LO QUE
RECOMIENDO A LOS QUE NO ESTÁN OBEDECIENDO A DIOS.
A LOS QUE NO HAN PERDIDO LA FE, AUNQUE SÍ LA GRACIA.
La Gracia de
Dios se pierde con un sólo pecado mortal; no así la fe. Y al perder la Gracia de Dios la persona
no puede vivir la Caridad,
el amor de verdad, ya que el amor de verdad es exclusivo de Dios y sólo puede
vivirse cuando Dios habita en uno por la Gracia, cuando uno participa de la vida divina.
Es una pena
que estando llamados a participar de la vida divina, nos quedemos viviendo la
vida meramente natural, sin posibilidad de participar de lo más elevado en lo que puede participar un ser humano. De
todas la obras buenas de verdad, Dios es el autor primario, pero Él, en su
infinita bondad, nos brinda el poder colaborar en ellas como autores
secundarios. Si no se está en Gracia, todo esto es imposible y no es posible
llevar a cabo ninguna obra meritoria de vida eterna; estando en Gracia de Dios
sí podemos ser autores secundarios de obras de caridad, y merecer méritos para
la vida eterna.
Por eso se
dice que el pecado mortal destruye en la persona la caridad, y el pecado venial
la debilita.
El permanecer
estando sin la Gracia
de Dios es estar en un tiempo sin posibilidad alguna de merecer, por lo que hay
que apresurarse a salir cuanto antes de este estado, siempre con la ayuda de
Dios.
Y para salir
del estado sin Gracia de Dios , aún conservando la fe (aunque se trate de una
fe muerta), a lo que hay que recurrir es a la Confesión Sacramental,
y para ello es fundamental el arrepentirse de los pecados, el arrepentirse, y
dolerse de haber cometido un pecado, una ofensa a Dios, un pensamiento, deseo,
obra u omisión contrario a la ley eterna, contrario a la verdad, y a la
justicia. No se trata, pues, de sólo decir los pecados al confesor (aunque ésta
sea una parte imprescindible), sino que hay que arrepentirse. Y para rechazar
el pecado, hay que abrirse a la
Verdad, al Bien y a la Justicia, es decir,
convertirse. Una de las formas en las
que se demuestra el arrepentimiento es en el propósito de la enmienda.
Lógicamente no demuestra arrepentirse el que vuelve a caer en lo mismo con suma
facilidad, sobre todo si se trata de cosas graves. Y hay que ir a la raíz de
los pecados, ya que en los pecados, siempre se prefiere a la criatura al
Creador, siempre se prefiere al Bien de Verdad el pasar un buen rato, o
evitarse una dificultad o esfuerzo, o quedar bien con alguien, o no complicarse
con alguien. Por eso que uno no puede quedarse en la manifestación externa de
lo que hizo, sino que tiene que ir a la raíz, al corazón, a saber que ha
elegido el egoísmo, que puede ser en la forma de complacencia a sí o a otros, y
no el amor de verdad; y decidirse a elegir el amor de verdad en los siguientes
pasos en su vida.
Mucha gente no quiere arrepentirse, ya que
para arrepentirse hay que humillarse, y hay que decir, lo hice mal, pedir
perdón, y proponerse su no repetición. Y no es arrepentimiento el pensar
todavía que uno lo hizo bien, o que estuvo totalmente justificado lo que hizo
dadas las circunstancias. Además, como
dice el Apóstol, así como la ciencia hincha, la caridad humilla. Hay que
humillarse para vivir el amor de verdad, para hacer el bien de verdad, ya que
para elegir el Bien, la Verdad,
y la Justicia,
hay que sobreponerse al amor propio desordenado, a la soberbia, (y sólo se
puede uno sobreponer a la soberbia con la Ley de Dios, como decía San Bernardo).
A LOS QUE HAN
PERDIDO LA FE,
ADEMÁS DE LA GRACIA.
