sábado, 27 de junio de 2015

FACTORES A TENER EN CUENTA A LA HORA DE AFRONTAR UN PROBLEMA, IMPREVISTO, ENFERMEDAD, O CIRCUNSTANCIA ESTRESANTE.


Un primer factor sería el descartar lo malo en sí mismo como respuesta o supuesto intento de solución. Incluso una mala actuación de otra persona, por ejemplo, no justifica la propia mala actuación como respuesta; y esto aunque la situación vuelva a repetirse una y otra vez. Luego veremos que lo malo, en sí mismo, procede de una conciencia no depurada, y sólo complica las situaciones. Si la situación es extremadamente difícil, sólo si respondemos bien, haremos, por nuestra parte, lo mejor que podamos. Ni que decir tiene que lo malo sólo sirve para complicar una situación, aunque se pudiese satisfacer con ello algún vano interés personal, o salir “ganando”, equivocadamente y falsamente, en este sentido. Ser, además, muy conscientes de que a cada uno le corresponde su parte, y de que no hay disculpas para ello, aunque otra persona lo dificulte (en muchas ocasiones podría apetecer que la situación, o actuación de otra persona, fueran diferentes, quizá para no tener que pasar uno mismo por la dificultad de tener que hacer lo que debe hacer al respecto, lo cual le obliga a sobreponerse a los particulares intereses personales egoístas). Como segundo factor muy importante, y que no muchas veces se tiene en cuenta, es: enfocar la situación generosamente; lejos de pensar en los propios intereses superficiales, o en intereses superficiales en general, encaminarse al bien real de todos los implicados, siendo deseable que este objetivo esté respaldado por uno todavía mayor de hacer el mayor bien posible con nuestra vida (lo cual, por supuesto, sólo es posible según Dios), lo cual, incluso, nos ayudará a discernir si tenemos que actuar activamente ante un asunto determinado, pero no cabe duda de que si comenzamos a pretender, con la ayuda de Dios (aunque no seamos, en principio, conscientes de ella), el buscar el bien real de las personas (no dirigiéndonos, como último objetivo, por su bien material, sino que buscando su bien de verdad, o lo que inicialmente podamos considerar de ello, de acuerdo a la depuración de nuestra conciencia; por supuesto que descartando lo malo en sí mismo, lo cual siempre procede de una conciencia deformada), en una situación, este objetivo se afianzará, y se depurará, afectando al enfoque de toda nuestra vida. Por supuesto que sólo sirve el encaminarnos a lo que consideremos bien real de otra persona, lo cual, si hacemos bien, enseguida nos hará ver la dificultad para ello, y la necesidad de sobreponernos, y negarnos, a intereses superficiales (por el contrario, si uno se limita a alimentar meros intereses superficiales de otras personas, incluidos los emocionales, que no su bien de verdad, uno no tendrá que sobreponerse a los intereses superficiales propios, al menos a los más importantes, dando lugar a que sean éstos, y no el amor, el motor de dicha acción interesada). Una intención depurada (de los intereses superficiales) facilitará que la mente trabaje mucho mejor, y que la acción en la que uno participa, gracias a la Bondad de Dios, sea mucho más eficaz; por supuesto, acción en la que uno participa, no sin cierta dificultad personal en algún sentido, al menos inicialmente, ya que el tener la intención de realmente hacer el bien a alguien obliga a depurar la propia intención, negándose a los particulares y superficiales intereses (Por supuesto que en este camino se van superando etapas, se va haciendo fácil lo que parecía difícil; e incluso lo que parecía que interesaba, se ve claro que no era así). Por el contrario, si uno sólo se guía por intereses superficiales, por intereses materiales, esto no le obliga a depurar la propia intención (entre otras cosas, uno puede encontrar a la hora de satisfacer los intereses materiales de los demás, la satisfacción de los intereses propios; al contrario de lo que ocurre cuando uno busca el bien real de alguien, lo cual siempre obliga a anteponerlo a los particulares intereses superficiales). Además, si uno sólo se guía prioritariamente por intereses superficiales, por intereses materiales (aunque sean emocionales; se recalca esto, ya que uno podría pensar que lo guiado por meros sentimientos o por lo emocional, ya está depurado, cuando no es así; uno tiene que sobreponerse también a esto, para realmente guiarse por el bien real de la persona, no por su sentimiento o por sus emociones, que pudieran estar poco