lunes, 20 de junio de 2016

AL HACER EL BIEN


         1. GUIARSE COMO PRINCIPAL OBJETIVO  POR LOS BIENES  SUPERIORES O  ESPIRITUALES (lo cual llevará a poner los bienes materiales y espirituales en su orden, nunca anteponiendo los inferiores a los superiores; y a  desechar más claramente las vanidades y lo malo en sí mismo).

 

         A la hora de hacer el bien hay que descartar todo lo que no sea bueno en sí mismo, como alimentar vanidades, cooperar con malas costumbres o con el mal en general, etc.; pero,  además de que lo que se aporte sea bueno en sí (no solo en la superficial apariencia), la aportación de esos bienes, para que sea realmente buena, tiene que ser buena en su orden, no anteponiéndose los bienes de rango inferior como los materiales, a los bienes de rango superior como los espirituales; y para hacer esto adecuadamente, la persona tiene que dirigirse como principal objetivo, en cada una de sus acciones sean del tipo que sean, así como preferiblemente en toda su vida en general, por los bienes auténticos y superiores,  procurando que se dé Gloria a Dios, así como la salvación de las almas, con todo lo que conduce a ello como el que las almas vivan las virtudes sobre todo la principal que es la caridad. El tener este principal objetivo ayudará a anteponer adecuadamente los bienes superiores a los inferiores, así como a anteponer todo esto a lo que tiene que desecharse, como las meras vanidades y vanas complacencias, no buenas, en ningún orden, sino malas.

 

         2. TENER CLARO UN BUEN OBJETIVO PRINCIPAL  COLABORARÁ EN DEPURAR LA PROPIA INTENCIÓN Y OBLIGARÁ A LA ABNEGACIÓN PROPIA.        

 

         El guiarse, como principal o superior objetivo, por el bien de verdad de las personas, del que no perece, por encima de cualquier bien material, temporal, y por supuesto que por encima de cualquier vano interés,  obliga a la persona que brinda la ayuda a sobreponerse a fuertes tendencias  desordenadas propias que pueden surgir a la hora de hacer el bien, como sería la de la vanidad y la soberbia; ya que si uno se guiase por ejemplo solo por lo material, es posible que tuviera que hacer un esfuerzo material, pero, ¿dónde estaría la humillación (al menos en lo que respecta a los más  graves vanos intereses) de la que habla San Pablo refiriéndose a la caridad?; e incluso, al menos en muchos casos, ¿por qué motivo la persecución? En cambio, si uno piensa en el bien de verdad de las personas, esto enseguida le humilla saludablemente, al menos porque aunque suela haber buena demanda tanto de los bienes materiales necesarios, no suele haber tanta demanda de los bienes espirituales por muy necesarios e imprescindibles que estos sean, sino que incluso puede haber rechazo en muchas ocasiones, por considerarlos más bien impedimentos para poder conseguir aquellos bienes materiales que, aunque sean necesarios en su orden, quizá se pretendan desordenadamente, anteponiéndolos a los más importantes; así como por considerar los bienes espirituales, como hacer el bien de verdad, siempre contrarios a los vanos intereses que quizá estén esclavizando.

 

         Al menos por este motivo, para hacer el  bien hay que negarse uno a sí mismo, a los propios intereses vanos o desordenados, y negarse a poner la seguridad en lo material, en donde precisamente no está, por aparente que sea, etc.  Y cuanto más negado esté uno a lo vano y desordenado, más libre y dispuesto estará para actuar en un momento determinado guiado por la caridad. Y ni que decir tiene que al actuar uno bien, más conocimiento tendrá de las propias tendencias desordenadas, así como de las del ser humano en general; en cambio, si no se hace el esfuerzo de actuar bien de verdad, sino que se deja uno llevar por lo que alimenta intereses vanos o desordenados, tanto para uno como para los demás, es posible que no reconozca uno sus propias tentaciones, o no quiera reconocerlas, ya que precisamente son su guía de conducta, al menos en alguna medida, ya que en esto consiste precisamente la ley del mundo, llegando equivocadamente a pensar los que la siguen que ya son naturalmente buenos, sin tener que hacer esfuerzo alguno, y todo siguiendo sus apetencias e intereses temporales.

         Y cuanto más se conozcan estas tendencias desordenadas, mejor se podrán combatir, y se estará más alerta al respecto de ellas, ya sea de las propias, para sobreponerse a ellas, así como para no envanecerse: así como al respecto de las de los demás, ya sea para no verse envuelto en ellas, como también para procurar su superación y mejora,  sin juzgar por supuesto a nadie, lo cual ya no sería labor de uno, sino que procurando mejorar la propia conducta al respecto de todo lo que se vea, procurando no caer en ningún engaño; y si se cae, rectificar (no negándose a reconocer el error), lo cual es posible si se cuenta con la gracia de Dios para ello.

