Vida de Nuestro adorable redentor Jesucristo. 1847. Segundo tomo:
Prohíbe Dios la solicitud que nace de la desconfianza y del temor, pero permite aquella que nace de la providencia y del trabajo. Prohíbe la solicitud desordenada y superflua por la que se impiden y posponen los bienes espirituales, pero permite la solicitud moderada y necesaria según las reglas de la recta razón, de la justicia, y de la prudencia; y así decía San Pablo: que cargaban sobre él las ocurrencias de cada día, por la solicitud y cuidado de todas las Iglesias (2 Corintios 11, 28): y esta solicitud no solo se permite, sino que se manda, porque está fundada en la caridad. Hay una solicitud vituperable, otra tolerable, otra recomendable. El hombre debe ser solicito por las cosas eternas, no por las terrenas: y esta solicitud encierra tres bienes, el celestial, el espiritual, y el temporal: al primero corresponde el don de la gloria, al segundo el de la gracia, al tercero los dones de fortuna: y dónde hay padre que tenga valor para negar a sus hijos estos dones si aún con la afanosa solicitud de lo temporal solo desean agradar a Dios? Por esto les añadió en seguida: Buscad pues lo primero el reino de Dios y su justicia, que todas las demás cosas sin las que no podéis pasar sobre la tierra, se os darán como por añadidura.
En este precepto nos dio el Salvador exprimida toda la sustancia y el meollo de la vida cristiana. Vosotros, dijo a sus Apóstoles, y con ellos a nosotros, poned todo vuestro cuidado en la edificación de vuestra fe, y en el ejercicio de las buenas obras , que os ha de abrir el reino de los cielos: este ha de ser el primero entre todos vuestros cuidados, porque si no todas vuestras buenas obras se harán sin concierto ni orden: … edificar en vuestra alma el templo espiritual de la justicia, donde more Dios como Rey: así que, no se condena el trabajo, ni la prudente solicitud que los hombres deben tener, condenados por Dios a comer el pan con el sudor de su rostro, condénase solamente el afán que sofoca la atenta vigilancia del espíritu para conseguir los bienes espirituales y celestes: puesto que el mismo Señor a quien servían, y ministraban los ángeles todo lo necesario, también permitía que sus discípulos tuviesen algún repuesto o depósito, para cuando les era necesario comprar vitualla; y esto lo permitió para dar ejemplo, e informar e instruir a su Iglesia. A esta regla pues redujo el Señor este grandioso precepto, a fin de que ninguno por la ambiciosa solicitud de los bienes temporales, pierda enteramente de vista los eternos. … Quiera pues Su Magestad Divina concertar de tal manera las obras y los deseos de las criaturas, que ninguna de ellas se atreva a buscar otra cosa mas que la expansión de su santo reino, la honra de su nombre, y la glorificación que deben darle en la tierra, como se la dan los espíritus bienaventurados en el Cielo: para que así engrandecido y alabado, y buscado con afán el reino de Dios y su justicia, gocen en la tierra de todos los consuelos, y en el Cielo consigan el eterno premio.
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Nota. La historia del presente capitulo está comprendida en el VI de san Mateo, desde el versículo 22 al 33, ambos inclusive. La contesta san Lucas en el capitulo XII, desde el versículo 22 al 31 también inclusive.
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Después que Jesucristo exhortó tan eficazmente a sus discípulos a depositar toda su confianza en la Divina Providencia, prohibiéndoles, no el trabajo que nos manda, sino los cuidados que perturban, las inquietudes y la solicitud que daña, y la desconfianza sobre las necesidades de la vida, ordenándoles que tuviesen cuidado de representarlas todos los días a Dios, les mandó que fuesen misericordiosos como su Padre lo es también. Dios nuestro Padre se compadece de nosotros, y remedia nuestras miserias y necesidades, no como si esperase alguna cosa de nosotros, sino por sola su bondad; significándonos con esto, que al remediar nosotros las necesidades de nuestros prójimos, no debemos hacerlo por nuestro bien; sino por el amor a su bondad, y por el bien y salud de nuestros hermanos: el que por su comodidad y provecho propio hace bien al prójimo, no tiene caridad, porque en sus obras no busca la utilidad de aquel a quien debe amar como a sí mismo, sino la suya propia: Dios quiere que le imitemos en la misericordia, no en el poder; este le apeteció Luzbel, y fue arrojado al infierno: quiere que le imitemos en la bondad, no en la sublimidad de los conocimientos que solo a El están reservados; esto lo ambicionó el hombre y fue arrojado del Paraíso: imprime en nuestras almas el sello de su misericordia, y quiere que seamos misericordiosos con nuestros semejantes como Su Magestad lo es con nosotros: …
El Salvador enseñó a sus discípulos que de tres modos podía usarse la misericordia. No juzgando mal, ni pensando temerariamente de nadie, ni condenando a alguno con la misma ligereza y temeridad con que de él hubiésemos pensado; porque si no seremos juzgados y condenados en el tribunal divino, como acá en la tierra hubiéremos juzgado y condenado. Echad a buena parte lo que se puede interpretar bien, quiso decirles; no digáis mal de lo que se puede excusar; no censuréis de aquellos que están a vuestro cargo. Si os apartareis de estas obligaciones, seréis juzgados con rigor, pues Dios quiere aún aquí medir su conducta sobre la vuestra, y hacer de vuestros juicios para con vuestros hermanos, regla de los que hará en vuestro favor, o contra vosotros. Siendo jueces favorables para con ellos, lo encontrareis lleno de misericordia; y siendo críticos severos, y censores sin piedad, os espera un juicio sin ella. Tomad, pues, en vuestra mano la vara recta, la medida benigna, porque con la que a vuestro prójimo midiereis, con ella seréis medidos también. Guárdate, decía San Bernardo, guárdate bien de ser curioso escudriñador o juez temerario de las cosas, de las acciones y palabras de tus hermanos, y sea lo que fuese lo que en ellos adviertas, no les juzgues temerariamente, excúsales mas bien. Excusa la intención si no pudieses la obra, y atribúyela a ignorancia; atribúyela a engaño o equivocación, reputa la casualidad, y si de ninguna manera pudiera disimularse o disculparse el hecho, recógete a tu interior, y di en el fondo de tu corazón, ¿cuán terrible seria la tentación que derribó a mi hermano? ¿Qué hubiera sido de mí si con igual violencia me hubiese acometido? Y el Crisóstomo repetía: no conviene ser un inexorable exprobador de los delitos, ni dejarse caer con insolente orgullo sobre el desventurado que cometió la culpa; sino avisarle con clemencia, y ayudarle con sanos consejos. Si fueses sobradamente severo, y juzgador temerario, entiende, que ya no juzgas y condenas a tu prójimo, sino que a ti mismo te juzgas y condenas: tú obligas a la justicia divina, a que tome contra ti la mas severa venganza aun por tus faltas mas pequeñas. Tú diste la ley al Juez Supremo para que con mas severidad sean examinados tus pecados, puesto que juzgaste sin conmiseración ni piedad los de tu prójimo. Conoce pues que estas son acechanzas y tentaciones diabólicas, porque el que severamente discute sobre la vida ajena, nunca, jamás merecerá el perdón de sus propios delitos.