enraizadas en el bien real), podría conseguir éstos o no, pero siempre sería a costa de perder en aspectos mucho más importantes (entre otras cosas, la persona no crecería como persona, en su auténtica capacidad humana, ni en el auténtico fin para el que ha sido creada); en cualquier caso, esto no le llenaría, estando muy por debajo de la posibilidad del ser humano de colaborar en anteponer el amor de verdad o el bien de verdad, a los intereses superficiales, propios o ajenos, por supuesto que con la Gracia de Dios. Cuesta esfuerzo el no satisfacer los intereses superficiales, tanto propios como ajenos, en ciertos casos, pero sin ello no se puede hacer el bien de verdad (el cual no será en muchas ocasiones bien visto, ya que no coincide el hacer el bien de verdad, con satisfacer ciertos intereses que a la persona le pudieran inicialmente apetecer o interesar superficialmente más). Entonces, como segundo factor, tenemos el tener auténtica buena intención hacia todos los implicados (a diferencia de sólo pensar en los superficiales intereses o en los intereses superficiales de algunos de los implicados, generalmente no de todos); siempre que sólo se piensa en el beneficio de una parte de los implicados, como último objetivo, sólo se piensa en su beneficio material, o superficial (al sólo pensar en los intereses particulares, no va siendo posible ir depurando la intención). Por supuesto que lo deseable es que esto se lleve a cabo dentro de una vida generosamente enfocada; pero si uno comienza a enfocar de forma auténticamente generosa una situación, esto ya le ayudará a conseguir un enfoque auténticamente generoso en la vida, ya que si se empieza a pretender vivir el amor de verdad, éste siempre es universal (se haría universal; teniendo además en cuenta que el amor tiene que contar, en lo que a nuestra parte respecta, con una decisión de la voluntad, no tratándose de un mero sentimiento involuntario, el cual, si no está enraizado en la voluntad, sería muy voluble y poco estable, además de ineficaz, al menos por sí solo, para el bien real), y también abarca a toda la propia vida; por supuesto que esto no tiene nada que ver con dejarse llevar por supuestos bienes globales materiales, lo cual lejos de tener como objetivo el hacer un bien a alguien, tendría el de intentar esclavizar a las personas, y conseguir intereses superficiales de unos cuantos. La diferencia se ve claramente ya que el objetivo generoso incluye el pensar en el bien real de todas y de cada una de las personas, y no supuestamente en su mero bien material (restando en aspectos fundamentales); esto último sólo satisfaría inútilmente ciertos intereses creados, pero no llevaría, por sí mismo, a hacer bien real a nadie, y, como consecuencia de esto, ni siquiera a su bien material (las cuentas nunca salen con una actitud egoísta, y destruyendo lo fundamental de las personas). El objetivo tiene que estar muy claro, y en esta sociedad, si algo no cuesta trabajo, más bien tenemos que pensar, y temer, que nos estamos dejando llevar por intereses superficiales, ya que el actuar bien, además de costar más (en un sentido, y al menos en principio; ya que realmente después cuesta menos y se encuentra uno con un yugo mucho más suave, y una carga ligera), enseguida se encuentra uno con una fuerte oposición mundana. Una vez se haya actuado de esta manera, es importante no obsesionarse con resultados, lo cual será más fácil si se ha actuado bien realmente, con intención depurada (el obsesionarse con un determinado resultado concreto ya hablaría de que uno se está dejando llevar por un mero interés personal, de que a uno le pueden sus propios intereses temporales); hay mucha gente que puede confundir, cuando no es lo mismo, afrontar bien un asunto, con lograr unos ciertos resultados, de los que pudiera pensarse que interesan, sin haber afrontado bien, generosamente, la situación; si se afronta de forma egoísta una situación, aunque se obtengan ciertos resultados, incluso superficialmente no necesariamente malos en sí mismos, se pierde en muchos aspectos más importantes; entre otras cosas, si uno reacciona de forma egoísta, se tendrá el daño derivado de no haber procurado el mayor bien posible, y tampoco se crecerá como persona al no haber hecho el mayor bien posible; y no es cierto, sino lo contrario, que se logren más bienes materiales sólo dirigiéndose a éstos, perdiéndose, además, de esta última manera, la posibilidad de crecer en el amor de verdad, con la Gracia de Dios.