 

         Por supuesto que tener bien claro el principal objetivo por el que uno se guía, no impide, sino todo lo contrario, que uno se provea, dentro de lo racional, de lo material necesario y conveniente, e incluso que lo haga precisamente en un empleo, o trabajo, por ejemplo, en el que más directamente provea de algún bien  material a la sociedad, pero claro está que todo tiene que estar siempre dentro de su orden, teniendo bien claro el objetivo primero o principal, al que se deben supeditar los demás. Y así el bien material que se provea siempre tiene que ser necesario y conveniente, no malo ni injusto, ni perjudicial en sí; y debe proveerse mediante medios igualmente justos en todo el proceso; y, además, la persona siempre tiene que tener bien claras sus prioridades y su objetivo principal, ya que si se diese el caso de tener que elegir entre arriesgarse a ser despedido o cometer una injusticia, por pequeña aparentemente que fuese (que todo tiene su importancia; y, además, que por algo se empieza también en el camino del mal), sería mejor arriesgarse a ser despedido, lo cual tendrá claro, y podrá hacerlo con su voluntad (ayudado por supuesto por la gracia de Dios y si cuenta con la caridad), si tiene clara la jerarquía de sus objetivos, si no considera el cubrir las necesidades materiales como un fin en sí, sino como un medio para alcanzar bienes superiores, querido por Dios, pero siempre que se haga obedeciendo su santa Ley, sin preocupación excesiva, sin considerarlo lo prioritario, y confiando en la Providencia de Dios, así como llevando a cabo cualquier actividad según la vocación que Dios le brinde. Y nunca caer en el engaño del mal, aunque sea pensando que hay que hacer un mal, para mantenerse en un sitio o acceder a ese determinado sitio, por pensar que solo estando allí iba a poder hacer el bien. El mal siempre engancha y corrompe, y sin duda si uno se decide por el mal, aunque sea con la disculpa que sea (el mal, además, solo en grados avanzados  o en determinados momentos en los que ya no espere obtener nada o no tenga nada que perder, suele dar la cara claramente) siempre tiene consecuencias, es una infidelidad a Dios, y sin duda puede facilitar decisiones siguientes del mismo tipo, a no ser que la persona reaccione, si Dios le da Su gracia para ello. Y ya el primer Mandamiento exige estar uno dispuesto a perderlo todo antes que ofender a Dios (por supuesto que siempre actuando bien).

 

         Y no se puede uno fiar de que digan muchos que es normal, refiriéndose a habitual, el que todo el mundo vaya a lo suyo, es decir, que viva prioritariamente para sí mismo, y que persiga principalmente sus intereses temporales. Cuando la verdad es que todo el mundo cuando acude a recibir  un servicio vería muy mal, sobre todo si es un asunto trascendente, que la persona que lo brinda, anteponga sus propios intereses particulares y temporales, al bien que brinda; y teniendo en cuenta esto, podemos ver claramente lo que es mejor y más justo (Lc 12, 57 ¿Y por qué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo?). Una cosa es la opinión que alguien dé superficialmente a otro para satisfacer sus intereses desordenados, y por no querer complicarse, o incluso que la dé por seguirlo él mismo y para disculparse o aplaudirse a sí mismo; y otra lo que es de verdad justo, y cada uno reconoce claramente llegado el momento.  Y ni que decir tiene que el que actuase justamente, aunque se arriesgase a una pérdida temporal por Dios, ganaría en todos los terrenos, ya que Dios nunca defrauda si se confía en Él y en Su Palabra. La ley de Dios es la Verdad  y el que actúa bien según ella, nunca anteponiendo sus intereses propios temporales al bien de verdad, nunca queda defraudado.

         La ley de Dios,  la Verdad,  favorece todo lo que es bueno y justo (no al estilo mundano), aún en lo temporal, por supuesto que en su orden, es decir, no idolatrando lo material, ni anteponiéndolo a bienes superiores (y de hecho los graves problemas temporales vienen precisamente, incluso por medios ordinarios,  de no seguir la Ley de Dios). El ciento por uno promete Jesucristo, aún en esta vida, a los que dejen unos ciertos bienes importantes por Él (aún con persecuciones), y eso además de la vida eterna, que es lo principal. Está claro que las ventajas de los buenos, aún con persecuciones, ya comienzan en esta vida.

