecado mortal sin perdonar, debe en primer lugar ponerse en gracia de Dios, lo cual se consigue mediante la Confesión Sacramental, segunda tabla de salvación para los que han incurrido en culpa mortal después del Bautismo, arrepintiéndose y confesándose de todo lo gravemente contrario a la virtud de la Caridad, a los Mandamientos de Dios y de la Iglesia (los no Bautizados tendrían que recurrir al Bautismo para recibir la gracia santificante). Sería un desorden, pretender la curación del cuerpo, sin pretender la curación del alma. Y cuántas veces, sin duda, la curación de la enfermedad del alma, por sí sola curará  la enfermedad del cuerpo, o colaborará en ello, o hará que se vea de otra manera, con un sentido trascendente. Y al que está libre de culpa mortal, nunca le vendrá mal el repasar su vida espiritual, la cual siempre es posible mejorar en esta vida, e intentar incluso acelerar el paso al hilo de este nuevo acontecimiento, que puede ser, sin duda, una gracia de Dios, y que tenemos que mirar pensando en la eternidad.  No cabe duda de que la vivencia de la fe (la fe viva, animada por la caridad), incluso de forma ordinaria, favorece la salud, por supuesto que respetando el orden con respecto a bienes superiores.

 

               5. Cuántas veces la enfermedad del cuerpo es una manifestación de la enfermedad del alma, y hay que agradecer esta alerta o este aviso. No se trata, pues, solo de determinar el daño físico, e  incluso los mecanismos meramente orgánicos que han conducido a él, sino que hay que pensar en el origen, en la causa, y aquí veremos que no son todos orgánicos los factores que pueden influir o confluir para dar lugar a la enfermedad. Por supuesto que hay enfermedades que, como dice la Sagrada Escritura están para la Gloria de Dios, o para que la virtud pueda ser probada y con ello se puedan ganar más méritos (Libro de Job, etc.)

             Y si en la aparición de una enfermedad no influyen solo factores físicos, no deben ser estos solamente los que se consideren, si quiere uno poner los medios razonables para su curación (todo, por supuesto, dentro del orden querido por Dios), además de aprovechar la manifestación de la enfermedad como un aviso saludable de algo más importante que podría requerir corrección y mejora. Y así ante la manifestación de una enfermedad puede uno plantearse si hay algún factor que por su parte pueda mejorar, sin rechazar de antemano el pensar en esto por temor a verse culpable en algo, ya que si lo rechazase siendo lo contrario lo conveniente, como un saludable arrepentimiento,  en ese caso se perjudicaría y estaría rehuyendo el remedio para la enfermedad,  al menos una parte, además, por supuesto, de privarse de beneficios en otros aspectos más importantes. Pudiera ocurrir que ningún factor personal hubiera intervenido en el origen de la enfermedad, pero esto no es siempre así, o al menos no es lo que tiene que considerarse en principio sin querer pensar. ¿Por qué rechazar el aviso que pudiera suponer la enfermedad, así como todas las enseñanzas que puede traer consigo la enfermedad como una posibilidad de darse cuenta, con mayor profundidad, de la limitación, así como de la  muerte o del fin de la vida, y, al mismo tiempo,  de las posibilidades que se tienen en ella? (si se rehuye el arrepentimiento, se rehuye también una mayor toma de conciencia acerca de la responsabilidad sobre los propios actos, el ser uno consciente de sus propias posibilidades, cooperando por supuesto con la gracia de Dios, y ver con claridad la elección que hacemos constantemente entre el bien y el mal, en actos cotidianos, además, por supuesto, de dicha elección en decisiones más importantes o trascendentes, aunque realmente todo es importante; quien no es fiel en lo poco, tampoco lo es en lo mucho).

            Ante una enfermedad no se trata de volcarse en el tratamiento meramente físico (ni como familiar del enfermo,  incitar en exclusividad a ello).  No puede uno quedarse entretenido en este tipo de terapias, sin atender a otros factores que también influyen en la salud, además de ser más importantes para bienes superiores.

            Y si uno tuviese la suerte de rectificar, al hilo de la aparición de la enfermedad, tiene que tener en cuenta que no necesariamente desaparecerán las quizá consecuencias de actos anteriores, pero debe alegrarse de haber podido atender a lo fundamental. Y, como hemos dicho, la curación de la enfermedad no tiene que verse como una finalidad imprescindible y primordial, sino que todo debe verse según el plan de Dios, y en su orden, poniendo los medios razonables para su curación, dentro de su orden, y si se considera que esa es la Voluntad de Dios; seguir santificándose si uno ya está en gracia (y si no lo está, ponerse en gracia), seguir haciendo el bien que Dios permita, y dejar ya el resultado final al respecto de la curación de la enfermedad física en manos de Dios, que además sabe más, y tiene en cuenta factores, que nosotros no podríamos ni sospechar.