            CIRCUNSTANCIAS EN LAS QUE PODRÍA APLICARSE ESTO (por supuesto que en cada situación en concreto deberá llevarse a cabo la Voluntad de Dios, para lo cual es importante ir purificando la conciencia, y nuestro amor, de posibles contaminaciones, dejando que Dios actúe en nosotros, ayudándonos, para ello, de la oración y de los Sacramentos, adhiriendo nuestra voluntad a la infinitamente sabia, e infinitamente perfecta, Voluntad de Dios). Por supuesto que no hay actuación buena personal sin la Gracia de Dios. Si actuamos bien será porque la Gracia de Dios actúa en nosotros, y nosotros no la resistimos. Sin Nuestro Señor Jesucristo no podemos nada, ni el menor acto bueno. Demos gracias a Dios porque nos permite participar de Su Bondad, Bondad que también quiere vehiculizarse, o expresarse, mediante nuestros medios humanos unidos a Él).
1.- A la hora de discernir si uno tiene que permanecer, o no, en una determinada situación, o dedicar su esfuerzo, o no, a un asunto concreto. Muchas veces uno se encuentra en una situación, o sigue insistiendo en un asunto, pero fruto de no aceptar los resultados, o bien de no confiar auténticamente en los buenos efectos que se derivarían de actuar con auténtica buena intención, con lo cual sería posible pensar que hay que suplir esto con nuevas e insistentes acciones, lo cual, realmente, si no procede de una intención depurada, obtendrá los malos efectos correspondientes, en una situación en la que uno, si hiciese un buen discernimiento, podría ver que ya ha hecho lo posible, al menos por el momento, y vería que quizá ya no tiene que estar en esa situación, en la que pudiera permanecer quizá por otros intereses no depurados. Es bueno saber que si uno se separa de una situación, o incluso de una persona, tendría que ser por auténtica buena intención, tanto hacia la persona, como en la vida en general, atendiendo a la Voluntad de Dios; digamos que siempre hay que guiarse por la caridad (añado auténtica, por la desvirtuación actual de las palabras), con la cual uno raramente (además no habría necesidad) tendría necesidad de cerrar la posibilidad de intervenir en una situación para siempre, excepto que esa intervención fuera mala en sí misma, o propiciase el mal, pero, en otro caso, sí sería posible el no intervenir directamente en un momento determinado, por no considerarlo conveniente, al menos temporalmente. El actuar bien, sólo es posible con la Gracia de Dios (aunque también una persona recibe ayuda de Dios para poder acomodar sus actos a su conciencia, y a la Voluntad de Dios, e ir acercándose a la posibilidad de estar en Gracia de Dios); el actuar bien ayuda a poner muchas cosas en su sitio, desvelando también muchas cosas, posiblemente ocultas inicialmente, y ayudaría a poder adoptar resoluciones mucho mejor motivadas; el empezar a cambiar la actitud, con la intención por la que uno se guía en la vida, llevará a los efectos circunstanciales correspondientes, según el designio divino, los cuales no tienen que corresponder con los efectos que más hubieran podido apetecer superficialmente, sino que se trata de efectos realmente buenos, no engañosamente apetecibles, según el grado en el que se hubiera participado con la Voluntad de Dios. 2.- Ante una enfermedad. La enfermedad, propia o ajena, no debe verse en términos superficiales e interesados, como sólo enfocarla en términos de sufrimiento o no sufrimiento. La persona no está en la vida para no sufrir, o para satisfacer sus intereses particulares materiales; esa concepción de pensar que una persona humana está en la vida para no sufrir, o para disfrutar, sería degradar a una persona; además de que este carnal objetivo sería realmente engañoso, no obteniéndose con él, ni siquiera, un pequeño disfrute temporal, ya que con él enseguida surgirían las preocupaciones, inquietudes, vacíos y amarguras. A la hora de afrontar esta situación de enfermedad, como otras, también hay que pensar en el bien que se puede hacer, en el que uno puede colaborar, en lo que la enfermedad puede decir o enseñar a uno, en aquello de lo que le puede proteger esa situación de enfermedad, quizá inesperada; para atender a todo esto uno tiene que atender a los bienes que no perecen, sino que duran hasta la vida eterna. Una vida siempre vale la pena; ¡quién sabe, por ejemplo, si el vivir una situación muy dolorosa de tener que atender a un familiar, no le ayuda a alguien a ver ciertas cosas importantes en la vida!. No se deben mirar las situaciones dentro de las coordenadas materiales (dolor, no dolor, comodidad, etc.), ni egoístas. Un buen enfoque no es incompatible con ciertos tratamientos razonables (siempre guiados, como último objetivo, por una real buena intención), e incluso, en muchos casos, un buen enfoque lleva más fácilmente a la curación al realmente poder contemplar el origen