         Y siempre se sale perdiendo al desechar un justo y mejor objetivo; entre otras cosas, se disminuye la razón al desechar lo sobrenatural, que debía dirigir o ilustrar.  Si tenemos un óptimo objetivo principal de nuestras acciones es que contamos con la gracia de Dios, con la caridad (esto ilumina la razón; lo sobrenatural ilumina y guía lo natural), y no cabe duda de que se quedaría disminuida la razón al no contar con esta ayuda sobrenatural, si contase solo con lo natural, y tendería a confundirse por el efecto del amor propio, al no tener la virtud. Ya que lo meramente natural, sin ser malo en sí mismo, sin la ayuda de la gracia, se decanta fácilmente hacia el amor propio, y hacia lo desordenado. 

         Y dado que al prójimo hay que brindarle algo bueno de verdad, es posible que queden sus vanidades sin alimentar y humilladas. Y esto no se hace sin enterarse la persona.  Pero ya lo dijo Jesucristo, no he venido a traer paz, sino espada. Jesucristo no viene a seguir la ley del mundo, de adulaciones falsas, etc., sino la ley de la Verdad, que desmonta todo eso. A la persona que se le brinda un bien, por encima de sus vanidades, se le brinda un bien, aunque, después de su primera reacción, ella puede acogerlo o rechazarlo finalmente; se le brinda una posibilidad de reconocer, quizá ante el estruendo de su propia reacción, que algo no iba tan bien como creía, ya que de otro modo, las circunstancias no le hubieran hecho desestabilizar de ese modo; y todo esto junto al bien del buen ejemplo y valentía de anteponer lo más importante a lo vano, así como su efecto, sin duda conforme a la bondad real de la acción, con los méritos de Jesucristo. Y sería posible que reaccionase finalmente bien, no queriendo decir que esto sea lo más frecuente; aunque por supuesto que si no se hubiese llevado a cabo la buena acción que humillase sus vanidades, sería mucho mas probable que continuase esclavizada por las mismas, aún sin enterarse.  Dice Jesucristo que ha venido para que los que quieran, tengan vida eterna; ya se sabe que no todos van a querer; pero si no hubiese venido Jesucristo, para nadie hubiese sido posible. 

 

         El cristiano puede y debe, en todo lo que el Señor le brinde (lo cual ya incluirá un buen discernimiento de aquello a lo que prioritariamente se ha de dedicar, etc.), llevar a cabo todo tipo de obras buenas, siempre que no se trastoque el orden querido por Dios, es decir, que siempre que se antepongan los bienes que no perecen a los que sí perecen; que se anteponga el alma al cuerpo (los dictados del alma racional a las apetencias del cuerpo).

 

         Hay gente que piensa que hace el bien, pero realmente no lo hace, o lo que hace lo hace por sentirse naturalmente bien en el plano material; por sentirse complacido, halagado, por la expectativa de conseguir un halago, o incluso un dominio sobre la otra persona. Cuando alguien se queja, por interés personal, por creer que ha hecho un bien, y no ha sido correspondido, es posible que sea por no respetar el recto orden, con lo cual no puede depurar su intención. El que actúa bien de verdad, sabe por qué lo hace, y tampoco se extraña de la reacción de la otra persona, pudiendo incluso esperarla como más probable, lo cual puede terminar haciendo con facilidad, aunque siempre habrá dificultades si no es en un asunto, es en otro, que se podrán superar con la gracia de Dios. 

 

         Solo podremos sobreponernos a la tentación de la vanidad y de la soberbia, si respetamos este orden, ya que es el único objetivo que nos obliga a ello, al menos en su totalidad o en un grado importante, lo cual podremos hacer únicamente con la gracia de Dios, por superar ya esto las meras fuerzas de la naturaleza.  Y así decía San Bernardo que solo con la ley de Dios, se puede superar el amor propio desordenado. Solo con la virtud de la caridad se puede superar la soberbia, y solo con la caridad se puede uno negar a sí mismo (en lo vano y desordenado). Y así el perfeccionismo, secundario al amor propio, podría hacer superar otras tentaciones, quizá en aspectos superficiales, o más bien cambiándolas por otras; pero con respecto a combatir la soberbia no puede nada, sino al contrario, ya que precisamente es todo guiado por ella. Y no se puede superar la soberbia por egoísmo, ya que esto sería un contrasentido, y un imposible.

 

         Una persona por sus meras fuerzas naturales puede dar de comer a otro, no cabe duda, pero hacer el bien de verdad sobreponiéndose a la propia vanidad y soberbia ya requiere una fuerza sobrenatural, que lo posibilite en la voluntad, e incluso quizá para que lo pueda ver con su entendimiento.

 

         Y con este planteamiento, lo que Dios diga, ya que nosotros, por nosotros mismos, no podemos considerar todos los factores implicados en cada caso y en cada situación, tanto presentes como futuros, como sí lo hace Dios.  Y así con este recto orden, nosotros no acertaríamos si Dios no nos previniera con su gracia, poniéndonos buenos pensamientos (no eliminando, por supuesto, nuestra cooperación), y nos ayudase también, además de en el entendimiento, en la voluntad,  poniendo en nuestras manos las obras a hacer.