El segundo modo con que enseñó el Salvador a usar de misericordia, fue diciendo a sus discípulos: Excusad y perdonad las injurias que vuestro prójimo os hiciere, aunque no os parezcan excusables ni dignas de perdón; porque solo así seréis vosotros también excusables y dignos de que se os perdone: solo así usarán los demás de indulgencia con vosotros y tolerarán vuestros defectos. Y conociendo el Maestro Soberano que no se necesitaba menos caridad para sufrir con paciencia las imperfecciones de sus hermanos y juzgar bien de ellos, que para socorrerles en sus necesidades, les añadió el tercer modo de usar de misericordia diciendo: ved ahora la medida de que Dios se sirve en la distribución de sus bienes: no es como la de los avarientos, los ingratos y los hombres de mala fe. Es buena, grande, llena, y superabundante, de modo que no se llena y aprieta bien, sino que se da con colmo, y hasta que se vierte por los costados. De la abundancia del premio nos hace Dios cada vez mas liberales para hacer bien y usar de misericordia, pues por un vaso de agua que diéremos en su nombre o en el de su discípulo nos ofrece el premio de la bienaventuranza eterna: esta es la medida buena, porque es sobre la exigencia de nuestros merecimientos; y buena porque es bueno su premio, esto es, sobretodo lo bueno, y que encierra en si y comprende todo lo que es bueno y mejor. Conferta, esto es, llena, porque excede sobremanera lo condigno de nuestros merecimientos, pues llena de tal manera nuestra alma de celestial bienaventuranza, que nada le deja que no esté lleno de gloria. Coagitada, porque es sobre todo lo que se puede desear; y porque es firme y eternamente duradera. Sobre afluente, porque es infinitamente mayor que todo lo que se puede pensar, excediendo también infinitamente todos nuestros merecimientos, pues se nos da lo eterno por lo temporal, lo divino por lo humano: sin embargo de esto, es muy de admirar que diga la verdad eterna, que se nos medirá con la misma vara que midiéremos , esto es, que el premio es igual a la dádiva: mas esto solo significa la correspondencia que hay en el modo de hacer bien, porque aunque bien se hace, al que bien hace Dios premia con mas largueza y abundancia de lo que merecemos: premia no solo las obras, sino hasta las palabras , los pensamientos y los deseos, y según cada una de estas cosas es mayor, es asimismo mayor la remuneración que por ellas se nos da: mas esta grandeza no debe estimarse o valuarse por el mérito exterior que se ve, sino por la grandeza del afecto interior con que se hace, por la elevación del deseo con que se dirige , y por sublimidad y magnificencia del objeto a quien se eleva y representa: así aquella pobre viuda que echó dos dineros en el gazofilacio, echó mas según el testimonio del Salvador, que muchos ricos que habían echado grandes sumas.
Quería Jesús mover a sus oyentes a aborrecer de todo corazón un vicio tan detestable, tan perjudicial y feo como era ese modo de juzgar y condenar temerariamente a su prójimo, y comparó las personas sujetas a él, a los que tienen los ojos enfermos, o les falta enteramente la vista, diciendo: ¿Si un ciego sirve de guía a otro ciego, y encuentra en el camino un hoyo, o un precipicio, no caerán ambos allí infaliblemente? así como el discípulo no es mas sabio que el maestro que le enseña, tampoco el que es conducido es mas que el conductor. Esto era expresarles enérgicamente su aversión a la falta de caridad, a la injusticia y al orgullo que entran en nuestros juicios temerarios: esto era condenar con vigorosa vehemencia el juicio que ordinariamente formamos acerca de aquel que nos ofendió, como antes había condenado el rencor que se guarda contra el mismo ofensor. Nosotros no vemos sino la acción, no descubrimos sino su exterior; pero solo el que todo lo ve penetra la intención y el motivo; y cuando nosotros no le hallamos sino para acriminar, tal vez el que pesa con su balanza justísima y fiel, los halla para excusar y aun para justificar a nuestro prójimo. ¿Y podríamos nosotros ignorantes y ciegos formar un juicio exacto sobre todo lo que observamos y vemos en nuestro prójimo? El que se erige en público censor de sus hermanos, y se toma la licencia de juzgarles y censurarles, debe estar perfectamente exento de las faltas que en ellos reprende. El necio no puede enseñar al necio, y dirigirle según las reglas de la justicia, sino que es preciso que ambos a dos caigan en la hoya de la perdición, en la hoya de la culpa, en la fosa del infierno. Cuando el pastor camina por entre las breñas, es consiguiente que el rebaño le siga al precipicio; esto fue lo mismo que si dijera a sus discípulos: De tal manera debéis obrar, que iluminando a los demás con vuestra doctrina y ejemplos, seáis dignos de gobernarlos y conducirlos, no seáis del número de los ciegos especuladores de la Sinagoga, porque es una cosa muy ridícula un especulador ciego, un doctor ignorante, un precursor cojo, un prelado negligente y un pregonero mudo. Si tú, pues que a los demás juzgas, caes en las mismas culpas que en los otros condenas, ya eres un ciego que guías a otros ciegos. ¿Cómo podrás salvar a los otros, si tú siendo maestro y doctor te precipitas?
Con otra semejanza no menos natural y hermosa anatematizó la conducta de los fariseos y escribas que se tenían por santos, y les dio a entender de dónde provenía la gran dificultad que tenían en conocer sus propios defectos, cuando tan escrupulosamente notaban los de los demás. ¿Por qué os ingerís, les dijo, a buscar una paja en el ojo de vuestro hermano, y no veis una grande viga en el vuestro? ¿Gustáis de reprenderlo sobre una falta ligera, y os disimuláis y permitís a vosotros mismos los vicios mas groseros? Veis ahí hipócritas vuestro verdadero retrato, y hasta dónde llega vuestra ceguedad. ¿Os parece que veis con bastante luz, y que todos los demás están ciegos, o que andan a obscuras? Abrid los ojos alguna vez, volvedlos a vosotros mismos: curaos los primeros, y después procurareis curar a los otros. Lo que os impide ver el estado infeliz de vuestra conciencia, es una grande viga; esto es, un enorme pecado que ocupa vuestra alma y ofusca vuestra razón. ¿Ni cómo habréis de poder tampoco sacar la paja del ojo de vuestro hermano, si os falta la caridad, que es la principal medicina? Si la soberbia, la vanidad y el amor propio son lo que llevan la mano, ¿cómo queréis que salga bien la obra? Obrando de este modo hacéis padecer al prójimo, y no le sanáis; esto es, no le sacáis la paja que tiene en el ojo. El amor propio siempre es necio, indulgente para si, y tirano para con los demás; todo lo ve bajo un punto de vista falso, porque él mismo se constituye como el centro, pero la dulzura de la caridad nos hace ver en Dios el punto central de todas las cosas y de todas las relaciones, y el que mira desde este centro todo lo ve y contempla con discreción y caridad.
Con todo eso, estas máximas importantísimas de la doctrina de Cristo no deben extenderse mas allá de los limites que el mismo Salvador las señaló. Hay hombres que por su estado tienen el cargo de juzgar a los otros hombres, y los hay tan corrompidos que si su conducta no fuese condenada, se convertiría en escándalo, y vendría a ser un contagio. Vosotros pues que sois mis Apóstoles, tenéis derecho y estáis en la obligación de hacer diferencia y discernimiento de aquellos con quienes ejercitáis vuestro ministerio. La doctrina que yo os confío es santa; mis lecciones son perlas preciosas: son unos secretos de que no se debe dar parte indeferentemente a todo el mundo, pues no todos son capaces de entenderlos; y es fácil contradecirlos mas que penetrarlos; ellos no pueden bastantemente estimarse, y así como no se entregan a los perros las cosas consagradas a Dios, ni se arrojan las piedras preciosas a los puertos, así no se han de anunciar esta suerte de verdades a almas bajas y terrenas, a hombres sucios como los animales inmundos, o furiosos como perros; ni a gentes llenas de ignorancia y malicia, que después de haber menospreciado vuestra doctrina, y puesto debajo de sus pies lo que podéis decirles mas santo y venerable, se levantarán contra vosotros y no cesarán de desacreditaros con sus calumnias. Dos cosas dice San Agustín son las que impiden el que recibamos como debemos las cosas grandes y sublimes que la Iglesia nos enseña, a saber: el desprecio y el odio: lo primero se refiere a los puercos, lo segundo a los perros. Guárdese pues el ministro de la religión de descubrir los arcanos misteriosos al que no los comprende, ni está en disposición de comprenderlos; porque mejor busca aquel lo que para él está cerrado, que lo que le está abierto y patente; porque o lo inficiona con el aliento pestífero de su odio como el perro, o lo desprecia orgulloso como el puerco.
