Uno aprovechará su propia vida si la
utiliza para buscar y hacer el bien de verdad. Y para hacer el bien, uno debe
evitar guiarse no solo por las apetencias vanas o malas en sí, sino también
por todos los intereses desordenados, en
los que, aún buscándose algo que no es malo en sí, se prefiere o antepone lo menos importante, por necesario que
pudiera parecer, a lo más importante; y también se deben evitar, por supuesto,
todos los pasos o medios malos, aunque
estuvieran supuestamente dirigidos al mejor de los fines (los pasos malos ya
hablan de la necesidad de rectificar o depurar la intención). Y se podrá evitar
todo esto, si uno tiene claro el objetivo prioritario que debe dirigir las
propias acciones, queriendo hacer en la vida el mayor bien posible, y confiando
en que esto solo se conseguirá con pasos buenos en sí mismos, realizados con un recto fin, sin obsesionarse
con resultado alguno (el objetivo tiene que ser bueno y ordenado en sí, así
como todos los pasos que conduzcan a él). Y un objetivo prioritario claro
facilitará que uno pueda sobreponerse a lo vano que pudiera apetecerle, a lo
que creyera que le interesa desordenadamente, o bien a pretender conseguir las
cosas de cualquier modo, quizá queriendo incluir pasos o medios malos para
conseguir ciertos fines. Y ni que decir tiene que eligiendo lo bueno se ganará
en lo fundamental, y no quedará nada de lo necesario sin cubrir.
Cuando uno renuncia a algo vano o
malo porque quiere hacer el bien de verdad, realmente quizá desconozca en ese
momento todo el alcance del mal y las malas consecuencias de que se está
librando. Es posible que eso vano o malo se presente con su cara más apetecible
revistiéndose incluso de algo beneficioso (engañando así mejor que si ya se
viese en un primer momento toda la maldad en su crudeza y fealdad, y la carga de inquietudes, remordimientos,
vaciedades, problemas, etc., que el mal sin duda acarrea).
Lo malo en sí mismo, lo degradante,
lo injusto, hay que desecharlo siempre, aunque se presente de forma agradable,
o aunque con ello se pudieran obtener varios beneficios (siempre de un valor
inferior a lo que se pierde actuando mal), o incluso aunque se pensase, también
engañosamente, que gracias a esa injusticia, y sin cambio de planteamiento
alguno, uno iba a poder hacer más bien; el caer en pensar que es necesario
cometer una injusticia para hacer el bien
no sería más que un engaño, ya que siempre existe un camino bueno, con
todos los pasos buenos en sí mismos, que es el que hay que elegir, aunque se
deshagan los planes con los que uno contaba, uno tenga que renunciar a ciertas
vanidades o a conseguir (incluso aunque sea para aportar a alguien) ciertos
beneficios de orden inferior, etc.
Uno tiene que ver, en sí mismo,
junto con una tendencia al bien, la tendencia hacia lo fácil, cómodo, hacia lo
que no le ocasiona problemas con los demás, sino que los complace, hacia lo que
hace quedar a uno lucido, etc. Y tiene que verlo precisamente para sobreponerse
a ello, lo cual podrá hacer queriendo hacer el bien de verdad. Y si uno tiene que renunciar a las vanas
complacencias o a ciertos intereses desordenados para sí, por hacer el bien de
verdad, uno tampoco tiene que fomentar lo vano, desordenado, o poco justo, en
nadie, y de ahí surge una cierta dificultad para hacer el bien, ya que hacer el
bien a alguien no es fomentar cosas que sencillamente apetecen o interesan
particularmente, sino que es buscar el bien de verdad de esa persona, lo cual
incluye el que esa persona haga el bien de verdad, actúe justamente, y no que
se degrade dejándose llevar por vanos o desordenados intereses.
Y no cabe duda de que hacer el bien
lleva a actuar con auténtica libertad, ya que de otra manera, uno se deja
llevar por lo meramente apetecible, para uno, o para los demás (para no tener
problemas superficiales con ellos, sentirse uno superficialmente bien, etc.), y
esto lleva a ser esclavo de los demás, y a dejarse manipular por ellos, debido
a que uno se hace esclavo, en primer lugar, de las vanas y desordenadas
apetencias propias. Y solo con amor de
verdad, con la gracia de Dios, se puede uno sobreponer a estas vanas apetencias
que esclavizan. E igualmente puede uno estar esclavizado por guiarse por cosas
que no son malas en sí mismas, e incluso que pueden ser ordinariamente
necesarias, siendo aquí lo malo el guiarse por ellas fuera del orden debido y
anteponerlas a cuestiones más importantes, pudiendo incluso llegar a
considerarlas un objetivo prioritario, en vez de guiarse prioritariamente por
hacer el bien de verdad. El tener claro el objetivo prioritario facilitará el
ver que no se puede incluir nada malo o injusto en sí mismo a la hora de querer
conseguir objetivos, que pudieran ser legítimos en su orden. Por ejemplo, no
sería bueno el ejercitar uno un trabajo sin ver si dicho trabajo es bueno, y
sin plantearse las posibles
consecuencias del mismo para las personas, sino que solo atendiendo al propio
interés material. Si la persona se guía por el objetivo de su manutención, como
objetivo prioritario en la vida, se hace daño, ya que se rebaja con respecto a
su capacidad humana de hacer el bien de verdad, y con ello tenderá a rebajar a
los que le rodean, ya que no tenderá a ver al ser humano en su auténtica
capacidad de amar, la cual le permite sobreponerse a lo vano y a lo
desordenado. Igualmente a la hora de
plantearse cualquier actividad material, uno deberá tener en cuenta si ello
puede dañar valores de rango superior o
más importantes. Todo aquello con lo que uno perjudique lo fundamental es
siempre malo por muchos “beneficios”, muchos falsos, que se prevean.
Tener claro un acertado objetivo
prioritario en la vida ayuda a poner cualquier otro objetivo bueno en su orden,
y a resolver y a afrontar muchos acontecimientos que surgen, como enfermedades
o adversidades, al ayudar a no mirarlos desde los propios intereses (vanos o
desordenados), sino que pudiendo verlos como una oportunidad para hacer el bien
de verdad a todos los implicados, lo cual ayuda a aceptar y a no pretender
controlar lo que ya no está en manos de uno, sino que procurando mejorar y
rectificar la parte de uno.