 

         Si no se buscan los bienes eternos o lo que conduce a ellos, y si no se anteponen a los bienes terrenos y temporales, no se tendrá uno que sobreponer al egoísmo propio. En cambio si se anteponen los bienes eternos a los temporales, se tiene uno que necesariamente sobreponer.

         Hacer el bien no es hacer al otro un mero receptor de cuidados materiales, lo cual en muchas ocasiones no tendría mayor dificultad, ni obligaría a sobreponerse a los más arraigados intereses egoístas. No se puede tampoco alimentar al otro en sus vanidades y pasiones, como rencor, deseo de venganza, odio, rabia, etc., aún en formas más paliadas.

 

         3. DIFICULTAD DE LLEVAR ESTO A CABO

 

         ¿Y de dónde viene la dificultad para hacer el bien? Al menos en parte, precisamente de esta contrariedad entre el querer del alma, y los apetitos del cuerpo; entonces, si queremos hacer el bien al alma de una persona, tenemos que mortificarla en sus vanas apetencias; la propia conducta correcta ya mortifica las vanidades de la otra persona, aunque solo sea por contrariarlas y no alimentarlas (sin necesidad, al menos no siempre, de hacer algo concreto en positivo para ello), ya que si uno actúa correcta y bienintencionadamente ya no se dedica a alimentar vanidades de nadie por interés, sino que se encamina prioritariamente a lo que considera mejor para la persona, a lo que considera mejor para su alma; y, en parte por esto, el actuar guiándose por el bien del alma de una persona obliga también a mortificar las propias vanas apetencias, ya que lo que se le diga no será lo más fácil, cómodo, o vanamente apetecible, sino que esa persona deberá mortificar su vanidad, soberbia, rabia, ira, etc. No sería amar al prójimo como a uno mismo, el mortificar uno su propia vanidad y alimentar la de los demás.  La vanidad no es ningún bien, ni siquiera relativo, sino siempre un mal.

 

         Hay gente que es infiel, por ejemplo, desobedeciendo normas de la Iglesia y pone como excusa un falso motivo que consiste en complacer a alguien en sus vanas apetencias de vanidad, comodidad, u orgullo, lo cual claramente perjudica el alma del que es así vanamente complacido.

         Si se respeta el orden querido por Dios, enseguida uno se encuentra con la persecución y la Cruz. El discípulo de Jesucristo siempre será perseguido. Si uno busca la salvación eterna de una persona, y todo lo que conduce a ello (vivencia de las virtudes, sobre todo la caridad, etc.) esto obligará a anteponer esto a vanas apetencias de la otra persona y propias, pero será bueno realmente para todos.

 

         El planteamiento de anteponer lo superior a lo inferior supone enfocar todo de forma prácticamente contraria a como el mundo lo enfoca. Y puede llevar fácilmente a ser acusado de malo, ya que si le hablamos a una persona de perdón, por ejemplo, ella quizá acusará a  uno de  ponerse en exclusiva del lado del otro, de acusarle de algo, etc., cuando en realidad con el perdón se hace el bien a todos, etc.

 

         Hay que desechar cualquier interés particular interesado, y no hacer nada por ser vistos, ya que de otro modo no se tendría ningún mérito, además de hacer mala la acción en sí, y sin duda diferente a lo que sería con un recto objetivo.

 

         Y por supuesto que el encaminarse por los bienes más importantes no es posible sin guiarse y ejercitar la virtud de la caridad, que es la única con la que se pueden vencer las dificultades de esto, ya que por ejemplo la persona a la que se puede pretender ayudar, puede demandar que se le alimenten sus vanidades, o bien demandar bienes materiales necesarios, aunque de forma desordenada, como anteponiéndolos a todo (Jesucristo no nos prohíbe el buscar los bienes materiales necesarios, pero sí el ponerlos en primer lugar e inquietarnos irracionalmente por ellos; se pueden poner unos medios racionales, y confiar en la Providencia de Dios, siempre guiándonos por el primer objetivo que Jesucristo nos señala al decirnos que busquemos, en primer lugar, el Reino de Dios y Su Justicia; y que trabajemos por lo que no perece); y porque para brindar bienes espirituales hace falta también sobreponerse uno a la propia vanidad (u otros intereses desordenados), ya que quizá se tiene que contrariar a la otra persona en sus apetencias no rectas, al desechar lo malo y al anteponer bienes, que es posible no solo que la persona no demande, sino que rechace, sabiendo que le contrarían sus vanidades, así como quizá su búsqueda desordenada de bienes materiales.         