de algo, si una persona tiene la valentía de atender el aviso que esa enfermedad pudiera suponer, pudiendo ver que la enfermedad es la consecuencia de algo que puede y debe mejorar por parte de uno; igualmente, si le ve su utilidad real, su sentido, etc. Uno también puede preguntarse, ¿qué me quiere decir esta enfermedad? Es aconsejable, ver una enfermedad o sufrimiento según lo que uno puede hacer de realmente bueno, no según el superficial interés, propio o ajeno. A los demás también se les puede hacer mucho bien aunque se les pueda contrariar inicialmente en sus intereses superficiales, que no reales, o se les pueda aumentar el trabajo con la enfermedad de uno. La generosidad tiene que estar por encima de los propios planes (el Plan de Dios está por encima de los propios planes; tenemos que estar abiertos a Su Plan, mucho más sabio que el limitado y/o perjudicial nuestro, máxime si el plan personal fuera egoísta). Los planes concretos humanos, para ser legítimos, siempre tienen que estar englobados en uno mayor, haciendo el mayor bien posible en la vida, según los designios de Dios; de esta manera, se irá pudiendo afrontar adecuadamente cualquier contrariedad y no obsesionarse con la obtención de ningún resultado concreto que se adapte a las cortas o falsas miras meramente mundanas, y se podrá soltar riendas con respecto a la falsa obligatoriedad de obtener ciertos resultados concretos de nuestras acciones e incluso se podrá soltar riendas riendas con respecto a la también falsa obligatoriedad de seguir el plan previsto (en cualquier caso, todo lo hecho antes de un posible cambio, si realmente estaba generosamente enfocado, siempre habría servido, quizá, incluso, para tomar la decisión en el momento presente). Por el contrario, equiparar vida humana digna con no sufrir, o perseguir como último objetivo intereses superficiales, corresponde a una concepción poco digna del ser humano. Por otro lado, ante cuestiones de salud, el intentar solucionar algo desde la superficie es falso; también en lo que respecta a la mejora del comportamiento humano. Curiosamente parece admitirse socialmente un tratamiento en superficie en pocos terrenos, como parece admitirse en cuanto al comportamiento humano (lo cual no ocurre en otros asuntos; si el motor del coche hace un ruido extraño, no se centrará la persona en evitar meramente que lo haga, sino que buscará su causa; si ve la cocina inundada de agua sin causa aparente, nadie en su sano juicio se limitará a pasar la fregona, etc. ). Algo indebido que puede darse en la conducta, e incluso en la medicina en general, es el atender sólo o principalmente al último síntoma o última manifestación de algo, como si eso fuera realmente el problema principal o nuclear, y no, como ocurre en muchas ocasiones, una manifestación o aviso, de algo interno que sí puede ser conveniente tratar o rectificar, o atender como aviso. En algunas situaciones, en las que las manifestaciones o síntomas son graves en sí mismos (lo cual no ocurre muchas veces, al menos inicialmente), éstas pueden requerir un tratamiento específico (aunque siempre conviene no descuidarse de la causa que ha dado origen a ello, lo cual no estorba, sino todo lo contrario, el tratamiento de síntomas que pudieran ser graves; entre otras cosas, como puede ocurrir en salud mental, el síntoma puede ser un mecanismo de defensa, aunque inadecuado en sí mismo, con respecto a su origen, pudiendo ser muy peligroso pretender eliminar el mecanismo de defensa sin más, sin rectificar la causa; el rectificar la causa sí podría dar lugar a una mejoría de forma armónica en todas sus manifestaciones); lejos de que sea necesario tratar los síntomas en sí mismos en muchas ocasiones, es más habitual que sólo sea necesario, y conveniente, el tratar, al menos directamente, el origen de algo, con lo cual ya desaparecerán sus manifestaciones; además de que, por supuesto, un enfoque inadecuado hacia los síntomas puede complicar el proceso que queda en su origen, y realmente sin tratar, con los efectos de los sucesivos tratamientos. Uno puede saber más acerca del origen de algo, en cuanto a salud, por ejemplo, si realmente está en contacto con su interior, y no vive meramente en la superficie sin querer preguntarse en absoluto acerca del origen de las cosas, no sirviéndose, en este caso, de ninguna circunstancia, ni aviso de la naturaleza, para reflexionar, sino que pareciendo más bien todo una huida hacia delante, sin rumbo, cada vez más separada del Camino Verdadero. Y, por supuesto, que es incorrecto el enfoque de no tolerar ningún tipo de molestia o sufrimiento, y actuar con el mero objetivo de resolver ciertas incomodidades. Cualquier acto humano debe ser motivado por Nuestro Señor Jesucristo, por Su Bondad, siguiendo Su mandato de amor, lo cual sólo puede ser realizado con Su Gracia.
