sábado, 27 de junio de 2015

Aprovechar la propia vida

            Uno aprovechará su propia vida si la utiliza para hacer el bien, si la utiliza para amar de verdad; esto es posible en cualquier circunstancia y, por tanto, no hay disculpas; ninguna circunstancia libera a la persona de esta obligación. Podría pensarse superficialmente lo contrario, que le viene bien a la persona el dedicarse no a hacer el bien, sino a alimentar sus intereses superficiales, como comodidad, entretenimiento, vanidad, etc., y esto muy fácilmente podemos ver que es falso; entre otras muchas cosas, ¿cómo responderá esa persona ante las mil circunstancias aparentemente adversas que se imponen en la vida aunque uno no las quiera?, ¿a dónde vemos que conduce una vida dedicada a los intereses superficiales?, etc. En ocasiones uno se queja de las propias circunstancias, pero no porque en ellas no pueda hacer el bien, ya que esto, como hemos dicho, siempre es posible, sino que se queja porque ve atacada su comodidad, vanidad, los planes que tenía previstos, etc. Para aprovechar la vida, uno tiene que amar de verdad, pudiendo ver las diversas situaciones no desde sus intereses superficiales, ni dejándose guiar por ellos, sino que pensando en hacer su parte para el bien de verdad.
            Al ir amando de verdad uno irá contando con fuerzas para sobreponerse a los particulares intereses propios a ajenos; uno, si se decide a hacer el bien de verdad, podrá negarse, por ejemplo, a algo que pudiera apetecerle, o bien, lo que en ciertas circunstancias pudiera ser más difícil, negarle a otra persona lo que a ésta pudiera apetecerle, o interesarle superficialmente, aún sabiendo que de concederlo uno quedaría superficialmente halagado o complacido. Al esforzarse en tener buena intención, uno podrá ir contando con fuerzas para sobreponerse a todos estos fuertes intereses superficiales; y aunque una persona, dejada llevar por estos intereses superficiales durante mucho tiempo, o toda la vida, haya dado lugar a que éstos se hayan ido complicando, y la persona se sienta, y lo esté, muy atada o esclavizada por ellos, siempre es posible, mientras hay vida, comenzar a liberarse de todo ello y empezar a amar de verdad, a buscar el bien de verdad, y no seguir alimentando intereses superficiales.
            Amar o hacer el bien no es hacer lo que a la otra persona pudiera apetecerle, o interesarle superficialmente, sino que para amar, uno tiene que encaminarse a hacer el bien de verdad. El amor de verdad siempre es gratuito; no busca gratificación como la actuación interesada superficialmente, no pretende tampoco dominar al otro con la propia actuación; con el amor de verdad, siempre se responde con amor en las pruebas (como determinadas respuestas de otra persona) que puedan surgir; y no conduce a decir ni a pensar que lo que uno ha hecho ha sido inútil para uno o para los demás, aunque se hayan deshecho los planes que parecía que iban a tener lugar. Haciendo el bien de verdad, uno realmente no se hace daño, sino bien. Cuando parece que hay que elegir entre el bien del otro y el de uno, generalmente se refiere uno a intereses superficiales; pero si uno se guía realmente por el bien de verdad, uno primeramente se hace bien a sí mismo, y esto ya nadie se lo quita, además del efecto de su actuación en otras personas, etc. Si uno no ha depurado su intención, y se ha guiado por intereses superficiales, además de no haberse hecho bien a sí mismo, ni haber acercado a otras personas a vivir el bien o el amor de verdad, es posible que le surja luego el resentimiento si ve que la conducta de otra persona no responde a sus expectativas interesadas, aunque estos intereses superficiales no fueran del todo conscientes. Es entonces cuando sólo aparentemente podría rápidamente pasarse del amor al odio, cuando eso realmente no es cierto, ya que el amor es justo lo contrario del odio, y entre ellos no hay un paso, sino muchos; pero lo que sí es cierto es que podría pasarse de la actuación interesada al odio  mucho más rápidamente  (realmente van en el mismo sentido tanto el odio  como la actuación interesada superficialmente, que, en definitiva, no deja de ser egoísmo); y entonces sí que podrían surgir las no infrecuentes quejas de que uno lo dio o hizo todo por la otra persona, sin reconocer todavía que lo que uno hizo no fue realmente por el bien de verdad de la otra persona, sino por intereses superficiales que en el momento de la queja han quedado sin el resultado interesado esperado; pero hay que ser valientes y reconocer que la intención de uno no era tan pura como se pudiese pensar, y saber que con una actuación interesada, aunque se hayan alimentado intereses superficiales de otra persona, y se hayan pasado ciertos esfuerzos para ello, realmente no se ha hecho el bien de verdad, sino al contrario, con lo cual no sería extraño, que por parte de estas actuaciones no se haya brindado mejoría alguna, sino lo contrario, además de no haberse hecho tampoco bien uno a sí mismo. Hay que ser valientes para reconocer los intereses superficiales de uno, y no vale decir que uno por ejemplo no tenía intereses económicos, u otros intereses concretos, lo cual podría ser cierto, ya que intereses superficiales hay de muy variados tipos, siendo por ejemplo uno que suele pensarse que no actúa el interés emocional, el cual consistiría en alimentar los intereses emocionales de uno, aunque sean insanos, como el deseo de sobresalir, de quedar bien, de autoafirmarse personal o socialmente, de tener compañía, o incluso el de tener a alguien al que poder dominar, minusvalorar, o "cuidar", o "curar", y un largo etc. Es posible que muchas personas piensen que estos intereses emocionales son inexistentes, cuando no lo son, y pueden desviar totalmente la actuación en un sentido, y hacerla totalmente perjudicial tanto para uno, como para otras personas. Precisamente si uno quiere hacer el bien tiene que sobreponerse a todos estos intereses superficiales (quedar complacido, quedar aparentemente bien ante posibles espectadores, o vecindario, etc.), que podrían confundir, siempre superficialmente ya que en profundidad el engaño es menor, lo aparentemente bueno, con lo bueno realmente; y buscar el bien de verdad, lo cual no es buscar la mera complacencia ni alimentar intereses superficiales desordenados; de una actuación realmente bienintencionada, uno ya nunca se arrepiente, independientemente de los resultados, los cuales por esta vía se seguirán mirando, no desde los intereses superficiales, sino que prosiguiendo en hacer el bien.