 

         4. EL PAGO TEMPORAL QUE SE PUEDE RECIBIR.

 

         Y no cabe duda de que el respetar esta jerarquía de bienes y anteponer los más importantes, guiándose por ellos, también es motivo para despertar la oposición, siempre saludable y según el plan de Dios, que despiertan en este mundo las auténticas buenas acciones, que se oponen tanto a la satisfacción de bienes de rango inferior incompatibles con los de rango superior, como a la satisfacción de vanidades y de ciertos intereses malsanos, llegando el mundo a no soportar lo que le podría hacer peligrar o poner en cuestión sus  intereses vanos o desordenados; demostrándose con ello que el hombre siempre conserva la capacidad, al menos generalmente y al menos en alguna medida, de reconocer el bien y la verdad, aunque no lo siga, además de la esclavitud que ocasionan las tendencias vanas y desordenadas al seguirlas. 

        

         No es, pues, de extrañar el pago por las buenas acciones, que se puede recibir de otras criaturas, que puede consistir en juicios, condenas, etc.; por supuesto que fuente de liberación de las esclavizantes ataduras de este mundo (dadas las existentes estructuras de pecado fruto de las tendencias desordenadas de las personas humanas consecuencia del pecado original).   

        

         5. EL ACTUAR BIEN CON INTENCIÓN DEPURADA EVITARÁ  SER MANIPULADO Y ENGAÑADO (Y ESCLAVIZADO). RESPETO AUTÉNTICO POR LAS PERSONAS.        

         El tener en cuenta esta jerarquía en los bienes que uno procura, así como el tener clara  la finalidad principal por la que uno se mueve, es fundamental, no solo para que las acciones sean  buenas realmente, tanto para uno, como para los demás, y den gloria a Dios; sino que también evitan el ser manipulado o engañado (o tentado), ya sea con vanidades como con bienes aparentes que en realidad son males disfrazados ya que perjudican lo fundamental; y también es fundamental para ejercitar la auténtica libertad de encaminarse al bien auténtico, y no dejarse llevar por el mal aunque esté revestido de bien, o tenga una apariencia, o conduzca meramente a la satisfacción del propio egoísmo, que no al bien.

 

         Un buen planteamiento, con un claro objetivo principal, el cual ordena la jerarquía de  bienes por los que uno se guía, además de evitar ya los que son males en sí como alimentar vanidades, evitará el no infrecuente “no he recibido más que palos por ser bueno” (utilizado en ocasiones como disculpa para no decidirse a ser bueno de verdad), refiriéndose frecuentemente con esta frase no al perjuicio, en aspectos superficiales o materiales, saludable (que en realidad es liberación), derivado de una auténtica buena acción, sino más bien a haberse quizá dejado manipular a la hora de complacer a otras personas, sin por supuesto haber pensado en su bien de verdad, sino más bien en alimentar sus caprichos y vanidades o intereses materiales, quizá desordenados, sin más, no llevando, claro está, este objetivo, a superar ninguna de las propias tendencias o intereses desordenados, con lo cual uno tenderá a quejarse cuando ve estos intereses defraudados, quizá sin entender todavía que lo que hizo, lo hizo por intereses vanos o desordenados, propios y de la otra persona, pero no por el bien de verdad de la otra persona, ni de nadie, tampoco reportándole esto, claro está, ningún bien a sí mismo, sino daño, con el peligro además de dificultarle el reaccionar, si no se decide a examinar con sinceridad sus auténticas  intenciones, sino que deja que se creen rencores al ver sus intereses defraudados, creyéndose todavía haber actuado bien (cuando su acción no favorecía el desarrollo de bienes auténticos en otras personas). Si uno realmente hubiese actuado bien de verdad, y hubiese por ejemplo recibido recriminaciones por ello, ya no lo expresaría con pesar, sino con alegría de haber sido capaz de haber hecho el bien, y de haberse vencido a sí mismo,  y más bien sintiendo las ocasiones en las que no lo hubiese hecho así, pero no sentirá, en lo que a sus intereses respecta, las respuestas de las otras personas hacia sí, sino que más bien lo sentirá por ellas  mismas si cree que no están actuando bien;  y no verá el comportamiento de las otras personas en función de sus propios intereses, sino por ellas mismas, y pensando en su bien, sin juzgarlas. RESPETO AUTÉNTICO POR LAS PERSONAS EN SU DESTINO ETERNO Y es que el actuar bien, y ordenadamente también lleva a respetar auténticamente a las personas en su destino eterno, ayudándolas a servir a Dios y a la Verdad, y no mirándolas como objetos al servicio de los propios intereses, como vanidades. Y es que no hay auténtico respeto sin bondad, ya que no se le puede llamar respeto a la persona si no se considera el fin último al que está llamada, sino que se pretende degradarla de esto.