            Otro aspecto a tener en cuenta con respecto a la enfermedad, que puede ocurrir, es el de que una persona se considere exenta de la necesidad de hacer el bien, hasta que cambien sus circunstancias o se encuentre más aliviada o repuesta de su enfermedad. Si uno sencillamente esperase la mejoría de su enfermedad o circunstancia para hacer el bien, por un lado es posible que esperase hasta nunca, y seguramente ocurriría esto si no cambiase de actitud; por otro lado, la enfermedad, por esta vía, tampoco tendería a mejorar, ni uno se adaptaría de la mejor manera a la misma, viéndole un sentido. Uno, si se decide, con la ayuda de Dios, a hacer el bien, a aprovechar, en este sentido, la propia vida, esta gran oportunidad que todos tenemos sin haberla merecido, tiene que comenzar en las circunstancias en las que está, y con los medios que cuenta; para hacer el bien, además, sirve todo; entre otras cosas, hacer el bien no consiste en la necesidad u obligatoriedad de hacer algo que no está en las posibilidades de uno, sino que siempre se puede hacer el bien, respondiendo ante Dios de los propios actos. El pretender sólo hacer lo que no está en manos de uno hablaría más bien de la necesidad de depurar la propia intención. Siempre, en cualquier circunstancia, se puede hacer el bien, con la Gracia de Dios, y merecer para la Vida Eterna, gracias a los Méritos de Nuestro Señor Jesucristo. El tener buena intención, además, evitará el obsesionarse con un cierto resultado concreto, como una posible curación de la enfermedad, al menos en sus aspectos físicos, sino que, en todo caso, siempre englobando este objetivo, que pudiera no ser malo en sí mismo, en otro mayor, de acuerdo a la Voluntad de Dios, que sabe mucho más que nosotros (pudiendo estar el pensamiento humano muy enturbiado por meras apetencias, comodidades, y prejuicios, sin estar guiado por lo que realmente importa, no dándonos cuenta de que la enfermedad puede estar librando de mil peligros, o bien ser una consecuencia de algo que tiene que mejorar en lo profundo, no pudiendo seguir uno guiado por los intereses superficiales, lo cual pudiera estar precisamente en el origen de la enfermedad; todo esto además de otras mil o infinitas consideraciones al respecto que pudieran escaparse a la mente humana; uno tiene que saber que a él no le corresponde mandar en el mundo, ni en sus particulares circunstancias ajenas a su voluntad, al menos directamente, pero siempre puede aspirar, con la ayuda de Dios, a mandar en sí mismo, en las propias pasiones desordenadas, haciendo que triunfe el poder vivir el mandato divino del amor). 3. Una aparente contrariedad nos puede ayudar a ver más fácilmente todo lo perjudicial y remediable que pudo haber dado lugar a dicha situación, pensando en rectificar en lo que, a partir de un momento determinado, toque vivir; no sería adecuado el, sencillamente, no aceptar las consecuencias de una equivocación o mala decisión personal, a la hora de pretender rectificar, ya que el tener la suerte de querer rectificar, y poder hacerlo, no anula necesariamente las consecuencias de los actos o decisiones equivocadas anteriores (que muchas veces también sirven para algo que la mente mundana, inclinada a lo más fácil y cómodo, pudiera desconocer, o no sospechar siquiera); nos ayudará a afrontar esto de la mejor manera el tener realmente una intención generosa y no obsesionarse con ciertos resultados que pudiera parecer que interesan más material o superficialmente. Uno si quiere empezar a cambiar tiene que confiar al actuar bien de verdad a partir de un momento determinado, y no obsesionarse con obtener ciertos resultados concretos, que con sus cortas miras pudiera apetecer. No se puede, pues, pretender corregir sólo la manifestación de algo, sino que conviene ir a la raíz. No hace impuro al hombre lo que entra en el hombre, sino lo que sale del hombre ya que sale de su corazón (no son las circunstancias con que pueda contar, o que le pueden surgir a una persona, lo realmente importante en la vida de una persona, sino que es más importante lo que una persona decide hacer con su vida, y y ante cada situación).  4.