Esta contradicción palmaria y manifiesta que Jesucristo anunciaba a sus Apóstoles, no les dispensaba la obligación que tenían de predicar el Evangelio por todo el mundo, y muchas veces a presencia de sus mas feroces e implacables enemigos; esto solo era prevenirles que no anticipasen el tiempo de declarar sus misterios a los hombres, cuyas pasiones los hacían indignos de ellos, y cuyas preocupaciones los hacían incapaces, y corno no quería que ninguno de los que enviaba pudiese excusarse con su ignorancia , ni con las dificultades y obstáculos que habían de encontrar para desempeñar cumplidamente su ministerio, les animó a que pidieran los socorros del cielo y la sabiduría de lo alto por medio de la oración, alentándoles con la confianza de que recibirían los socorros y gracias necesarias para desempeñar la altísima misión de su apostolado. Pedid, les dijo, y seos dará; buscad y encontrareis; llamad y abriros han. Pedid con fe y orando.
Buscad con la esperanza y viviendo bien. Llamad con la caridad y la perseverancia. Porque eran mayores, dice el Crisóstomo, los mandatos que se les habían dado que las fuerzas humanas; los encamina el Maestro Divido a Dios, para cuya gracia nada hay imposible , y les dice: pedid y se os dará; para que lo que no podía consumarse por la fuerza de los hombres, tuviese cumplido efecto por la gracia de Dios, pues así como a los demás animales les proveyó de todo lo necesarío, a los unos con la ligereza de sus pies, a otros con la velocidad de su vuelo, y a otros con la rapacidad de sus uñas , la fiereza de sus dientes, y la fortaleza de sus cuernos, así dispuso también que el hombre aunque dotado de razón y conocimiento tuviese tan poca fortaleza y virtud que siempre hubiese necesidad de acudir a su Dios y Señor.
Muy oportunas son las reflexiones que sobre estos pasajes del Evangelio hacen varios padres y doctores de la Iglesia. San Gerónimo dice: si al que pide se le da, y el que busca halla, y al que llama se le abre; claro es, que aquel a quien no se da, que no halla, y a quien no se abre, es porque no pide bien, ni busca, ni llama bien. San Crisóstomo añade: condénase el mal modo o la negligencia del que pide, cuando no puede dudarse de la misericordia del que da. Y San Agustín concluye: Jesucristo que nos enseñó a pedir, es el dador con su Padre; y si no nos quisiera dar, no nos exhortaría con tanto amor para que le pidamos. Avergüéncese pues la pereza humana, mas quiere darnos aquel que nosotros recibir: mas deseos tiene de usar de misericordia, que nosotros de salir de la miseria. El que nos exhorta a que a él acudamos, por nuestro bien nos exhorta. Dispertémonos, démonos prisa, y toda vez somos exhortados, creamos al que promete; roguémosle con perseverante confianza, para que nos alegremos cuando nos dé con abundancia, según nos lo tiene prometido por la grandeza de su corazón.
Es sobre impía inhumana la opinión de los modernos refractarios que reprueba y condena la práctica de la oración, diciendo , que no tiene ninguna virtud ni merecimiento alguno para con Dios; y que solo es provechosa al hombre y grata a Dios a titulo de acto de confianza y de elevación de nuestro corazón a su Divina Magestad, el cual no oye, dicen , nuestras súplicas , porque no necesita que le expongamos nuestras miserias; pero la práctica de todos los pueblos y de todos los hombres desde el principio del mundo condena esa impiedad espantosa y blasfema : la Escritura santa nos recomienda la oración, y el mismo Jesucristo nos la enseña con su doctrina y ejemplos.
Tres cosas empero deben concurrir en la oración para que sea oída: la primera es que sea pía y justa, esto es, para pedir a Dios todas aquellas gracias y auxilios que son necesarios para conseguir la salud espiritual de nuestras almas, y lo que mas nos convenga para alcanzar la corporal: la segunda es que sea perseverante, esto es, que no se interrumpa por algunos actos contrarios o repugnantes a la misma oración, porque no cesa de orar el que no cesa de hacer bien: la tercera es que sea fervorosa, porque si no está inflamado el corazón por la caridad , mal será oída del Dios de la caridad: y esto es lo que principalmente denotan aquellas tres palabras pedid, buscad, llamad. Pedid con piedad: buscad con perseverancia: llamad con confianza y fervor; y concurriendo estas tres cosas, se os dará, hallareis y se os abrirá. Luego es necesaria la perseverancia para que recibamos lo que pedimos, para que hallemos lo que buscamos, y para que se nos abra cuando llamemos. Con la repetición de estas palabras nos manifiesta el Señor que quiere seamos solícitos, molestos, importunos y hasta obstinados en el pedir: porque aquello que se pide para la salud y salvación nuestra, no siempre se nos da luego que se pide, sino que se difiere para darlo después en el tiempo conveniente, y para que retardándose mas el dar, se estime mas el don cuando se dé.
En la oración deben evitarse las distracciones, porque, como asegura San Ambrosio, no oye Dios aquella oración a la que no tiene el que ora toda su atención. Dios quiere que le pidamos con fe lo que tiene prometido darnos ; y por esto nos promete muchas veces antes de dar, para que la promesa excite mas nuestra confianza, y merezcamos por la oración aquello que graciosamente había determinado darnos (Romanos 8, 26). Aunque Dios ve mejor que nosotros lo que necesitamos, nos ha iluminado acerca las necesidades de nuestra alma , y para satisfacerlas nos dio su único Hijo, y nos da el Espíritu Santo para que nos enseñe a orar y ore en nosotros. El Espíritu ayuda nuestra flaqueza, dice San Pablo , porque no sabemos orar como conviene; pero el mismo Espíritu pide por nosotros con gemidos inefables. … . David nos asegura (Salmo 144, 18-19) que el Señor está cerca de todos los que le invocan, de todos los que le invocan en verdad. Hará la voluntad de los que le temen, oirá su súplica y los salvará.
De la sublimidad de las doctrinas espirituales descendía con mucha frecuencia el Maestro Divino a la vulgaridad de las cosas mas naturales, para hacer aquellas mas fáciles de comprender, y así le hizo también en esta ocasión diciendo a sus Apóstoles y discípulos: ¿Podréis dudar vosotros de que es muy cierto cuanto acabo de deciros, siendo todo ello una cosa muy natural entre los hombres? Quién hay entre ellos de corazón tan duro, que en vez de dar a su hijo el pan que le pide, le dé una piedra; y que en lugar de un pez de que tiene gana, le ponga en la mano una serpiente? Pues si esto lo hacen los hombres siempre inclinados al mal, que son menos padres para sus hijos, que lo es para vosotros vuestro Padre celestial que está en los Cielos, no os ha de dar este los verdaderos bienes y los consuelos y dones que rendidos le pidáis, si los pedís con fe, con perseverancia y amor, asegurados como debéis en el infalible cumplimiento de sus promesas?
Dios empero exige de nosotros una cooperación muy particular para concedernos los dones que le pidamos, y la marcó su Hijo con hermosa precisión cuando dijo, dad, y se os dará, por esto inmediatamente después de haber exhortado a sus discípulos a que depositasen su confianza en la bondad de su Padre, les añadió: así que, todo lo que queréis que hagan con vosotros los hombres, hacedlo vosotros antes con ellos: no les neguéis lo que tienen derecho a pediros. Tratadlos como queréis ser tratados: hacedles bien si queréis que os lo hagan: esto es lo que manda la ley, esto es lo que enseñan los Profetas. así cumpliréis el primero, y el mayor de los mandamientos, que es amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a vosotros mismos: en esto se encierra toda la ley de los Profetas: y con esta cooperación de vuestra parte, bien podéis acudir a Dios en todas vuestras necesidades sean las que fueren, que no serán vanos vuestros ruegos, ni infructuosas vuestras oraciones. Todos los demás preceptos de la ley que ordenan las acciones del hombre,…, no son sino como consecuencias legitimas de este gran principio de la caridad, y por esto dijo San Pablo (Romanos 13, 8): No tengáis otra deuda con nadie, que la del amor que os debéis siempre unos a otros, puesto que quien ama al prójimo tiene cumplida la ley.
