lunes, 26 de septiembre de 2016

Aprovechar la vida ( 26 de septiembre de 2016)


            Uno aprovechará su propia vida si la utiliza para buscar y hacer el bien de verdad. Y para hacer el bien, uno debe evitar guiarse no solo por las apetencias vanas o malas en sí, sino también por  todos los intereses desordenados, en los que, aún buscándose algo que no es malo en sí, se prefiere o antepone  lo menos importante, por necesario que pudiera parecer, a lo más importante; y también se deben evitar, por supuesto, todos los pasos o  medios malos, aunque estuvieran supuestamente dirigidos al mejor de los fines (los pasos malos ya hablan de la necesidad de rectificar o depurar la intención). Y se podrá evitar todo esto, si uno tiene claro el objetivo prioritario que debe dirigir las propias acciones, queriendo hacer en la vida el mayor bien posible, y confiando en que esto solo se conseguirá con pasos buenos en sí mismos,  realizados con un recto fin, sin obsesionarse con resultado alguno (el objetivo tiene que ser bueno y ordenado en sí, así como todos los pasos que conduzcan a él). Y un objetivo prioritario claro facilitará que uno pueda sobreponerse a lo vano que pudiera apetecerle, a lo que creyera que le interesa desordenadamente, o bien a pretender conseguir las cosas de cualquier modo, quizá queriendo incluir pasos o medios malos para conseguir ciertos fines. Y ni que decir tiene que eligiendo lo bueno se ganará en lo fundamental, y no quedará nada de lo necesario sin cubrir.

            Cuando uno renuncia a algo vano o malo porque quiere hacer el bien de verdad, realmente quizá desconozca en ese momento todo el alcance del mal y las malas consecuencias de que se está librando. Es posible que eso vano o malo se presente con su cara más apetecible revistiéndose incluso de algo beneficioso (engañando así mejor que si ya se viese en un primer momento toda la maldad en su crudeza y fealdad,  y la carga de inquietudes, remordimientos, vaciedades, problemas, etc., que el mal sin duda acarrea). 

            Lo malo en sí mismo, lo degradante, lo injusto, hay que desecharlo siempre, aunque se presente de forma agradable, o aunque con ello se pudieran obtener varios beneficios (siempre de un valor inferior a lo que se pierde actuando mal), o incluso aunque se pensase, también engañosamente, que gracias a esa injusticia, y sin cambio de planteamiento alguno, uno iba a poder hacer más bien; el caer en pensar que es necesario cometer una injusticia para hacer el bien  no sería más que un engaño, ya que siempre existe un camino bueno, con todos los pasos buenos en sí mismos, que es el que hay que elegir, aunque se deshagan los planes con los que uno contaba, uno tenga que renunciar a ciertas vanidades o a conseguir (incluso aunque sea para aportar a alguien) ciertos beneficios de orden inferior, etc.

            Uno tiene que ver, en sí mismo, junto con una tendencia al bien, la tendencia hacia lo fácil, cómodo, hacia lo que no le ocasiona problemas con los demás, sino que los complace, hacia lo que hace quedar a uno lucido, etc. Y tiene que verlo precisamente para sobreponerse a ello, lo cual podrá hacer queriendo hacer el bien de verdad.  Y si uno tiene que renunciar a las vanas complacencias o a ciertos intereses desordenados para sí, por hacer el bien de verdad, uno tampoco tiene que fomentar lo vano, desordenado, o poco justo, en nadie, y de ahí surge una cierta dificultad para hacer el bien, ya que hacer el bien a alguien no es fomentar cosas que sencillamente apetecen o interesan particularmente, sino que es buscar el bien de verdad de esa persona, lo cual incluye el que esa persona haga el bien de verdad, actúe justamente, y no que se degrade dejándose llevar por vanos o desordenados intereses. 

            Y no cabe duda de que hacer el bien lleva a actuar con auténtica libertad, ya que de otra manera, uno se deja llevar por lo meramente apetecible, para uno, o para los demás (para no tener problemas superficiales con ellos, sentirse uno superficialmente bien, etc.), y esto lleva a ser esclavo de los demás, y a dejarse manipular por ellos, debido a que uno se hace esclavo, en primer lugar, de las vanas y desordenadas apetencias propias. Y  solo con amor de verdad, con la gracia de Dios, se puede uno sobreponer a estas vanas apetencias que esclavizan. E igualmente puede uno estar esclavizado por guiarse por cosas que no son malas en sí mismas, e incluso que pueden ser ordinariamente necesarias, siendo aquí lo malo el guiarse por ellas fuera del orden debido y anteponerlas a cuestiones más importantes, pudiendo incluso llegar a considerarlas un objetivo prioritario, en vez de guiarse prioritariamente por hacer el bien de verdad. El tener claro el objetivo prioritario facilitará el ver que no se puede incluir nada malo o injusto en sí mismo a la hora de querer conseguir objetivos, que pudieran ser legítimos en su orden. Por ejemplo, no sería bueno el ejercitar uno un trabajo sin ver si dicho trabajo es bueno, y sin plantearse las  posibles consecuencias del mismo para las personas, sino que solo atendiendo al propio interés material. Si la persona se guía por el objetivo de su manutención, como objetivo prioritario en la vida, se hace daño, ya que se rebaja con respecto a su capacidad humana de hacer el bien de verdad, y con ello tenderá a rebajar a los que le rodean, ya que no tenderá a ver al ser humano en su auténtica capacidad de amar, la cual le permite sobreponerse a lo vano y a lo desordenado.  Igualmente a la hora de plantearse cualquier actividad material, uno deberá tener en cuenta si ello puede dañar  valores de rango superior o más importantes. Todo aquello con lo que uno perjudique lo fundamental es siempre malo por muchos “beneficios”, muchos falsos, que se prevean.

            Tener claro un acertado objetivo prioritario en la vida ayuda a poner cualquier otro objetivo bueno en su orden, y a resolver y a afrontar muchos acontecimientos que surgen, como enfermedades o adversidades, al ayudar a no mirarlos desde los propios intereses (vanos o desordenados), sino que pudiendo verlos como una oportunidad para hacer el bien de verdad a todos los implicados, lo cual ayuda a aceptar y a no pretender controlar lo que ya no está en manos de uno, sino que procurando mejorar y rectificar la parte de uno.