-  A la hora de ver un acontecimiento pasado, es importante ver la parte de uno. Si es un acontecimiento con gran carga emocional, es aconsejable tener buena intención hacia todos (aunque alguna persona ya hubiera fallecido), al menos en lo que a la voluntad se refiere, no comenzando por los aspectos ya involuntarios; es posible que se pueda ver que alguien se portó mal (pero no se puede juzgar o saber la responsabilidad que tenía al respecto; con buena intención tampoco es necesario saberlo, ya que el pretender saberlo, más allá de lo conveniente, vendría de un enfoque egoísta, más bien orientado hacia la condena o el desechar a una persona porque se pudiera pensar que no interesa hacia los intereses superficiales de uno, sin guiarse uno por una buena intención, con lo que podría alimentarse indebidamente un falso sentimiento de superioridad, basado meramente en aspectos superficiales, o un venenoso sentimiento de hostilidad ). Si hay desesperanza es que en realidad no hay auténtico arrepentimiento ni conversión, ya que uno no puede quedarse a la hora del arrepentimiento en lo meramente circunstancial o en las consecuencias de algo, sino que tiene que atender también al origen de ese hecho, lo cual está en relación con el enfoque de la situación, y lo cual siempre, en cualquier circunstancia, se puede rectificar (claro que no anulando, quizá, las consecuencias de lo anterior). Quizá la misma, o similar, situación ya no vuelva a producirse, pero siempre se podrá y se tendrá que seguir decidiendo acerca del enfoque de la vida de uno y de nuevas situaciones que se presenten. Hay que ver las posibilidades que hay de hacer el bien en el presente, lo que hoy toca, y pide Dios, ya que lo contrario supone la grave desobediencia a Dios en el día actual. Generalmente uno actuó mal cuando actuó egoístamente, y esto puede cambiar. No es pleno arrepentimiento el sentir una mala conducta sólo por sus consecuencias o por cómo se encuentra uno, al respecto, en el presente, sino que es necesario dar el paso de cambiar, y rectificar, convertirse a la Voluntad de Dios, con Su Santa Ley y Santos Mandatos, lo cual siempre es posible. 5.- Ante una agresión externa. Ante una agresión habría tres grandes formas de reaccionar, en lo que depende de uno; sólo la tercera es válida,y paso a exponerlas (el error muchas veces está en pensar que la segunda forma es válida, cuando no lo es): a.-Responder de la misma forma agresiva externamente, y también mal por dentro (con indiferencia o malos sentimientos); sería, digamos, mal por fuera y mal por dentro. b.-Responder por fuera aparentemente bien, pero no así por dentro (al menos con indiferencia, lo cual no es bueno, porque significa que el otro no importa a uno; o bien, otras veces, responder con rabia u odio por dentro); esta respuesta, en contra de lo que algunos pudieran pensar superficialmente, no es buena; por una parte, con ello uno se priva de la posibilidad de hacer algo bueno, al hilo de una situación, lo cual ya es malo, y empobrecedor: uno no crece en cuanto a persona (que tiene que dirigirse a La Verdad, a Dios, para su auténtico desarrollo); y, por otra parte, esto facilita, en unas determinadas circunstancias, el explotar externamente, con mala conducta exterior por obra, ya que por dentro se está en tensión, y no se evita esto, al contrario de lo que ocurriría si se fomentase el amor de verdad. Esta respuesta podríamos etiquetarla como aparentemente bien por fuera (aunque generalmente hay ciertos signos visibles de lo que pasa en el interior, que el otro siempre puede observar, sin duda; o, al menos, notar la falta de atención y de amor), al menos inicialmente, pero mal por dentro. Además de que con una reacción con mala intención o con falta de buena intención (la falta de buena intención ya es algo malo en sí, en contra de lo que muchas personas, equivocadamente, pudieran pensar de que “no haciendo mal a nadie”, aunque se deje de hacer el bien en general y el bien en la situación que sale al encuentro, se actúa bien, cuando no es así), por muy aparente que pudiera ser, a ojos mundanos, o que pudiera satisfacer muchos intereses superficiales, tendría el mal efecto correspondiente en todos los implicados, lo cual, incluso, entre sus consecuencias, podría volverse directamente, en cuanto a una posible agresión externa, contra el que así reaccionó. Ni aquí ni en la siguiente forma, vale pretender disculparse diciendo que el otro empezó, ya que uno realmente en la vida tiene que reaccionar bien ante lo que le sucede, y en esto está implicada la decisión de uno (igual que no sería un buen conductor el que no sabe reaccionar ante una determinada circunstancia, aunque ésta fuese indebida).