San Crisóstomo dejó correr su elegante pluma en la exposición de estas palabras, y dijo (Div. Crisostom. Hom. 18. oper. imperfec.): En estas breves palabras comprendió el Señor todas las cosas que eran necesarias para afirmar nuestra fe, y merecer nuestra salvación: así conocemos claramente el deber que tenemos de hacer para todos los demás, lo que queremos que hagan con nosotros. Grande precepto, en el que todos se encierran: por esto dijo el Señor, esta es la ley y los Profetas: porque así como las innumerables ramas de un árbol proceden de una sola raíz, y en ella se contienen; así también de este como de su raíz, parten todos los demás mandamientos, y en él se contienen. Si de los otros, pues, deseamos recibir aquello que para nosotros es útil y conveniente, en gracia de la caridad y amor que les debemos, también para ellos hemos de hacer cuanto les sea necesario, útil y conveniente: esta es la ley y los Profetas: solo así conseguiremos la salud y la salvación eterna.
Suave es, no hay duda, el yugo del Señor, y muy ligera la carga que nos impone; pues está reducida y compendiada en una regla tan breve. ¡Pero cuán raros son los hombres que la observan! Durísima se les hace la ley, pesadísima la carga: Yo no sé, añade el mismo Crisóstomo, si hoy será fácil encontrar un solo hombre que la observe. ¡Oh ley suave y dulce! Solo el Legislador infinitamente sabio podía dictarte, y darte a los hombres. Todo lo que queréis que hagan por vosotros los hombres, tenéis un deber de hacer por ellos. Nada mas justo, pero nada mas olvidado, ni despreciado.
No se le ocultaba al Salvador la grande resistencia que habían de oponer los hombres a la práctica de esta saludabilísima e importante máxima, y por esto les anunció que debían hacerse violencia combatiendo en su propio corazón las pasiones que la contrariasen. Entrad, les dijo, por la puerta angosta: Haced para eso todos los esfuerzos posibles e imaginarios, que así es menester para abrazar una forma de vida evangélica, que enflaquezca y debilite al hombre carnal. La puerta ancha y el camino espacioso, conducen a la perdición; y son muchos los que entran por él. La puerta angosta y el camino estrecho, conducen a la vida, ¡pero cuan pocos son los que la hallan! Digna es de notarse la palabra con que Jesucristo presenta a sus Apóstoles esta doctrina. Esforzaos: porque el reino de los cielos no se alcanza sino haciéndose el hombre una gran violencia: forcejad para entrar por la puerta estrecha, porque no puede lograrse sino trabajando con grandes esfuerzos que el hombre terreno se haga ciudadano del Cielo. La lucha continuada para lograr tan alto fin es buena y santa: ella era la que alentabalos antiguos pobladores de la Tebaida y de la Palestina, y les presentaba como dulces todas las privaciones y penalidades del desierto. Mas hoy en el mundo se esfuerzan y luchan los hombres por cosas muy distintas y ajenas de la profesión de los cristianos. Hoy se dirigen todos sus esfuerzos y conatos a adquirir la superioridad y primacía sobre todos los demás: en amontonar riquezas y tesoros: en satisfacer todas las pasiones y deseos de su corazón: en llevar a cabo todos los instintos de la venganza: y en entonar himnos de servil adulación a quien en la tierra puede favorecerles, despreciando enteramente a Dios, y blasfemando de su providencia.
Después que nos dice el Salvador que nos esforcemos y trabajemos para entrar por la puerta estrecha, nos da la razón por qué debemos hacerlo; ella conduce por un camino estrecho y sembrado de espinas a la vida y a la salvación eterna; y la puerta ancha y el camino espacioso conducen a la muerte y a la perdición eterna; y sin embargo son muchos los que entran por esta puerta y siguen este camino, y pocos los que siguen aquel y entran por la puerta estrecha. Violentaos pues, y forcejad para entrar por ella; porque ayunar, velar, mortificar la carne, domar sus apetitos, refrenar sus pasiones, privarse de los deleites de la sensualidad, negar su voluntad propia, …, renunciar al mundo, y a todos sus halagos, honores y gloria para abrazar la cruz de Jesucristo y seguir todos sus pasos; ser humilde …, …, sufrir con paciencia las injurias , perdonar los agravios, hacer bien y rogar por los mismos enemigos, ¿ a quién no parece arduo, estrecho y espinoso este camino? Pero el comer, beber, glotonear, descansar en blanda y mullida cama, satisfacer todos los apetitos y exigencias de la carne, dar rienda suelta a las pasiones, mandar a todos y a nadie obedecer, enriquecerse a costa del prójimo, entregarse a los ímpetus de la venganza, y llenar los caprichos de una voluntad ambiciosa sin contradicción de ninguna clase, ¿a quién no parece este camino encantador y ameno? Mas ah! que por este camino ancho caminan muchos, por el estrecho viajan pocos.
Pero, qué es lo que haces, oh hombre? Qué es lo que hablas? Qué es lo que piensas? Se te ha mandado entrar por la puerta angosta, y caminar por el camino estrecho, ¿por qué te afanas en buscar en este mundo sosiego y descanso, felicidad y abundancia, goces y placeres? No sabes que no pueden hallarse en los caminos sembrados de espinas? Si este es estrecho, ¿por qué buscas en él anchurosos espacios para recrearte? Puede haber alguna cosa peor que buscar esta permutación? Puede darse mayor perversidad que el desearla? Los que sirven a los príncipes de la tierra, solo quieren saber si sus servicios serán bien recompensados, y seguros de que lo serán, ya no rehuyen ningún trabajo, no evitan ningún peligro: ninguna bajeza excusan, ni se niegan a ningún oficio por bajo y servil que sea. Con gusto emprenden penosas peregrinaciones a lejanas y estradas tierras; y con la esperanza del premio sufren alegres la mudanza de climas, los peligros espantosos de los mares, los ímprobos trabajos, los desprecios y hasta los tormentos con que los molestan y afligen los rivales y enemigos de su príncipe y rey. Ni temen ser defraudados en la miserable esperanza que concibieron; ni una muerte prematura al visitar un país que desconocen, cuyo clima puede serle sobremanera contrario; tampoco les detiene ni arredra la separación de sus esposas, la privación de sus hijos, ni el alejarse tal vez para siempre del país que les vio nacer, y de la patria que tanto aman; sino que inflamados por la ambición y la codicia, obran como dementes furiosos y frenéticos sin sentir ningún trabajo, sin probar ninguna pena en su corazón. Nosotros empero que no buscamos las riquezas perecederas de la tierra, sino las permanentes del cielo, las que no puede ver el ojo del hombre, ni su mano tocar, ni su entendimiento comprender, y que para alcanzarlas debemos estar dispuestos a sufrir todos los trabajos del mundo, no debemos preguntar por el sosiego y descanso en la tierra. ¡Oh! cuánto mas miserables somos, mas flojos y débiles que los sectarios, paganos e infieles. Qué dices, oh hombre, qué haces? Te preparas para escalar y subir al cielo, para invadir aquel reino, y preguntas si te ha de ser muy áspero y dificultoso el camino? Y no mueres de confusión y vergüenza? Y no vas a esconder tu debilidad y miseria en las entrañas de la tierra? Aunque para conseguir tanto y tan grande bien te sucediesen todos los males, aunque para lograrlo te amenazasen todos los peligros, asechanzas , injurias, ignominias, calumnias, puñales, hierro, bestias, fuego, precipicios, hambre, sed, enfermedades y cuantas calamidades y desgracias pueden imaginarse y decirse, todo debía parecerte ridículo y despreciable , a trueque de conseguir tanto y tan grande bien. Si esto temes, o hombre, sabe, que este es un miedo propio de un ánimo afeminado, envejecido en el crimen y en la iniquidad. El que desea subir al cielo, no debe pensar, ni buscar descanso en la tierra, siempre ha de estar en continua vela, siempre en una lucha continuada, y todos los peligros, males, y calamidades de la tierra, risa, quimeras y sombras vanas deben parecerle. Hasta aquí San Crisóstomo (Div. Crisostom. De Via lata et porta Augusta. Hom. 54. in Math).
