jueves, 10 de junio de 2010

Solución al intento de centralización y abuso de poder.

Las élite no es poderosa porque sus componentes sean más listos, aunque ellos pudieran tener una inteligencia por encima de la media; sino que su gran baza es contar con el egoísmo generalizado, absolutamente imprescindible para llevar a cabo, al menos, algunos de sus planes.
Ninguna solución meramente estructural combate esta centralización o globalización del poder; es más, el poder controla muy diferentes ámbitos, y no puede descartarse, pareciendo más que probable, el que una de sus estrategias, ya sea de las principales o alternativas, pudiera ser el contar con las “protestas” ciudadanas que pudieran servirles para intentar justificar ya su control total.
Sólo el cambio de corazón, el poner en práctica la sabia Doctrina de Nuestro Señor Jesucristo, lo cual tiene que hacerse a nivel individual, puede cambiar el rumbo de los acontecimientos.
Nada de esto va a cambiar nuevamente guiándose por intereses particulares, los cuales fácilmente pueden ser controlados por el poder, ya sea en origen, o con facilísimas infiltraciones posteriores, contando con las tendencias humanas.
Todo lo que no sea proponer la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo es radicalmente falso, ya sea de forma consciente o inconsciente, y participa, como todo egoísmo, de los planes de la élite.
No resuelve una situación injusta ni el que permanece meramente indiferente ante ella, sin querer mejorarla, ni el que se revela externamente meramente porque esta injusticia ataca sus intereses particulares (incluidos los emocionales); sólo se vence la injusticia con justicia, esto es, anteponiendo hacer el bien de verdad, a los particulares intereses superficiales. Y eso implica el no querer agarrarse a nada visible, a nada material, a ningún interés obsesivo en ningún resultado concreto, sino confiando en la eficacia del bien, del amor, y de la verdad con mayúsculas, lo cual implica confiar en Su Autor y Fuente.
Por supuesto que con Cristo tenemos todas las de ganar; y sin Él, ninguna. Cristo ha vencido al mundo, ha vencido al demonio; los planes del demonio siempre se equivocan; y los de Cristo, siempre aciertan. Velad y orad: nos ordena Nuestro Señor Jesucristo; lógicamente será engañado el que tome opción por la mentira, por el egoísmo; la verdad, y el auténtico amor, ponen de manifiesto la realidad de cualquier organización; y ante cualquier organización hay que estar muy alerta, ya que si difícil es vencer los intereses particulares a nivel individual, es quizá más difícil el vencer los intereses de un grupo, y el no dejarse llevar por su contentamiento superficial o por conseguir ciertos resultados materiales que pareciera que pudieran superficialmente interesar, pero con los cuales, sólo, uno caería en las garras del enemigo. Si uno quiere salir del egoísmo, tiene que empezar a actuar bien de verdad, confiando en la eficacia del bien en sí mismo, tiene que pensar en el bien real de todos, y no quedarse en el supuesto bien de unos cuantos, ya que esto último siempre llevaría a no depurar la intención, al error, y a ser engañados.
Cristo ha vencido al mundo; y nosotros colaboraremos en ello, en la medida en que nos adhiramos a ÉL. No podemos perder el Norte, y dedicarnos a pretendidas soluciones puramente materiales, y, por ello, falsas.

Sencillo experimento para los que quieren tener o aumentar su fe.

Dios promete misericordia al que lo pide, pero lo que no promete es el mañana; y está claro que después de la muerte, ya tiene lugar la Justicia Divina.
Y si infierno es un estado irreversible en el que no se ve a Dios, es una pena vivir en esta vida terrena el infeliz equivalente, aunque en la versión de potencialmente reversible.
Vivir sin Dios es una auténtica pena y desgracia, y desgraciadamente hay mucha gente que se dedica a robar a Dios (de libros y demás), de lo cual seguramente darán severa cuenta a Dios.
Dios es el principio y fin de toda vida humana. Pero las personas humanas, en muchas ocasiones, prefieren “servir” o complacer a las criaturas, antes que al Creador de ellas, ya que esto les resulta inicialmente más cómodo y más acorde con los propios intereses egoístas.
Os propondría el siguiente experimento ante cualquier persona a la que se vaya a ayudar en algo, o ante la que uno se sienta llamado a ello:
Se trata de encaminarse, como último objetivo, al bien real de esa persona (aunque se estuviera, por ejemplo ayudando a resolver un problema material concreto), y que esto esté por encima de los particulares intereses superficiales (quedar bien, amor propio desordenado, etc.); si uno sólo pensase en el bien material de otra persona, esto no obliga a depurar la propia intención, pero sí si uno busca el bien real de la otra persona.
Animaría a hacer la prueba, y seguro que se “verán” los efectos beneficiosos (que quizá otros no vean con los ojos), sobre todo cuando a uno le cueste, lo cual costará sin duda, si se hace bien. Y resulta que el bien real es bueno para todos, y el sólo aparente, que se limita a alimentar intereses vanos, para nadie.

AYUDA PARA EVITAR CAER EN EL ENGAÑO Y PROCURAR LA PERSEVERANCIA FINAL.

Cuantas veces se oye, o se piensa: ¿cómo pude yo caer en tal error?, o, “yo no sabía”, para referirse a que uno no tuvo en cuenta todas las circunstancias de algo, y se arrepiente de la propia actuación.
Esto no debe producir indefensión, ni debe conducir a un echarle la culpa inútilmente a la actuación de otro, quizá ciertamente equivocada; sino que hay una manera de reconocer la propia mala actuación en el asunto, y rectificar.
Y el error nuclear, que conduce a todo esto, es el haber actuado sin depurar del todo la propia intención de los particulares intereses. No nos engañan, prioritariamente, los demás, aunque ellos puedan estar engañados y errados, sino que lo que fundamentalmente nos engaña es el propio egoísmo.
En relación con lo anterior, en tiempos en el que el engaño adopta tan diversas formas (y que, como siempre, se reviste de bondad), hay algo con lo que podremos evitar el ser “engañados”, y que nos facilitará la perseverancia final; se trata del amor de verdad.
Sólo si nos guiamos por el amor de verdad, procurando el bien real, seremos capaces de depurar los dañinos intereses propios superficiales; por el contrario, si sólo nos guiamos por bienes materiales o superficiales complacencias de los demás, no depuraremos la propia intención de sus intereses superficiales, y caeremos en el error, y quizá engaño de los demás. Está claro que no nos protege el tener meramente la información o el conocimiento, sino que lo que realmente protege es la buena intención depurada (por supuesto que contando con la gracia de Dios, sin la cual no es posible nada de esto), es decir, el amor de verdad: el anteponer el procurar el bien real a los intereses superficiales.