 

         Repitiendo un poco la idea, hay gente que se queja de ser tratado de “tonto” si hace el bien, refiriéndose en muchas ocasiones a haber sido manipulado, y esto se debe precisamente a no haber guardado un orden en el bien que hacía, no anteponiendo los bienes del alma a los del cuerpo, con lo cual no depura su intención y la persona siempre sigue queriendo algo terreno para sí, que al quedar defraudado, produce la queja. La solución no es seguir haciendo ese tipo de “bien”, que en realidad es mal, sino uno más depurado, con una intención más recta y pura, con lo cual podrá depurar más su intención, hacer el bien de verdad,  y aumentar su libertad. Nunca se puede desconfiar de la Palabra de Dios; y actuar uno bien, conforme a lo que Dios inspire, estando en Gracia de Dios, siempre será beneficioso, aunque se tenga que pasar por la mala reacción de alguien que quizá pretendía injustamente dominar, etc.; en cambio si se actuase meramente para no disgustar a una persona, ya se estaría claudicando con respecto a actuar bien, y se estaría eligiendo una falsa paz, y esto, sin duda tendría sus efectos también sobre la otra persona, ya que no se habría pensado en su bien de verdad, ya sea  por no complicarse o por otro interés vano o bien meramente temporal y desordenado. 

          También daría lugar a ser manipulados el pensar solo en el interés material de uno, como el no complicarse, a la hora de evaluar un asunto. Y así uno no puede guiarse por meras apariencias, y aceptar cualquier medida porque “a mí no me molesta”, o “a mí me interesa”, sino que hay que ver si la acción es buena o mala en sí misma, y qué bienes puede perjudicar, así como qué bienes vulnera por la posibilidad de abrir una puerta a perjuicios mayores. Y está claro que es el egoísmo el que hace caer en la manipulación, siendo, además, erróneo este planteamiento egoísta, siquiera con respecto al interés particular material, dado que con ese enfoque no se evalúa correctamente ni cercanamente a lo que pueden dar lugar dichas medidas, o cómo pueden progresar, etc., cayendo uno fácilmente en un engaño en todos los sentidos.

         Por ejemplo si se refiere que se está tratando de mejorar un problema material, cierto o supuesto (los bienes materiales exteriores a las personas están por supuesto por debajo de las personas), y se ve que la supuesta solución no es buena en sí misma u obliga a actuar mal, o afecta indebidamente a bienes de rango superior, está claro que no es un buen planteamiento. No puede uno en la vida guiarse por meras apariencias, ni colaborar en algo ciegamente, teniendo en cuenta, además, que el mal, en muchas ocasiones, o casi siempre, no se presenta como tal en toda su crudeza, sino que pretende presentarse como bien, y también con la apariencia de querer ocasionar un bien, aunque se guíe realmente por intereses particulares y vanos; por eso que tendremos que, además de ver si algo es bueno en sí mismo, incluyendo si es bueno en todos sus elementos o partes, tendremos que ver si es bueno en su orden, es decir, que con ello no se causen o  prevean mayores perjuicios, o males por afectar a asuntos de rango superior, lo cual podremos ver bastante claramente si tenemos esto en cuenta, al guiarnos por hacer realmente el bien, ya que en esto es más difícil el engaño, ya que se trata de hechos más evidentes en los que claramente se ve en lo que afectan ciertas medidas a las personas, y sus derechos, tanto directamente en el momento en que se dicten las medidas, como mediante la vulneración de dichos derechos teniendo en cuenta las puertas que abren.  Y tenemos que tener muy claro que el mal no se cura con hacer un mal en bienes de rango superior (lo cual, además, sin duda, traerá consecuencias). Y el mal nunca se cura con inmoralidad, sino precisamente fomentando la moral auténtica, que es lo que muchos intereses creados no quieren hacer, porque esto no les acerca a manipular a las personas, ya que la persona que se guía por hacer el bien por encima de sus intereses temporales es menos manipulable, y ello puede contrariar a ciertos intereses vanos y desordenados.