            Sería muy equivocado, ante la enfermedad, el enfoque de pretender incluso positivamente el rehuir cualquier posible sentimiento de culpabilidad, a pesar de que incluso se sabe que la hostilidad está relacionada con todo tipo de enfermedades psicosomáticas (enfermedades en las que la influencia de lo psicológico es más marcada, ya que dicha influencia existe, ordinariamente, en prácticamente todas, si no todas, las enfermedades); y que el estrés, lo cual incluye no solo la circunstancia estresante en sí, sino la forma de afrontarla, disminuye las defensas. 

            Hay que estar en gracia, y hacer lo que Dios diga, que nunca se equivoca.  Que  bien vendría  en estos casos acercarse más a Dios, y vivir la santa libertad de los hijos de Dios, no dejándose llevar simplemente por el ambiente, y por obligaciones impuestas por el mundo, las cuales sirven a muchos intereses malsanos.  Por ejemplo ante el diagnóstico de cáncer, la persona no debe centrarse en exclusividad en la eliminación del mal físico que se ha originado (que podría entretenerla sin poder fácilmente pensar, incluso hasta el final de su vida), sino que puede pensar en los factores que han podido llevarla a ello, sin rehuir, como decíamos,  un saludable sentimiento de culpabilidad, en donde podría estar la auténtica corrección, curación y mejora, al menos de lo fundamental, lo cual podría, sin duda repercutir en la salud. Uno puede saber mucho de sí mismo si se para a pensar y es sincero consigo mismo. Y la finalidad no consiste en que crean que van a salir ganando a la enfermedad, es decir, que se van a curar, contra todo pronóstico, de la enfermedad, lo cual evidentemente no está en mano de uno, al menos en su totalidad; y si pretenden la curación, sin cambiar nada de lo que quizá dio lugar al proceso, claramente no se está favoreciendo la salud. El mejorar auténticamente ya incluye el mejorar la dirección en la propia vida, y en los propios actos, y esto lleva también a no querer asegurarse resultados externos (como sí lo tendería a querer conseguir una actuación ya más interesada de los intereses temporales), ni a poner la seguridad en ellos, y en conseguirlos. No se trata de hacer fuerza para mejorar como sea, sino de poner los medios, pero los auténticos, y confiar en Dios. 

            No cabe duda, incluso, de que la enfermedad, así como el ir creciendo en años, puede ser de los últimos avisos con los que pudiera manifestarnos Dios su Misericordia, brindando quizá el poder salir de la tibieza, pasar del estado de pecador o culpable al de justo, salir de una situación de pecado, o dar un nuevo impulso y crecimiento a la vida espiritual. Nadie, pues, tiene que sentirse ofendido por este planteamiento (ya que, en cualquier caso, mejorar siempre es posible; y a quien esto no pueda aplicarse directamente, quizá sí pueda aplicarse a alguien a quien él atienda, o a quien pueda aconsejar), aunque, por supuesto, que si después de un honesto examen, ve, sinceramente, que no hay nada que mejorar específicamente (o que pudiera estar en el origen de la enfermedad), (más allá, por supuesto, de la mejora ordinaria de cada cristiano), como le ocurrió a Job, y le puede ocurrir a tantas personas, ya que es cierto que todos moriremos, y que si vivimos lo suficiente fácil es que alguno de nuestros órganos, con fecha de caducidad, empiece a fallar, o contraigan lo que se denomina enfermedad, ya que Dios en Su Misericordia, incluso ordinariamente a través de la naturaleza, no cesa de darnos avisos hasta el final, de que esta vida terrena se acaba, ya que esto aunque lo sabemos, en muchas ocasiones no lo sabemos con la suficiente profundidad o comprensión, quizá porque nos olvidamos al distraernos con otros asuntos con que quizá nos apremian, o que nosotros creemos que no podemos retrasar (quedando, como muchas veces ocurre, lo fundamental para lo último, y, por ello, en tantas ocasiones, para nunca); la enfermedad, en este sentido, también pudiera ser una ocasión muy propicia, al ya separarnos de tantos asuntos, o incluso imposibilitarnos para poder encargarnos de ellos. E incluso es posible que el sufrimiento y el dolor, en una naturaleza humana tan sabia, y tan bien diseñada, pueda  hacer que se pierda el gusto para algunos vanos entretenimientos, ya que realmente contamos con muchas ayudas, incluso circunstanciales, para poder encargarnos de lo fundamental. Está claro que todo debe hacerse, o dejar de hacerse, según el orden de la caridad, de la cual no es posible ni la jubilación ni la baja por enfermedad; así como ninguna circunstancia nos priva de esta grandísima y elevadísima posibilidad. Y, para discernir acertadamente, nos será de mucha utilidad la oración personal, y la frecuencia de los Sacramentos, por supuesto que estando en Gracia de Dios, con lo cual se nos aportará la gracia suficiente para llevar a cabo lo determinado (o decidido), así como nos ayudará en cada momento para hacer lo que a Dios agrada. Y, por supuesto, que a nadie le piden más de lo que puede, pero hacer el bien siempre se puede, por supuesto que si la gracia de Dios nos asiste. Y, ni que decir tiene que, con un mejor enfoque en la vida, se  contemplará más fácilmente, e intentará resolver o mejorar, factores no orgánicos que pudieran haber influido en el origen de su enfermedad, o en su evolución,  sin negarse a ello como ocurriría si no se quisiese reconocer aquello en lo que uno tiene que rectificar y puede mejorar, lo que ocurriría con más probabilidad si no se encaminase uno a santificarse, sino que viviese para uno mismo.