Hasta grados
muy avanzados, por la bondad de Dios, sigue quedando siquiera un resquicio de
fe, aunque sea en el fondo, y aunque la persona ya manifieste externamente que
no cree. La persona, por la infinita Bondad y Sabiduría de Dios, recibe muchos
avisos y llamadas en la vida; sufre en la vida muchas situaciones que le
obligan a enfrentarse a su realidad, y que le dificultan el seguir viviendo con
planteamientos superficiales y falsos.
Si, por ejemplo, la persona, ante un revés en la vida, ante una
enfermedad, etc., se atreve a ver lo que Dios, a través de su interior, le
dice, podrá acercarse a Dios. Pero, para esto, también se necesita la humildad
de reconocer que uno ha estado equivocado, atreverse a reconocer que uno ha
perdido el tiempo inútilmente con su egoísmo, el cual no ha servido ni a sí
mismo, ni a nadie, sino que, por el contrario, ha hecho daño a todo el mundo, y
a sí mismo. Uno tiene que pensar que mejor es haber perdido el tiempo, muchos
años o casi toda la vida, que perder la vida entera; siempre hay que pensar que
mientras hay vida se puede rectificar. Que si uno no rectifica en esta
situación, no por no querer rectificar, la situación va a mejorar, sino que si
no se rectifica es posible que uno continúe ciego
hasta el final, hasta cuando ya no se pueda rectificar, aunque ahí ya sí
que uno se enfrente con la realidad, al terminar lo ilusorio de esta vida terrena.
De Dios
provienen los propósitos de volverse a ÉL, y el ir dando los pasos necesarios,
incluida también la
Confesión Sacramental. Con la Confesión Sacramental,
se recuperaría automáticamente la
Fe y la
Gracia, y se recuperarian los méritos ganados antes de perder
la Gracia.
Habría que confesarse de todo aquello en
lo que uno ha faltado contrario a la
Caridad porque hay que saber que todo lo que los Mandamientos
de Dios prohíben es porque es contrario al amor de verdad, aunque produzca
vanas complacencias, o alimente superficiales intereses.
No puede creer en Dios, tener fe, el
que busca quedar bien ante los otros, no buscando la gloria de Dios, el que no
actúa bien, justamente, el que no se encamina a la verdad, a la justicia, el
que no vive el amor, ni lo intenta, sino que va a lo suyo, buscando en todo sus
particulares intereses, queriendo por ejemplo no tener problemas con nadie, aún
a costa de la verdad, del amor y de la justicia, o queriendo pasar un buen
rato, sin importarle lo que podría hacer de bueno en ese rato. El que actúa mal
es el que no se plantea la vida para hacer el bien de verdad, sino que se
dedica a buscar sus intereses, como entretenimiento, quedar bien ante los demás
o ante sí mismo superficialmente, etc.
Es digna de lástima una vida no
encaminada por Jesucristo. Piensan que ganan los que piensan en sí mismos, ya
que quizá consigan algunos aparentes bienes temporales, como pasar un buen
rato, disfrutando quizá con los amigos, haciendo compras, viajando, pero no
saben los bienes auténticos y espirituales que se pierden, ya que ven que el
que actúa bien tiene que hacer renuncias de cosas algunas aparentemente
apetecibles materialmente hablando, pero no ven lo que ellos ganan, a pesar de
las persecuciones que tengan que sufrir y algunos otros perjuicios mundanos,
materiales, y temporales. No ven tampoco los que van a lo suyo que todos estos
perjuicios que tienen que sufrir los buenos, Dios los convierte en bienes, ya
que para el justo todo sucede para su bien (esto está prometido por
Jesucristo). Está claro que sólo funciona la Doctrina de Jesucristo.
El egoísmo no funciona: lo que se obtiene de ello es pasajero, no lleva al bien
de verdad; los buenos aparentes ratos pasados o disfrutados abren la puerta al
vacío del corazón, al hastío; con el egoísmo uno anda perdido, sin un buen
rumbo que le permita orientar bien su vida, o que le permita afrontar bien una
situación.