         Además de estos tipos de manipulación, la persona que no ha depurado su intención, y por tanto sigue decantándose prioritariamente por sus intereses vanos y desordenados, puede ser manipulada de muchas maneras, ya que estos intereses vanos y desordenados la esclavizan, y entonces podrá ser manipulada más fácilmente por alguien que tenga en su mano algo que esta persona quiera vana o desordenadamente, o bien que se lo pueda quitar. En cambio, si uno se guía por hacer el bien por encima de sus intereses temporales, ya se dejaría manipular con mayor dificultad, aunque siempre habría que estar alerta al respecto de esto, ya que el engaño puede ser muy sutil, pero la mejor manera de hacerlo no es saber más, sino precisamente tener mejor intención, por supuesto que estando en Gracia de Dios, y contando con que Dios nos librará precisamente de lo que supere las fuerzas de uno. De ahí que hacer el bien de verdad no interese el fomentarlo a muchos intereses creados, como  sí le interesa el debilitar y esclavizar a la persona, degradarla y corromperla. Al hacer el bien de verdad uno ya no quiere algo para sí como sea (no quiere algo pasando, por ejemplo, por actuar mal si hiciera falta para conseguirlo); y al actuar bien, uno se plantea acerca de la bondad y efecto de sus acciones, no mirándolas meramente según sus particulares intereses.   

         Y, por lo mismo, uno, si no depura su intención, sino que se guía, en definitiva, por sus intereses vanos y desordenados, será mucho más fácilmente engañado, incluso en el terreno espiritual, ya que tenderá a acoger y aceptar todo aquello que halaga sus pasiones e intereses vanos y desordenados, o lo reafirma en ellos; antes que lo que es bueno y verdadero, lo cual le exigiría sobreponerse a dichos intereses malsanos, y prescindir de ellos. De hecho los herejes de todos los tiempos siempre han halagado las pasiones, como principal método para extender su corrupta doctrina; en cambio, jamás se verá la abnegación mandada por Jesucristo fuera de la doctrina católica, aunque puedan otros prescindir de ciertas cosas, pero nunca dejarán de hacerlo por algún interés temporal (aunque no fuera del todo tangible, como un mero reconocimiento, autocomplacencia, etc.), y no por  hacer el bien, por amar de verdad. No cabe duda de que la abnegación no es un simple esfuerzo o una simple renuncia de algo (quizá para conseguir algo que interesa más, también en el terreno temporal), ya que entonces todos serían abnegados; igual que no todo sufrimiento o cruz  viene por haber sido fiel a Jesucristo. 

         Y, por supuesto que uno al afrontar un tema no está igual si ha sido fiel o infiel a Dios en los pasos anteriores, aunque siempre se puede dejar de obrar mal, con la gracia de Dios. Pero el pecado normalmente va produciendo ceguedad, y en lo que no está ciego del todo, aunque sí quizá menos consciente, o con menos posibilidad de reaccionar, hay una tendencia a querer disculparse, y para ello le viene de maravilla que le digan que por ejemplo Dios es muy bueno, y por eso (lejos de que le digan que como es muy bueno, quiere que la persona también lo sea, llevando a cabo las acciones que Él le brinda) finalmente la salvará, y que los preceptos no son tan severos; todo muy al estilo humano, no divino.   

 

         Y el que quiere manipular nunca va a fomentar la integridad de las personas, ya que mal manipularía así; no va a fomentar que la persona se guíe por hacer el  bien por encima de sus intereses, sino que precisamente fomentará que se decante por sus intereses desordenados para poderla manipular al tenerla corrompida y degradada, y esclava de sus pasiones. Y con que la haga flaquear en algo, realmente ya la tiene cogida en todo (no quiere decir que en todas las variedades, pero sí en todos los tres grandes grupos de intereses desordenados). Si no se obedece a Dios, y si no se está en gracia de Dios, sin duda se es esclavo del demonio, ya que no hay opciones intermedias, ni neutras. Si uno vive para sí mismo, ya es esclavo del demonio; y no vive para hacer el bien, ya que para vivir para hacer el bien tendría que obedecer a Dios.

         6. EL HACER EL BIEN, Y EL VIVIR LA CARIDAD PERMITIRÁ EJERCITAR LA PROPIA LIBERTAD.

         El actuar con un objetivo principal idóneo y claro, llevará también a vivir la auténtica libertad, ya que esto liberará de ser esclavos de las propias tendencias desordenadas, así como del quedar atrapado en las de los demás, aunque esto no se alcanza de una vez para siempre, sino que la lucha dura hasta el final de la vida, pero no cabe duda de que se van evitando ataduras innecesarias y se va uno desprendiendo de las que equivocadamente hubiere contraído. Y ya más difícilmente alguien, aunque intente estimularlas, logrará esclavizar con ellas; entre otras cosas porque se estará más sobre aviso, y porque al ir viviendo la caridad, también se contará con más gracia de Dios, etc.

         7. SE INTENTARÁN SOLUCIONAR LOS PROBLEMAS EN SU ORIGEN; NO EN LA SUPERFICIE Y QUIZÁ AÑADIENDO NUEVOS MALES. Al querer hacer el bien de verdad no se verán los males solo en la superficie ni se pretenderá su solución, al menos solamente, en la superficie, sino que se atenderá a su origen, en donde siempre nos encontraremos la influencia de lo moral, pero, como decíamos no a todos interesa esto, no todos quieren realmente la solución de los problemas o el coste que ello conlleva para su vanidad, etc. ; e incluso muchos utilizan los problemas como disculpa para hacer crecer, e implantar, lo inmoral.