Vida de Nuestro adorable redentor Jesucristo. 1847. Segundo tomo:
http://books.google.es/books?id=Gyfo9S-Zt9cC&pg=PA559&dq=Vida+de+Nuestro+adorable+redentor+Jesucristo+tomo+segundo&hl=es&sa=X&ei=eI_NUqj_CKLpywOK8YCoCA&ved=0CDsQ6AEwAQ#v=onepage&q=Vida%20de%20Nuestro%20adorable%20redentor%20Jesucristo%20tomo%20segundo&f=false
Prohíbe Dios la solicitud que nace de la desconfianza y del temor, pero permite aquella que nace de la providencia y del trabajo. Prohíbe la solicitud desordenada y superflua por la que se impiden y posponen los bienes espirituales, pero permite la solicitud moderada y necesaria según las reglas de la recta razón, de la justicia, y de la prudencia; y así decía San Pablo: que cargaban sobre él las ocurrencias de cada día, por la solicitud y cuidado de todas las Iglesias (2 Corintios 11, 28): y esta solicitud no solo se permite, sino que se manda, porque está fundada en la caridad. Hay una solicitud vituperable, otra tolerable, otra recomendable. El hombre debe ser solicito por las cosas eternas, no por las terrenas: y esta solicitud encierra tres bienes, el celestial, el espiritual, y el temporal: al primero corresponde el don de la gloria, al segundo el de la gracia, al tercero los dones de fortuna: y dónde hay padre que tenga valor para negar a sus hijos estos dones si aún con la afanosa solicitud de lo temporal solo desean agradar a Dios? Por esto les añadió en seguida: Buscad pues lo primero el reino de Dios y su justicia, que todas las demás cosas sin las que no podéis pasar sobre la tierra, se os darán como por añadidura.
En este precepto nos dio el Salvador exprimida toda la sustancia y el meollo de la vida cristiana. Vosotros, dijo a sus Apóstoles, y con ellos a nosotros, poned todo vuestro cuidado en la edificación de vuestra fe, y en el ejercicio de las buenas obras , que os ha de abrir el reino de los cielos: este ha de ser el primero entre todos vuestros cuidados, porque si no todas vuestras buenas obras se harán sin concierto ni orden: … edificar en vuestra alma el templo espiritual de la justicia, donde more Dios como Rey: así que, no se condena el trabajo, ni la prudente solicitud que los hombres deben tener, condenados por Dios a comer el pan con el sudor de su rostro, condénase solamente el afán que sofoca la atenta vigilancia del espíritu para conseguir los bienes espirituales y celestes: puesto que el mismo Señor a quien servían, y ministraban los ángeles todo lo necesario, también permitía que sus discípulos tuviesen algún repuesto o depósito, para cuando les era necesario comprar vitualla; y esto lo permitió para dar ejemplo, e informar e instruir a su Iglesia. A esta regla pues redujo el Señor este grandioso precepto, a fin de que ninguno por la ambiciosa solicitud de los bienes temporales, pierda enteramente de vista los eternos. … Quiera pues Su Magestad Divina concertar de tal manera las obras y los deseos de las criaturas, que ninguna de ellas se atreva a buscar otra cosa mas que la expansión de su santo reino, la honra de su nombre, y la glorificación que deben darle en la tierra, como se la dan los espíritus bienaventurados en el Cielo: para que así engrandecido y alabado, y buscado con afán el reino de Dios y su justicia, gocen en la tierra de todos los consuelos, y en el Cielo consigan el eterno premio.
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Nota. La historia del presente capitulo está comprendida en el VI de san Mateo, desde el versículo 22 al 33, ambos inclusive. La contesta san Lucas en el capitulo XII, desde el versículo 22 al 31 también inclusive.
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Después que Jesucristo exhortó tan eficazmente a sus discípulos a depositar toda su confianza en la Divina Providencia, prohibiéndoles, no el trabajo que nos manda, sino los cuidados que perturban, las inquietudes y la solicitud que daña, y la desconfianza sobre las necesidades de la vida, ordenándoles que tuviesen cuidado de representarlas todos los días a Dios, les mandó que fuesen misericordiosos como su Padre lo es también. Dios nuestro Padre se compadece de nosotros, y remedia nuestras miserias y necesidades, no como si esperase alguna cosa de nosotros, sino por sola su bondad; significándonos con esto, que al remediar nosotros las necesidades de nuestros prójimos, no debemos hacerlo por nuestro bien; sino por el amor a su bondad, y por el bien y salud de nuestros hermanos: el que por su comodidad y provecho propio hace bien al prójimo, no tiene caridad, porque en sus obras no busca la utilidad de aquel a quien debe amar como a sí mismo, sino la suya propia: Dios quiere que le imitemos en la misericordia, no en el poder; este le apeteció Luzbel, y fue arrojado al infierno: quiere que le imitemos en la bondad, no en la sublimidad de los conocimientos que solo a El están reservados; esto lo ambicionó el hombre y fue arrojado del Paraíso: imprime en nuestras almas el sello de su misericordia, y quiere que seamos misericordiosos con nuestros semejantes como Su Magestad lo es con nosotros: …
El Salvador enseñó a sus discípulos que de tres modos podía usarse la misericordia. No juzgando mal, ni pensando temerariamente de nadie, ni condenando a alguno con la misma ligereza y temeridad con que de él hubiésemos pensado; porque si no seremos juzgados y condenados en el tribunal divino, como acá en la tierra hubiéremos juzgado y condenado. Echad a buena parte lo que se puede interpretar bien, quiso decirles; no digáis mal de lo que se puede excusar; no censuréis de aquellos que están a vuestro cargo. Si os apartareis de estas obligaciones, seréis juzgados con rigor, pues Dios quiere aún aquí medir su conducta sobre la vuestra, y hacer de vuestros juicios para con vuestros hermanos, regla de los que hará en vuestro favor, o contra vosotros. Siendo jueces favorables para con ellos, lo encontrareis lleno de misericordia; y siendo críticos severos, y censores sin piedad, os espera un juicio sin ella. Tomad, pues, en vuestra mano la vara recta, la medida benigna, porque con la que a vuestro prójimo midiereis, con ella seréis medidos también. Guárdate, decía San Bernardo, guárdate bien de ser curioso escudriñador o juez temerario de las cosas, de las acciones y palabras de tus hermanos, y sea lo que fuese lo que en ellos adviertas, no les juzgues temerariamente, excúsales mas bien. Excusa la intención si no pudieses la obra, y atribúyela a ignorancia; atribúyela a engaño o equivocación, reputa la casualidad, y si de ninguna manera pudiera disimularse o disculparse el hecho, recógete a tu interior, y di en el fondo de tu corazón, ¿cuán terrible seria la tentación que derribó a mi hermano? ¿Qué hubiera sido de mí si con igual violencia me hubiese acometido? Y el Crisóstomo repetía: no conviene ser un inexorable exprobador de los delitos, ni dejarse caer con insolente orgullo sobre el desventurado que cometió la culpa; sino avisarle con clemencia, y ayudarle con sanos consejos. Si fueses sobradamente severo, y juzgador temerario, entiende, que ya no juzgas y condenas a tu prójimo, sino que a ti mismo te juzgas y condenas: tú obligas a la justicia divina, a que tome contra ti la mas severa venganza aun por tus faltas mas pequeñas. Tú diste la ley al Juez Supremo para que con mas severidad sean examinados tus pecados, puesto que juzgaste sin conmiseración ni piedad los de tu prójimo. Conoce pues que estas son acechanzas y tentaciones diabólicas, porque el que severamente discute sobre la vida ajena, nunca, jamás merecerá el perdón de sus propios delitos.