             La enfermedad también puede hacer mucho bien a la familia aunque pudiera contrariarla, hacerla sufrir, etc.; ayudándola también a acercarse más a Dios (aunque algunos se alejen precisamente poniendo precisamente una disculpa de este tipo). No cabe duda de que en la familia unos a los otros deben ayudarse a vivir las virtudes, acercarse a Dios por la virtud de la caridad, hacer la Voluntad de Dios, alcanzar la vida eterna, y dar Gloria a Dios;  si, por el contrario, la familia se considerase un fin en sí misma, y no un medio en apoyo de la finalidad personal de cada uno, se harían daño, ya que se impedirían unos a otros levantar los ojos al cielo, a Dios, a lo realmente importante, a aprovechar la vida para hacer el bien, para ganarse el cielo, para lograr la salvación eterna, y dar Gloria a Dios.

            Pero hay tantas presiones en todos los ámbitos para atender a lo menos importante, que siempre hay que hacer un esfuerzo para vivir la auténtica libertad, de anteponer la Voluntad de Dios a cualquier otra consideración. Decía un autor, (Pensamientos o Reflexiones cristianas para todos los días del año, tomo 4. Francisco Nepueu; 1829) : Todas las criaturas gimen con el mayor dolor; por verse violentadas a su pesar, a servir a las vanidades.  Los familiares, en el caso de acompañar a un enfermo,  también deben mirar por los auténticos bienes, y no anteponer a esto el mero bienestar temporal. Cuántas veces se oye: lo más importante es que no sufra, que muera sin dolor, etc.; no cabe duda de que aquí se le plantean muchas disyuntivas a los familiares, y posibilidades de elegir entre lo auténticamente bueno, o solo lo aparente mundanamente. Está el paciente quizá a punto de tener que dar cuenta a Dios de su vida, y de decidirse entonces acerca de su destino por toda la eternidad, ¿y va uno solamente a preocuparse meramente de que no pase unos minutos, horas, o días molesto? La verdad es que es una pena que muchos tengan que morir tan entretenidos por cuestiones meramente temporales, o incluso artificialmente inconscientes, quizá en ocasiones para evitar no el dolor físico, sino el dolor moral, que podría ser aprovechable, si tanto el paciente, como los de alrededor, ayudan al auténtico bien. 

            Es importante no morir con el planteamiento de mera evasión del dolor; sino que hay que enfocarlo todo según Dios, hacia hacer el bien; no buscando meramente el alivio, o comodidad, propias o de los de alrededor. No dejarse presionar en este sentido, ni el paciente, ni los familiares, por lo meramente temporal desordenado. 