c.-La única respuesta válida sería digamos que bien por fuera y bien por dentro. Lo exterior es útil (y por supuesto que hay que descartar lo malo en sí), pero no cabe duda de que no se sostiene, sin el interior bien encaminado, lo cual es más importante. Hay que hacer el esfuerzo de que, pase lo que pase, reaccionar con buena intención hacia todos (y me refiero a ejercitar la voluntad de uno, al respecto; no se trata de pretender mandar directamente sobre lo involuntario de uno, como los sentimientos); así uno no tenderá a acumular tensión, y, si por esta vía llegase a desbordarse por la tensión de la situación, nunca sería de forma más grave. El bien por fuera consistiría en descartar lo malo en sí mismo, como pretendida solución. 6.- Lo que más defiende a la persona, en lo que respecta a la participación de uno, es el tener auténtica buena intención, y ejercitarse en ello; no la desconfianza, ni la mera información. En relación con lo anterior, con la buena intención se evita caer en el engaño, en el que se caería al sólo guiarse por los intereses superficiales. 7.- Ante cualquier aparente molestia, nos ayudará nuestra visión generosa del asunto, partiendo de la base, además, de que el mundo no es perfecto, pero nosotros podemos optar por aprovechar la vida para hacer el bien, por supuesto que unidos a Cristo, origen, fin y autor principal, de toda obra buena, o bien, equivocadamente, guiarnos meramente por nuestro interés. Ver si el amor nos recomienda hacer algo en ese asunto, pero al margen de esto, dejar el tema si ya no podemos hacer nada al respecto, centrándonos más en lo que sí podemos intervenir, en ese u otros asuntos, y organizándonos de la mejor manera con esa circunstancia y otras.


POSIBLES ERRORES AL RESPECTO DE ESTO: CONFUSIÓN DE LA PALABRA AMOR AL PRÓJIMO.

 El amor no es un mero sentimiento, o emoción, sino que está en relación con la voluntad de la persona de buscar realmente el bien real de las personas. Y no busca el bien real, el que sólo busca la complacencia o alimentar el interés material, u otro interés superficial, aunque sea emocional, del prójimo. Uno, ante cualquier cuidado material legítimo siempre tiene que tener como mira un bien mayor, que encamine a la Salvación Eterna de la persona, y eso, según Dios.

ENFOCANDO CUALQUIER ASUNTO DESDE LA COMODIDAD, O DICIENDO “ÉL EMPEZÓ PRIMERO”. Nuestra obligación es reaccionar bien ante cualquier circunstancia que se nos presente; de otro modo, cualquiera podría pretender disculparse ante los males del mundo, etc.            La mala conducta del otro no justifica la propia mala conducta; ante la mala conducta del otro, o ante un ambiente de corrupción, el ser humano, gracias a los méritos de Nuestro Señor Jesucristo sigue siendo libre para actuar bien, con la Gracia de Dios, y liberarse de la esclavitud del pecado. Uno tiene que elegir entre obedecer a Dios o bien ser tiranizado por el mundo en su aspecto mundano, y por su propio egoísmo.




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