El segundo modo con que enseñó el Salvador a usar de misericordia, fue diciendo a sus discípulos: Excusad y perdonad las injurias que vuestro prójimo os hiciere, aunque no os parezcan excusables ni dignas de perdón; porque solo así seréis vosotros también excusables y dignos de que se os perdone: solo así usarán los demás de indulgencia con vosotros y tolerarán vuestros defectos. Y conociendo el Maestro Soberano que no se necesitaba menos caridad para sufrir con paciencia las imperfecciones de sus hermanos y juzgar bien de ellos, que para socorrerles en sus necesidades, les añadió el tercer modo de usar de misericordia diciendo: ved ahora la medida de que Dios se sirve en la distribución de sus bienes: no es como la de los avarientos, los ingratos y los hombres de mala fe. Es buena, grande, llena, y superabundante, de modo que no se llena y aprieta bien, sino que se da con colmo, y hasta que se vierte por los costados. De la abundancia del premio nos hace Dios cada vez mas liberales para hacer bien y usar de misericordia, pues por un vaso de agua que diéremos en su nombre o en el de su discípulo nos ofrece el premio de la bienaventuranza eterna: esta es la medida buena, porque es sobre la exigencia de nuestros merecimientos; y buena porque es bueno su premio, esto es, sobretodo lo bueno, y que encierra en si y comprende todo lo que es bueno y mejor. Conferta, esto es, llena, porque excede sobremanera lo condigno de nuestros merecimientos, pues llena de tal manera nuestra alma de celestial bienaventuranza, que nada le deja que no esté lleno de gloria. Coagitada, porque es sobre todo lo que se puede desear; y porque es firme y eternamente duradera. Sobre afluente, porque es infinitamente mayor que todo lo que se puede pensar, excediendo también infinitamente todos nuestros merecimientos, pues se nos da lo eterno por lo temporal, lo divino por lo humano: sin embargo de esto, es muy de admirar que diga la verdad eterna, que se nos medirá con la misma vara que midiéremos , esto es, que el premio es igual a la dádiva: mas esto solo significa la correspondencia que hay en el modo de hacer bien, porque aunque bien se hace, al que bien hace Dios premia con mas largueza y abundancia de lo que merecemos: premia no solo las obras, sino hasta las palabras , los pensamientos y los deseos, y según cada una de estas cosas es mayor, es asimismo mayor la remuneración que por ellas se nos da: mas esta grandeza no debe estimarse o valuarse por el mérito exterior que se ve, sino por la grandeza del afecto interior con que se hace, por la elevación del deseo con que se dirige , y por sublimidad y magnificencia del objeto a quien se eleva y representa: así aquella pobre viuda que echó dos dineros en el gazofilacio, echó mas según el testimonio del Salvador, que muchos ricos que habían echado grandes sumas.
Quería Jesús mover a sus oyentes a aborrecer de todo corazón un vicio tan detestable, tan perjudicial y feo como era ese modo de juzgar y condenar temerariamente a su prójimo, y comparó las personas sujetas a él, a los que tienen los ojos enfermos, o les falta enteramente la vista, diciendo: ¿Si un ciego sirve de guía a otro ciego, y encuentra en el camino un hoyo, o un precipicio, no caerán ambos allí infaliblemente? así como el discípulo no es mas sabio que el maestro que le enseña, tampoco el que es conducido es mas que el conductor. Esto era expresarles enérgicamente su aversión a la falta de caridad, a la injusticia y al orgullo que entran en nuestros juicios temerarios: esto era condenar con vigorosa vehemencia el juicio que ordinariamente formamos acerca de aquel que nos ofendió, como antes había condenado el rencor que se guarda contra el mismo ofensor. Nosotros no vemos sino la acción, no descubrimos sino su exterior; pero solo el que todo lo ve penetra la intención y el motivo; y cuando nosotros no le hallamos sino para acriminar, tal vez el que pesa con su balanza justísima y fiel, los halla para excusar y aun para justificar a nuestro prójimo. ¿Y podríamos nosotros ignorantes y ciegos formar un juicio exacto sobre todo lo que observamos y vemos en nuestro prójimo? El que se erige en público censor de sus hermanos, y se toma la licencia de juzgarles y censurarles, debe estar perfectamente exento de las faltas que en ellos reprende. El necio no puede enseñar al necio, y dirigirle según las reglas de la justicia, sino que es preciso que ambos a dos caigan en la hoya de la perdición, en la hoya de la culpa, en la fosa del infierno. Cuando el pastor camina por entre las breñas, es consiguiente que el rebaño le siga al precipicio; esto fue lo mismo que si dijera a sus discípulos: De tal manera debéis obrar, que iluminando a los demás con vuestra doctrina y ejemplos, seáis dignos de gobernarlos y conducirlos, no seáis del número de los ciegos especuladores de la Sinagoga, porque es una cosa muy ridícula un especulador ciego, un doctor ignorante, un precursor cojo, un prelado negligente y un pregonero mudo. Si tú, pues que a los demás juzgas, caes en las mismas culpas que en los otros condenas, ya eres un ciego que guías a otros ciegos. ¿Cómo podrás salvar a los otros, si tú siendo maestro y doctor te precipitas?
Con otra semejanza no menos natural y hermosa anatematizó la conducta de los fariseos y escribas que se tenían por santos, y les dio a entender de dónde provenía la gran dificultad que tenían en conocer sus propios defectos, cuando tan escrupulosamente notaban los de los demás. ¿Por qué os ingerís, les dijo, a buscar una paja en el ojo de vuestro hermano, y no veis una grande viga en el vuestro? ¿Gustáis de reprenderlo sobre una falta ligera, y os disimuláis y permitís a vosotros mismos los vicios mas groseros? Veis ahí hipócritas vuestro verdadero retrato, y hasta dónde llega vuestra ceguedad. ¿Os parece que veis con bastante luz, y que todos los demás están ciegos, o que andan a obscuras? Abrid los ojos alguna vez, volvedlos a vosotros mismos: curaos los primeros, y después procurareis curar a los otros. Lo que os impide ver el estado infeliz de vuestra conciencia, es una grande viga; esto es, un enorme pecado que ocupa vuestra alma y ofusca vuestra razón. ¿Ni cómo habréis de poder tampoco sacar la paja del ojo de vuestro hermano, si os falta la caridad, que es la principal medicina? Si la soberbia, la vanidad y el amor propio son lo que llevan la mano, ¿cómo queréis que salga bien la obra? Obrando de este modo hacéis padecer al prójimo, y no le sanáis; esto es, no le sacáis la paja que tiene en el ojo. El amor propio siempre es necio, indulgente para si, y tirano para con los demás; todo lo ve bajo un punto de vista falso, porque él mismo se constituye como el centro, pero la dulzura de la caridad nos hace ver en Dios el punto central de todas las cosas y de todas las relaciones, y el que mira desde este centro todo lo ve y contempla con discreción y caridad.
Con todo eso, estas máximas importantísimas de la doctrina de Cristo no deben extenderse mas allá de los limites que el mismo Salvador las señaló. Hay hombres que por su estado tienen el cargo de juzgar a los otros hombres, y los hay tan corrompidos que si su conducta no fuese condenada, se convertiría en escándalo, y vendría a ser un contagio. Vosotros pues que sois mis Apóstoles, tenéis derecho y estáis en la obligación de hacer diferencia y discernimiento de aquellos con quienes ejercitáis vuestro ministerio. La doctrina que yo os confío es santa; mis lecciones son perlas preciosas: son unos secretos de que no se debe dar parte indeferentemente a todo el mundo, pues no todos son capaces de entenderlos; y es fácil contradecirlos mas que penetrarlos; ellos no pueden bastantemente estimarse, y así como no se entregan a los perros las cosas consagradas a Dios, ni se arrojan las piedras preciosas a los puertos, así no se han de anunciar esta suerte de verdades a almas bajas y terrenas, a hombres sucios como los animales inmundos, o furiosos como perros; ni a gentes llenas de ignorancia y malicia, que después de haber menospreciado vuestra doctrina, y puesto debajo de sus pies lo que podéis decirles mas santo y venerable, se levantarán contra vosotros y no cesarán de desacreditaros con sus calumnias. Dos cosas dice San Agustín son las que impiden el que recibamos como debemos las cosas grandes y sublimes que la Iglesia nos enseña, a saber: el desprecio y el odio: lo primero se refiere a los puercos, lo segundo a los perros. Guárdese pues el ministro de la religión de descubrir los arcanos misteriosos al que no los comprende, ni está en disposición de comprenderlos; porque mejor busca aquel lo que para él está cerrado, que lo que le está abierto y patente; porque o lo inficiona con el aliento pestífero de su odio como el perro, o lo desprecia orgulloso como el puerco.