             Algunas personas, tanto en la enfermedad, como a una edad avanzada, muestran dificultad para volverse a Dios: Hay personas que al final de sus vidas no piensan en seguir creciendo en la virtud, sino ya en autojustificarse, en el sentido de decir que ya han cumplido, y que ya no tienen nada más de bueno que hacer.  A nadie engañan los que persisten en el error, ya que su misma ceguedad habla sobre su vida moral, y la acusa. Leyendo libros, con qué afán revisan  muchos si incluso ciertos herejes, han reconocido su error y se han arrepentido, siquiera en el lecho de  muerte. En caso negativo, se dice que persistieron en su error. Si hubiese un auténtico arrepentimiento, sería algo loable; y el no reconocer el error (lo cual no es virtud, sino vicio procedente de un desorden, fruto de las pasiones) no quiere decir, por supuesto, el no haber pecado y el no haberse equivocado. En cambio, el reconocer el error, y arrepentirse, y confesarse, demuestra una valentía y hacer el esfuerzo de anteponer la Voluntad de Dios, a la propia soberbia.  Mucha gente no quiere cambiar (ni siquiera en la enfermedad o a la vista del lecho de muerte), porque como dice San Pablo, la caridad humilla, y no quieren humillarse ni siquiera en el último momento, a pesar de que, como dijimos, a nadie engañan, ya que, entre otras cosas, no van a  morir con fama de santos, sino, en todo caso, de personas que no han llamado la atención excesivamente, personas previsibles, metódicas, o cualquier otra adjetivo, que puede denotar ciertas características aparentes, pero no la heroicidad de la santidad.

 

            No quieren humillarse, no quieren combatir la soberbia, y, en definitiva, no quieren la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, la cual es tan saludable. Mueren sin haber conocido el camino de la Vida, y sin querer conocerlo por ser esclavos de su soberbia, y no haber dado, posiblemente, siquiera un paso para liberarse de esto. Y si lo hubieran dado, cooperando con la gracia de Dios Jesucristo les hubiera dado mayores gracias con creces. Y podrían cooperar con obras que Jesucristo les brindase para hacer, con el mérito que esto les supondría, ya que tendrían el mérito de obras en las que actúan como autores secundarios,  que tienen a Jesucristo por autor principal, o causa primera. Por esto llegan a la malicia algunos, empezando por ser esclavos de su propia soberbia.

            Empiezan por no querer ver ni siquiera la tentación de la soberbia, el cual es el primer pecado que se presenta ya en niños, y del cual pedía Tobías a su hijo que no reinase en su corazón; no pidiéndole que la eliminase quizá siendo esto imposible en esta vida, con lo cual siempre hay que estar alerta con respecto a sus ataques. Hay gente que se siente buena por sencillamente seguir la ley del mundo, y tener una conducta toda adaptada a los intereses del mundo, sin querer reconocer los intereses que guían su conducta, y menos la vanidad y la soberbia, que no se ven palpablemente (o son menos tangibles). Por eso que a veces el mal comportamiento exterior, si no es más grave, tiene la ventaja de ser más visible, que el meramente interior (el cual puede alimentar su soberbia ante la misma vista de su exterior), pudiendo ser más fácilmente reconocible, aunque la persona siempre tiene subterfugios para intentar engañarse y terminar intentando pensar que es bueno, aunque solo sea por halagar a un cierto grupo de allegados, ser afectuoso o atento con unas cuantas personas, etc. 

DEL LIBRO: PELIGROS Y REPAROS DE LA PERFECCIÓN Y LA PAZ RELIGIOSA. 1625.


 

            (pág.26) Tratando Santo Tomás de la diferencia que hay entre nuestro bien ordenado amor, y el que no lo es, dice, que de dos maneras puede uno amarse, o según su naturaleza, y sustancia, amando absolutamente su ser, y conservación; lo cual es común a buenos, y a malos, o según la parte más principal, que en ese su ser, y naturaleza conoce. Y en esto segundo dice, que se diferencian los buenos de los malos, después de la caída de nuestros primeros Padres, por el diferente aprecio que hacen de las dos partes de que se componen, que son racional, y sensitiva; que por otros nombres llamó el Apóstol hombre interior, y exterior, o espíritu y carne: porque los buenos, dando a cada parte de estas lo que merece, y es suyo, aman de todo corazón la parte racional, e interior, en que resplandece la imagen de Dios, procurando con todo cuidado su mayor bien, y perfección mortificando, y aborreciendo siempre  lo que para esto es menester a la parte exterior y sensitiva. Pero los malos, como no se conocen con entera comprensión no hacen distinción como deben, y así su amor es desordenado, y vicioso, anteponiendo con él en la práctica la parte menos principal a la que es más principal, la inferior a la superior, la carne al espíritu, estimando, y amando lo que debían aborrecer, desestimando y aborreciendo lo que debían estimar, y amar sobre todo lo demás.