         8. ANTE CUALQUIER CIRCUNSTANCIA QUE SURJA, SE PENSARÁ EN EL BIEN DE VERDAD DE TODOS LOS IMPLICADOS, Y NO EN LOS INTERESES VANOS O DESORDENADOS DE VARIOS DE LOS IMPLICADOS.  Al hacer el bien se podrá reaccionar mejor ante una contrariedad, o adversidad, o ante una agresión de otra persona, ya que se pensará en el bien de verdad de todos los implicados por encima de las conveniencias temporales propias, o de las de otra persona o grupo de personas implicado en el asunto o afectado por él. Por ejemplo ante una agresión quizá habría la tentación de pensar solo en el orgullo o salud física de uno; o bien se podría uno sentir mundanamente obligado, por interés vano, a resarcir el orgullo de otra persona quizá agraviada; enfoques que serían erróneos, malos con respecto a la salud del alma, y que también podrían tener consecuencias materiales, incluso físicas, ya que la injusticia no tiende a frenar una agresión. Por supuesto que hacer el bien de verdad no tiene nada que ver con arriesgarse inútilmente, sino que con una real buena intención uno tenderá a saber mucho mejor lo que debe y se puede hacer (incluso si tuviese que salir corriendo si, por el bien de todos, eso fuese lo mejor; y quizá pudiendo avisar a alguien, etc., nunca haciendo nada por evidente egoísmo, o por indiferencia hacia el prójimo, que también es egoísmo), contando con la gracia de Dios. No cabe duda de que con buena intención uno verá mucho mejor la situación. Y el supuesto agresor tenderá a aliviarse ante el efecto de esto y al ver que alguien piensa en su bien de verdad por encima de los propios intereses temporales, como vanidad, etc. Si uno solo pensase en una parte de los implicados no podría pensar en su bien de verdad, sino que necesariamente pensaría en sus vanas complacencias o en sus intereses temporales, por encima de su bien de verdad (sin ir más lejos ya no se le estaría ayudando a superar su orgullo u otros intereses vanos o desordenados al ayudarlo a guiarse por el bien de verdad del otro y de todos). Y ante una contrariedad o adversidad de otro tipo, igualmente, también es bueno no enfocarlo desde los vanos o desordenados intereses, sino que pensando en hacer el bien según Dios, pensando quizá en la oportunidad que dicha circunstancia brinda para ello.

         9. AL HACER EL BIEN NO OBSESIONARSE CON RESULTADO CONCRETO ALGUNO por bueno que pareciese, dado que esto sería desordenado; y podría hacer pensar a alguien en querer recurrir a medios desordenados, malos en sí o malos en su orden, pretendiendo conseguir lo que equivocadamente considera imprescindible. Al actuar según Dios hay que confiar; Dios nunca defrauda. Y el obsesionarse con querer conseguir algo, que ya no está en la mano de uno, hablaría de  que hay que depurar la intención, ya que seguramente se está buscando algo temporal para uno, aunque solo sea el querer ver el resultado de las acciones. Hay que confiar en el efecto del bien en sí mismo, aunque no se vea, aunque, al menos en muchas ocasiones, se ve, al menos algo, lo cual también ayuda a seguir discerniendo en las siguientes acciones, y aprendiendo, no por curiosidad, sino lo conveniente.  

         10. HACER EL BIEN DE VERDAD AYUDA A BUSCAR LA SALVACIÓN ETERNA PROPIA

         Por supuesto que si uno busca la salvación propia tiene que hacerlo bien, no con actos malos en sí mismos; y tiene que amar  de verdad a los demás. No se le puede ofrecer a Dios algo malo; no se puede, por ejemplo llevar a cabo un acto de indiferencia hacia el prójimo, aunque sea brindándole un bien material, y decir que uno lo hace por Dios, ya que esto no se puede ofrecer a Dios por ser malo en sí mismo, contrario a la razón y contrario a la verdad. Y, además,  el no crecer en la virtud de la caridad supondría un riesgo importante para poder caer en otras mil tentaciones y errores.

         Para salvarse eternamente hay que hacer lo que Dios manda. Y no nos equivocaremos si en todo seguimos las inspiraciones de Dios, y las obras que Dios pone en nuestra mano para hacer, por supuesto que asegurándonos, para un mejor discernimiento, con todos los medios a nuestro alcance, como frecuentar los Sacramentos, y hacer oración (por supuesto que estando en Gracia de Dios), etc.

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