Esta contradicción palmaria y manifiesta que Jesucristo anunciaba a sus Apóstoles, no les dispensaba la obligación que tenían de predicar el Evangelio por todo el mundo, y muchas veces a presencia de sus mas feroces e implacables enemigos; esto solo era prevenirles que no anticipasen el tiempo de declarar sus misterios a los hombres, cuyas pasiones los hacían indignos de ellos, y cuyas preocupaciones los hacían incapaces, y corno no quería que ninguno de los que enviaba pudiese excusarse con su ignorancia , ni con las dificultades y obstáculos que habían de encontrar para desempeñar cumplidamente su ministerio, les animó a que pidieran los socorros del cielo y la sabiduría de lo alto por medio de la oración, alentándoles con la confianza de que recibirían los socorros y gracias necesarias para desempeñar la altísima misión de su apostolado. Pedid, les dijo, y seos dará; buscad y encontrareis; llamad y abriros han. Pedid con fe y orando.
Buscad con la esperanza y viviendo bien. Llamad con la caridad y la perseverancia. Porque eran mayores, dice el Crisóstomo, los mandatos que se les habían dado que las fuerzas humanas; los encamina el Maestro Divido a Dios, para cuya gracia nada hay imposible , y les dice: pedid y se os dará; para que lo que no podía consumarse por la fuerza de los hombres, tuviese cumplido efecto por la gracia de Dios, pues así como a los demás animales les proveyó de todo lo necesarío, a los unos con la ligereza de sus pies, a otros con la velocidad de su vuelo, y a otros con la rapacidad de sus uñas , la fiereza de sus dientes, y la fortaleza de sus cuernos, así dispuso también que el hombre aunque dotado de razón y conocimiento tuviese tan poca fortaleza y virtud que siempre hubiese necesidad de acudir a su Dios y Señor.
Muy oportunas son las reflexiones que sobre estos pasajes del Evangelio hacen varios padres y doctores de la Iglesia. San Gerónimo dice: si al que pide se le da, y el que busca halla, y al que llama se le abre; claro es, que aquel a quien no se da, que no halla, y a quien no se abre, es porque no pide bien, ni busca, ni llama bien. San Crisóstomo añade: condénase el mal modo o la negligencia del que pide, cuando no puede dudarse de la misericordia del que da. Y San Agustín concluye: Jesucristo que nos enseñó a pedir, es el dador con su Padre; y si no nos quisiera dar, no nos exhortaría con tanto amor para que le pidamos. Avergüéncese pues la pereza humana, mas quiere darnos aquel que nosotros recibir: mas deseos tiene de usar de misericordia, que nosotros de salir de la miseria. El que nos exhorta a que a él acudamos, por nuestro bien nos exhorta. Dispertémonos, démonos prisa, y toda vez somos exhortados, creamos al que promete; roguémosle con perseverante confianza, para que nos alegremos cuando nos dé con abundancia, según nos lo tiene prometido por la grandeza de su corazón.
Es sobre impía inhumana la opinión de los modernos refractarios que reprueba y condena la práctica de la oración, diciendo , que no tiene ninguna virtud ni merecimiento alguno para con Dios; y que solo es provechosa al hombre y grata a Dios a titulo de acto de confianza y de elevación de nuestro corazón a su Divina Magestad, el cual no oye, dicen , nuestras súplicas , porque no necesita que le expongamos nuestras miserias; pero la práctica de todos los pueblos y de todos los hombres desde el principio del mundo condena esa impiedad espantosa y blasfema : la Escritura santa nos recomienda la oración, y el mismo Jesucristo nos la enseña con su doctrina y ejemplos.
Tres cosas empero deben concurrir en la oración para que sea oída: la primera es que sea pía y justa, esto es, para pedir a Dios todas aquellas gracias y auxilios que son necesarios para conseguir la salud espiritual de nuestras almas, y lo que mas nos convenga para alcanzar la corporal: la segunda es que sea perseverante, esto es, que no se interrumpa por algunos actos contrarios o repugnantes a la misma oración, porque no cesa de orar el que no cesa de hacer bien: la tercera es que sea fervorosa, porque si no está inflamado el corazón por la caridad , mal será oída del Dios de la caridad: y esto es lo que principalmente denotan aquellas tres palabras pedid, buscad, llamad. Pedid con piedad: buscad con perseverancia: llamad con confianza y fervor; y concurriendo estas tres cosas, se os dará, hallareis y se os abrirá. Luego es necesaria la perseverancia para que recibamos lo que pedimos, para que hallemos lo que buscamos, y para que se nos abra cuando llamemos. Con la repetición de estas palabras nos manifiesta el Señor que quiere seamos solícitos, molestos, importunos y hasta obstinados en el pedir: porque aquello que se pide para la salud y salvación nuestra, no siempre se nos da luego que se pide, sino que se difiere para darlo después en el tiempo conveniente, y para que retardándose mas el dar, se estime mas el don cuando se dé.
En la oración deben evitarse las distracciones, porque, como asegura San Ambrosio, no oye Dios aquella oración a la que no tiene el que ora toda su atención. Dios quiere que le pidamos con fe lo que tiene prometido darnos ; y por esto nos promete muchas veces antes de dar, para que la promesa excite mas nuestra confianza, y merezcamos por la oración aquello que graciosamente había determinado darnos (Romanos 8, 26). Aunque Dios ve mejor que nosotros lo que necesitamos, nos ha iluminado acerca las necesidades de nuestra alma , y para satisfacerlas nos dio su único Hijo, y nos da el Espíritu Santo para que nos enseñe a orar y ore en nosotros. El Espíritu ayuda nuestra flaqueza, dice San Pablo , porque no sabemos orar como conviene; pero el mismo Espíritu pide por nosotros con gemidos inefables. … . David nos asegura (Salmo 144, 18-19) que el Señor está cerca de todos los que le invocan, de todos los que le invocan en verdad. Hará la voluntad de los que le temen, oirá su súplica y los salvará.
De la sublimidad de las doctrinas espirituales descendía con mucha frecuencia el Maestro Divino a la vulgaridad de las cosas mas naturales, para hacer aquellas mas fáciles de comprender, y así le hizo también en esta ocasión diciendo a sus Apóstoles y discípulos: ¿Podréis dudar vosotros de que es muy cierto cuanto acabo de deciros, siendo todo ello una cosa muy natural entre los hombres? Quién hay entre ellos de corazón tan duro, que en vez de dar a su hijo el pan que le pide, le dé una piedra; y que en lugar de un pez de que tiene gana, le ponga en la mano una serpiente? Pues si esto lo hacen los hombres siempre inclinados al mal, que son menos padres para sus hijos, que lo es para vosotros vuestro Padre celestial que está en los Cielos, no os ha de dar este los verdaderos bienes y los consuelos y dones que rendidos le pidáis, si los pedís con fe, con perseverancia y amor, asegurados como debéis en el infalible cumplimiento de sus promesas?
Dios empero exige de nosotros una cooperación muy particular para concedernos los dones que le pidamos, y la marcó su Hijo con hermosa precisión cuando dijo, dad, y se os dará, por esto inmediatamente después de haber exhortado a sus discípulos a que depositasen su confianza en la bondad de su Padre, les añadió: así que, todo lo que queréis que hagan con vosotros los hombres, hacedlo vosotros antes con ellos: no les neguéis lo que tienen derecho a pediros. Tratadlos como queréis ser tratados: hacedles bien si queréis que os lo hagan: esto es lo que manda la ley, esto es lo que enseñan los Profetas. así cumpliréis el primero, y el mayor de los mandamientos, que es amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a vosotros mismos: en esto se encierra toda la ley de los Profetas: y con esta cooperación de vuestra parte, bien podéis acudir a Dios en todas vuestras necesidades sean las que fueren, que no serán vanos vuestros ruegos, ni infructuosas vuestras oraciones. Todos los demás preceptos de la ley que ordenan las acciones del hombre,…, no son sino como consecuencias legitimas de este gran principio de la caridad, y por esto dijo San Pablo (Romanos 13, 8): No tengáis otra deuda con nadie, que la del amor que os debéis siempre unos a otros, puesto que quien ama al prójimo tiene cumplida la ley.