            Este amor desordenado, y errado aprecio de las cosas, unas veces tiene por objeto el cumplimiento de nuestra propia voluntad, y parecer, cebándose desordenadamente en la excelencia , y estima de nosotros mismos, y otras los deleites, alivios, y comodidades del cuerpo : y considerado en su latitud,como nos dispone para apartarnos de Dios, o de hecho nos aparta, que es nuestro bien verdadero, eterno, e inconmutable , y nos convierte a nosotros mismos, y a nuestro bien temporal conmutable , y perecedero, es la raíz general interior de todos los vicios, y desordenes , y de todos los malos, y engañosos lenguajes , y doctrinas, con que se procuran paliar los vicios , para   que no parezcan lo que son,y los malos puedan defenderse de los ministros de Dios, escusándolos, o cubriéndolos con capa de necesidad , y de virtud.  Así lo enseña San Agustín discurriendo por todos los géneros de vicios,y pecados;y por las falacias , adulaciones, y engaños,con que estos se suelen dorar, y defender , y saca por conclusión lo que habemos tocado,diciendo,que 1a raíz de todos estos males es el juicio errado,que hacemos de las dos partes del hombre , anteponiendo la inferior a la superior, por medio del amor desordenado, con que la amamos más que a ella.

            Esto mismo nos quiso enseñar el Apóstol en la segunda para Timoteo (cap. 3), donde después de haber dicho, que habría en la Iglesia algunos que se amasen viciosa, y desordenadamente. Añade luego los vicios, y desconciertos que de esta raíz saldrían: cupidi, elati, superbi, blasfemi, parentibus non obedientes, ingrati , scelesti, fine affectione, fine pace, criminatores, incontinentes, immites, fine benignitate, proditores, protervi, tumidi, voluptatum amatores, magis quàm Dei, habentes speciem quidem pietatis, virtutem eutem eius abnegantes.  Esta consecuencia, y conexión de raíz con sus ramas, y efectos notaron san Juan Cristóstomo, y santo Tomás en las palabras del Apóstol, probando el influjo, que el amor desordenado de sí mismo tiene respecto de estos viciosos efectos, que el Apóstol refiere, entre los cuales unos pertenecen a unos estados de gente, y otros a otros, y algunos suelen tener lugar en los estados religiosos; porque no hay comunidad por santa que sea, donde esta  mala raíz no brote en alguna manera, produciendo algunos de estos malos efectos, y paliando con especie, y apariencia de piedad, el oponerse con falsas doctrinas, y engañosos lenguajes a la verdadera piedad, y el calificar con ellos sus vicios, y desconciertos, con lo cual algunos hacen crecidos daños en las comunidades donde viven. Y por esto encarga inmediatamente el Apóstol a su discípulo Timoteo, que evite tratar con los tales …

            Lo dicho se confirma bien con lo que pasó a nuestros primeros Padres en el paraíso, pues es cierto, que el amor desordenado de sí mismos fue el principio, y raíz interior de su caída, y de los malos lenguajes que en ella entrevinieron por parte de Eva, como adelante veremos, y del dar crédito a los dichos engañosos del demonio. Por lo cual dijo San Agustín, que no fueran bastantes las engañosas palabras de la serpiente para persuadir a Eva, que vedándoles Dios el árbol, les prohibía una cosa buena, y provechosa, si el amor desordenado de alcanzar con sus propias fuerzas su bienaventuranza, acompañado de una presunción soberbia, no estuviera ya apoderado de su alma.        Que el  amor desordenado de sí mismo sea la raíz de todos los vicios y pecados, y de los malos lenguajes, que en ellos suelen mezclarse para su apoyo y defensa, es clara la razón. Porque como dice Santo Tomás, el amar a alguno es desearle algún bien, y el amarle desordenadamente es desearle ese bien contra el orden de la recta razón, pues como el pecado consista en apetecer, y procurar desordenadamente algún bien temporal para la parte inferior del hombre a lo cual se suele seguir, el justificarlo con falsas doctrinas y engañosos lenguajes, cuando no se puede de otra suerte alcanzar. De aquí es que cualquier pecado, y lenguaje malo hayan de nacer forzosamente del amor desordenado de sí mismo, o para decirlo con más propiedad de la viciosa inclinación, que el hombre tiende a amarse, anteponiendo desordenadamente la parte inferior a la superior.