 

PARA LOS QUE QUIEREN TENER O AUMENTAR SU FE.

            Si se quiere reanimar o recuperar la fe lo primero es ponerse en Gracia de Dios y esto se hace con la Confesión Sacramental (los no bautizados tendrían que recibir el Bautismo, para recibir el don de la fe), arrepintiéndose y confesándose de todo lo que es contrario a los Mandamientos de Dios, esto es, de todo lo contrario a la Caridad. Dios irá dando Gracia para ir viendo esto con más claridad para el que quiere mejorar sinceramente, para el que está dispuesto a romper con la tiranía de las superficiales apetencias y pone todos los medios necesarios para luchar contra ellas, decidiéndose a vivir el amor de verdad, abandonando la mentira y el egoísmo.
            Os recomendaría que ante cualquier persona a la que se vaya a ayudar en algo, o ante la que uno se sienta llamado a ello,  encaminarse al bien real de esa persona (y por extensión de toda la humanidad, procurando su salvación eterna, todo según la Voluntad de Dios) aunque se estuviera, por ejemplo, ayudando a resolver un problema material concreto, y que esto esté por encima de los particulares intereses superficiales (quedar bien, amor propio desordenado, etc.); si uno solamente pensase en el bien material de otra persona, esto no le obliga a depurar la propia intención; pero si uno busca el bien real de la otra persona, esto sí le obliga a depurar su propia intención. Si se hace el bien de verdad, seguro que se “verán” los efectos beneficiosos (que quizá otros no vean con los ojos); esto vale la pena aunque cueste un esfuerzo. Y resulta que el bien real es bueno para todos, y el solamente aparente, que se limita a alimentar intereses vanos, para nadie.

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