San Crisóstomo dejó correr su elegante pluma en la exposición de estas palabras, y dijo (Div. Crisostom. Hom. 18. oper. imperfec.): En estas breves palabras comprendió el Señor todas las cosas que eran necesarias para afirmar nuestra fe, y merecer nuestra salvación: así conocemos claramente el deber que tenemos de hacer para todos los demás, lo que queremos que hagan con nosotros. Grande precepto, en el que todos se encierran: por esto dijo el Señor, esta es la ley y los Profetas: porque así como las innumerables ramas de un árbol proceden de una sola raíz, y en ella se contienen; así también de este como de su raíz, parten todos los demás mandamientos, y en él se contienen. Si de los otros, pues, deseamos recibir aquello que para nosotros es útil y conveniente, en gracia de la caridad y amor que les debemos, también para ellos hemos de hacer cuanto les sea necesario, útil y conveniente: esta es la ley y los Profetas: solo así conseguiremos la salud y la salvación eterna.
Suave es, no hay duda, el yugo del Señor, y muy ligera la carga que nos impone; pues está reducida y compendiada en una regla tan breve. ¡Pero cuán raros son los hombres que la observan! Durísima se les hace la ley, pesadísima la carga: Yo no sé, añade el mismo Crisóstomo, si hoy será fácil encontrar un solo hombre que la observe. ¡Oh ley suave y dulce! Solo el Legislador infinitamente sabio podía dictarte, y darte a los hombres. Todo lo que queréis que hagan por vosotros los hombres, tenéis un deber de hacer por ellos. Nada mas justo, pero nada mas olvidado, ni despreciado.
No se le ocultaba al Salvador la grande resistencia que habían de oponer los hombres a la práctica de esta saludabilísima e importante máxima, y por esto les anunció que debían hacerse violencia combatiendo en su propio corazón las pasiones que la contrariasen. Entrad, les dijo, por la puerta angosta: Haced para eso todos los esfuerzos posibles e imaginarios, que así es menester para abrazar una forma de vida evangélica, que enflaquezca y debilite al hombre carnal. La puerta ancha y el camino espacioso, conducen a la perdición; y son muchos los que entran por él. La puerta angosta y el camino estrecho, conducen a la vida, ¡pero cuan pocos son los que la hallan! Digna es de notarse la palabra con que Jesucristo presenta a sus Apóstoles esta doctrina. Esforzaos: porque el reino de los cielos no se alcanza sino haciéndose el hombre una gran violencia: forcejad para entrar por la puerta estrecha, porque no puede lograrse sino trabajando con grandes esfuerzos que el hombre terreno se haga ciudadano del Cielo. La lucha continuada para lograr tan alto fin es buena y santa: ella era la que alentabalos antiguos pobladores de la Tebaida y de la Palestina, y les presentaba como dulces todas las privaciones y penalidades del desierto. Mas hoy en el mundo se esfuerzan y luchan los hombres por cosas muy distintas y ajenas de la profesión de los cristianos. Hoy se dirigen todos sus esfuerzos y conatos a adquirir la superioridad y primacía sobre todos los demás: en amontonar riquezas y tesoros: en satisfacer todas las pasiones y deseos de su corazón: en llevar a cabo todos los instintos de la venganza: y en entonar himnos de servil adulación a quien en la tierra puede favorecerles, despreciando enteramente a Dios, y blasfemando de su providencia.
Después que nos dice el Salvador que nos esforcemos y trabajemos para entrar por la puerta estrecha, nos da la razón por qué debemos hacerlo; ella conduce por un camino estrecho y sembrado de espinas a la vida y a la salvación eterna; y la puerta ancha y el camino espacioso conducen a la muerte y a la perdición eterna; y sin embargo son muchos los que entran por esta puerta y siguen este camino, y pocos los que siguen aquel y entran por la puerta estrecha. Violentaos pues, y forcejad para entrar por ella; porque ayunar, velar, mortificar la carne, domar sus apetitos, refrenar sus pasiones, privarse de los deleites de la sensualidad, negar su voluntad propia, …, renunciar al mundo, y a todos sus halagos, honores y gloria para abrazar la cruz de Jesucristo y seguir todos sus pasos; ser humilde …, …, sufrir con paciencia las injurias , perdonar los agravios, hacer bien y rogar por los mismos enemigos, ¿ a quién no parece arduo, estrecho y espinoso este camino? Pero el comer, beber, glotonear, descansar en blanda y mullida cama, satisfacer todos los apetitos y exigencias de la carne, dar rienda suelta a las pasiones, mandar a todos y a nadie obedecer, enriquecerse a costa del prójimo, entregarse a los ímpetus de la venganza, y llenar los caprichos de una voluntad ambiciosa sin contradicción de ninguna clase, ¿a quién no parece este camino encantador y ameno? Mas ah! que por este camino ancho caminan muchos, por el estrecho viajan pocos.
Pero, qué es lo que haces, oh hombre? Qué es lo que hablas? Qué es lo que piensas? Se te ha mandado entrar por la puerta angosta, y caminar por el camino estrecho, ¿por qué te afanas en buscar en este mundo sosiego y descanso, felicidad y abundancia, goces y placeres? No sabes que no pueden hallarse en los caminos sembrados de espinas? Si este es estrecho, ¿por qué buscas en él anchurosos espacios para recrearte? Puede haber alguna cosa peor que buscar esta permutación? Puede darse mayor perversidad que el desearla? Los que sirven a los príncipes de la tierra, solo quieren saber si sus servicios serán bien recompensados, y seguros de que lo serán, ya no rehuyen ningún trabajo, no evitan ningún peligro: ninguna bajeza excusan, ni se niegan a ningún oficio por bajo y servil que sea. Con gusto emprenden penosas peregrinaciones a lejanas y estradas tierras; y con la esperanza del premio sufren alegres la mudanza de climas, los peligros espantosos de los mares, los ímprobos trabajos, los desprecios y hasta los tormentos con que los molestan y afligen los rivales y enemigos de su príncipe y rey. Ni temen ser defraudados en la miserable esperanza que concibieron; ni una muerte prematura al visitar un país que desconocen, cuyo clima puede serle sobremanera contrario; tampoco les detiene ni arredra la separación de sus esposas, la privación de sus hijos, ni el alejarse tal vez para siempre del país que les vio nacer, y de la patria que tanto aman; sino que inflamados por la ambición y la codicia, obran como dementes furiosos y frenéticos sin sentir ningún trabajo, sin probar ninguna pena en su corazón. Nosotros empero que no buscamos las riquezas perecederas de la tierra, sino las permanentes del cielo, las que no puede ver el ojo del hombre, ni su mano tocar, ni su entendimiento comprender, y que para alcanzarlas debemos estar dispuestos a sufrir todos los trabajos del mundo, no debemos preguntar por el sosiego y descanso en la tierra. ¡Oh! cuánto mas miserables somos, mas flojos y débiles que los sectarios, paganos e infieles. Qué dices, oh hombre, qué haces? Te preparas para escalar y subir al cielo, para invadir aquel reino, y preguntas si te ha de ser muy áspero y dificultoso el camino? Y no mueres de confusión y vergüenza? Y no vas a esconder tu debilidad y miseria en las entrañas de la tierra? Aunque para conseguir tanto y tan grande bien te sucediesen todos los males, aunque para lograrlo te amenazasen todos los peligros, asechanzas , injurias, ignominias, calumnias, puñales, hierro, bestias, fuego, precipicios, hambre, sed, enfermedades y cuantas calamidades y desgracias pueden imaginarse y decirse, todo debía parecerte ridículo y despreciable , a trueque de conseguir tanto y tan grande bien. Si esto temes, o hombre, sabe, que este es un miedo propio de un ánimo afeminado, envejecido en el crimen y en la iniquidad. El que desea subir al cielo, no debe pensar, ni buscar descanso en la tierra, siempre ha de estar en continua vela, siempre en una lucha continuada, y todos los peligros, males, y calamidades de la tierra, risa, quimeras y sombras vanas deben parecerle. Hasta aquí San Crisóstomo (Div. Crisostom. De Via lata et porta Augusta. Hom. 54. in Math).
Vida de Nuestro adorable redentor Jesucristo. 1847. Segundo tomo:
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