            Entenderá mejor esta verdad, quien considerare que toda la doctrina del Evangelio, la cual se endereza a cortar la raíz de todos los pecados, y desconciertos del hombre, no trata de otra cosa sino de negación, y aborrecimiento propio: porque de aquí se colige con evidencia, que esta mala raíz, es el amor desordenado de sí mismo, pues su cuchillo es el propio aborrecimiento, como claramente nos lo enseña el Salvador (Juan 12). El que ama su vida la perderá, y el que la aborrece en este mundo la guarda para la vida eterna: porque lo uno se sigue de lo otro, como advirtió S. Agustín: Si el hombre se pierde amándose, el camino para hallarse, es el negarse.

            De la tercera raíz de estos malos lenguajes, que es la falta de atenta consideración, que naciendo del amor propio lo acompaña, y se fomenta con él.

            El mirar las cosas por sola la superficie, y apariencia primera sin entrar dentro a considerar el bien verdadero, o el mal que en ellas sustancialmente está encerrado, y sin atender a la conveniencia, y consonancia de las verdaderas superiores evangélicas, y a la disconveniencia, y disonancia de las doctrinas, y lenguajes contrarios a ellas, es una de las principales raíces, y causas de la perdición de los hombres. Asentando esta verdad el profeta Jeremías dijo, que toda la tierra está asolada por falta de consideración. Porque no hay quien se aplique a considerar, y rumiar las verdades divinas, y la sustancia y peso de ellas, dejándose cada uno llevar, como si no tuviera entendimiento de lo que se le pone delante con apariencia de bien, sin preguntar ni examinar, como debiera su conveniencia (Jer. 12). 

            (pág.33).  Dice también el Profeta (Jeremías) que con las malas doctrinas, y lenguajes (que son de ordinario los que se enderezan a ensanchar los ánimos, y a facilitar las cosas de la virtud, haciendo el camino de la perfección más suave, y blando de lo justo) se cazan varones, en quien están representados los hombres de valor, y buena determinación, y los que parece, que habían de estar más seguros de no caer en estos lazos; pero como en los lenguajes paliados el veneno está debajo de cubierta aparente de virtud, aún a esos los engañan. Este engaño suele consistir en persuadirles, que el facilitar la virtud, es ayudar a que se siga, y ejercite más, haciéndola por aquí más apetecible, y amable; y no advierten, que por este camino la destruyen, quitándole lo que sustancialmente ella encierra de la mortificación, y negación propia, que nuestro natural viciado inclinado a todo lo contrario ha de abrazar forzosamente para ejecutarla en cumplimiento de lo que Cristo nuestro Señor, y sus Apóstoles sagrados enseñaron, e hicieron. Esos lenguajes paliados, que aún a los que no están mal dispuestos hace daño, con apariencia de doctrinas piadosas, y prudentes, con que al parecer se suaviza la virtud, tiene parentesco con aquellos de que han de usar el anticristo, y sus falsos profetas, y predicadores, acompañándolas de aparentes, aunque falsas virtudes: por lo cual dice el Espíritu Santo, que si fuera posible, aún los escogidos, y predestinados de Dios, padecieran en esta ocasión peligro (Mateo 24).

            (pág.39)  (Isaías 14 acerca del pecado de Lucifer) Y averiguando Santo Tomás en la primera parte, cuál fue al causa de su pecado, y lenguaje malo, responde, que fue falta de consideración. Y pruébalo, asentando, que de dos maneras puede haber pecado en el libre alvedrío, o eligiendo alguna cosa mala por buena; lo cual siempre procede de ignorancia, o error nacido de pasión, que ciega la razón, y la engaña acerca del juicio particular, que entonces se forma, o de algún pecado precedente, que por modo de hábito inclina a otros, y facilita la caída de ellos. De otra manera puede haber pecado en el libre alvedrío, y es eligiendo alguna cosa de suyo buena, pero no con el orden, y modo debido, y entonces el pecado no nace de ignorancia, o error, o de otro pecado precedente, sino de falta de consideración, conque se deja de considerar, lo que si se advirtiera bien, era bastante para impedir el mal modo con que se elige lo bueno, y el pecado, que en eso está encerrado.

            (pág. 72) Eva exageró el precepto y habló con duda del castigo. Lo que nos desagrada procuramos no tenerlo por cierto. Y aunque no dudó Eva acerca del precepto absolutamente, dudó de su pena, por lo que el temor justo de ella le podía dificultar su quebrantamiento.

            A los engaños, y desconciertos dichos se siguió no solo el comer del árbol vedado, quebrantando el mandamiento divino, sino también el persuadir lo mismo a Adán con las razones paliadas, y con el mal lenguaje de la serpiente.

            (pág. 74) San Agustín: …  el alma racional no se ha de tener por absoluta señora, sino que debe estar sujeta, y rendida a Dios su hacedor, y que toda su rectitud, y perfección consiste en la obediencia a Su Majestad, y todo su daño por el contrario en la desobediencia.

            (pág. 76) El demonio les hizo dudar, y reparar en un precepto puesto por el mismo Dios a quien es tan debida toda sujección, y obediencia. … será esta la entrada más poderosa, y el medio más eficaz, que el demonio podrá hallar para menoscabar, y destruir la sujección, y obediencia, que sus súbditos les deben.

            (pág.92) Adán no faltó en su obligación, por dejarse llevar del apetito de la carne, sino por no entristecer a Eva, viéndola caída, no teniendo ánimo para darle pena: y así la amistad mal guardada en esta ocasión fue causa de toda su perdición, y daño.

            (San Agustín): Muchas veces sucede, que por no disgustar, y desabrir a los amigos, por aprobar sus dichos, y pareceres condescendiendo con su gusto, venimos a disgustar, y ofender a Dios, y a perder su amistad, y con ella todos los bienes. Y así enseña la experiencia, que hay muchas amistades, que no sirven de otra cosa, sino de cubierta, y capa para atreverse a hacer, y decir en confianza de la fidelidad dañosa de su amigo, lo que a entrambos les ha de estar mal, y les ha de ser de conocido daño: y cuanto más se van prendando por entrambas partes, va creciendo mas la llaneza, y el atrevimiento confiado, y con él se va perdiendo del todo la libertad, y el ánimo para irse el uno el otro a la mano, y para tratar de veras de su remedio.

            (pág.245)  “.. no es verdadero amigo, el que quiere para el otro alguna cosa contraria a la virtud, y a la fidelidad, que debe a Dios. Así lo dijo San Basilio por estas palabras … (Basilio Ps 4).

            (pág.248)  Las amistades por motivos naturales pueden ser honestas y buenas entre los hombres, pero fácilmente se hacen viciosas, y desordenadas por algunas malas circunstancias, de que suelen vestirse, o por algunos afectos desordenados, de que comunmente son causa, si este daño no lo corrige la virtud.

            (pág.627)  No vine a enseñar la paz y concordia de Adán, y Eva; que condescendiendo entre sí con amor desordenado, y dejándose llevar de la tentación, y de su gusto, parecer, y voluntad propia desobedecieron a su hacedor: antes vengo a poner cuchillo de división entre padres, e hijos, y entre nueras y suegras; enseñándoles con la doctrina de mi Evangelio, a no condescender unos con otros, con paz aparente, y falsa: que sea principio de guerra verdadera: dándoles a entender, como siempre que estuviere mi gusto de por medio, y la gloria de mi padre, se han de dividir, aunque sean hermanos, padres, e hijos, maridos, y mujeres, haciéndoles contradicción prudente, y según Dios, a los que quisieren ir contra esto: que esta división, y guerra es el principio de la verdadera, y segura paz.

            Aquí se debe advertir: que puso el Evangelista ejemplo en los amigos, y allegados de más estrecho, e íntimo parentesco, unión, y obligaciones naturales: como son los padres, madres, hijos, y suegros: porque estos suelen ser los más poderosos, para llevarnos tras de sí, haciéndonos condescender con su gusto, aunque sea contra razón, y contra Dios; por no perder su amistad, y paz: y así los llama enemigos por antonomasia, y por excelencia, diciendo: Et inimici hominis domeftici eius. Para darnos por aquí a entender, que no ha de haber correspondencia, amor, y amistad tan estrecha; con que no se quiebre, y en que no se divida, y desenlace un hombre de otro, teniéndole por enemigo de su bien espiritual, y de su alma: cuando todo bien examinado conviniere esto, para el cumplimiento de las propias leyes, y obligaciones para el de la obediencia, doctrina evangélica, y de lo que fuere mayor gusto de Dios.

            Y si bien se consideran así las historias generales de la Iglesia, como las particulares de las Religiones, hallaremos en ellas, que todos los trabajos, muertes, y cruces, no solo de los mártires, sino de los demás santos nacieron de no querer condescender con esta falsa, y aparente paz: procurando con todas veras la permaneciente, verdadera, y segura de Jesucristo, aunque fuese muy a su costa. Esta doctrina es común de los doctores sagrados, y en particular de San Juan Crisóstomo: que habiendo hecho mención de cómo los apóstoles, y discípulos de Cristo nuestro Señor los mártires, y confesores, y todo el ejército de los verdaderos cristianos, siempre están armados, haciendo resistencia, y contradicción al demonio, y a los que hacen oficio de instrumentos suyos, desechando la paz falsa; que es principio de la guerra verdadera: y abrazando la justa guerra, y turbación; por donde se alcanza la paz, y la victoria gloriosa cristiana. … En estos fieles seguidores de Cristo, aunque caminaron por diferentes caminos, siempre fueron las virtudes muy semejantes, no siéndolo las maneras de pelear en sus gloriosas victorias. Y si tú cristiano piensas vencer sin pelear, triunfar de tus enemigos, y alcanzar la verdadera paz sin guerra, tente por flaco, y delicado soldado. Ejercítate pues, y mejora el esfuerzo, pelea fuertemente, con ánimo valeroso en las ocasiones, que se ofrecen, contra los que contradicen, e impiden lo bueno debajo de capa de falsa paz: perseverando en este ejercicio con poner de tu parte prudentemente lo que puedes, y debes: y haciéndolo así, te sacará Cristo nuestro Señor con victoria de los que injustamente se te opusieren, y te hicieren contradicción …

            (pág.631)  Desearon Adán y Eva el lleno, y la satisfacción cumplida del estado feliz, y bienaventurado, y la paz aparente, que ellos se imaginaron: y por dejarse llevar de este deseo engañoso, y mal fundado, perdieron la paz verdadera, y el colmo de bienes, de que gozaban, y los mayores que Dios les tenía guardados: como sucederá siempre, que la paz se buscare con quiebra de las leyes, y obligaciones propias, huyendo de hacerse cada uno guerra con la abnegación de las inclinaciones, y deseos que son contrarios a los que Dios le tiene ordenado, y quiere de él. Y cuando la paz se buscare por este camino, se hallarán en su lugar muy grandes turbaciones, sobresaltos, y amarguras, como ellos las hallaron. Así lo dijo Isaías hablando en nombre del desobediente, y desconcertado amador de sí mismo (Isaías 38). Cuando había de gozar de la paz, que yo me había imaginado, hallé muy crecida amargura, y pena. Esta paz desordenada, y engañosa es la que de ordinario apetece nuestro natural viciado, desde que  nuestros primeros padres se engañaron con ella; imaginando y prometiéndose, que ha de hallar la verdadera que satisface a nuestro corazón, por medio del cumplimiento de su propio parecer, y gusto, y con ella todos los demás bienes. Y no es dificultoso de creer, que son muchos los que caen en este lazo en el estado presente de la naturaleza viciada; pues es de tal condición, que los que gozaban en la justicia original de tan aventajada luz, y de otras muchas ayudas naturales, y sobre naturales, no se escaparon de él.

            Condenando S. Agustín esta paz falsa, que los hombres buscan guiados por razones inferiores, y rateras, condescendiendo con sus apetitos, y gustos propios, que es principio de las turbaciones, inquietudes, y quejas más dañosas. … No se busca entre los seguidores de Cristo paz, que sea principio, y semilla de guerra, de turbaciones, e inquietudes: como lo es siempre la de aquellos que dan fuerzas, y ayudan al escuadrón de sus pasiones: sino háceseles guerra a estos caseros, e íntimos enemigos, por medio de la mortificación cristiana, para alcanzar con este medio la paz verdadera del alma. Si esta resistencia debida, y justa hiciera Eva a la serpiente, y Adán a la serpiente, y a Eva ...contradiciéndole en lo que era contra el gusto de Dios, contra su obediencia y ley, no se les hubieran seguido a ellos, y a sus descendientes tantas ocasiones de turbación, e inquietud, y tantas pérdidas de la paz verdadera. Esto que les pasó a nuestros primeros padres les pasa a los que por huir las turbaciones y quejas, que se suelen seguir de remediar con celo santo las quiebras de las obligaciones propias: dejan de procurar lo mejor, y de cumplir con aquello a que están obligados: de donde resulta para adelante el crecer; y hacerse más peligrosas las mismas dificultades, y daños, que recelaron, y pretendieron imprudentemente escusar. No se atrevió Adán hacer resistencia a Eva, queriendo conservar la paz presente, y escusar el encuentro, y turbación que en aquello se le representó: de donde se siguió  el turbarse luego entrambos, perdiendo cada uno su paz, y quietud, para consigo mismo, para con Dios, y con su compañero: y de este imprudente deseo de no quererse turbar, y de no quererse hacer contradicción en la ocasión, que la verdad, y la justicia lo pedían: nacieron los daños, turbaciones, y quejas en ellos, y en sus sucesores, que habemos dicho.