domingo, 4 de noviembre de 2007

SOBRE LA IMPARCIALIDAD

La imparcialidad no tiene nada que ver con no tener ninguna idea en la cabeza, sino con actuar justamente. Uno actúa imparcialmente cuando se encamina con su actuación a procurar el bien de todos, y, por el contrario, actúa parcialmente, cuando procura con su actuación el beneficio de una parte de los implicados. Cuando uno busca el bien de todos por encima de sus particulares intereses, se encamina al bien real de todos; por el contrario, cuando busca el bien sólo de una parte, busca el bien superficial de esta parte. Buscando, pues, el bien de una parte, no se consigue siquiera el bien real de esa parte, entre otras cosas porque no se depura la propia intención, es decir no es posible poner por delante el bien real de los demás por encima de los propios intereses, cuando uno no se encamina al bien de todos; además, de esta última manera, la visión sobre lo que es bueno es superficial y admite conductas incluso malas en sí mismas, el bien pierde profundidad y auténtica motivación, y con ello, también estabilidad, pasando a ser un supuesto bien de conveniencia, un bien egoísta, lo cual está muy lejos del bien que no depende del beneficio o perjuicio superficial particular sino del efecto sobre la humanidad, en la que está incluido uno mismo. Buscar el bien de todos no es dar a todos lo mismo, sino que dar a cada uno lo que le viene bien, aunque le contraríe; es considerar algo tan básico como el potencial y la posibilidad de cambiar, mientras hay vida física, de cualquier persona; es partir de la situación real de la sociedad y de las personas para intentar hacer por ellas el máximo bien posible, y no entretenerse en condenas y en juicios que se encaminarían no a mejorar a las personas, sino a condenarlas, además del error que se derivaría de juzgar a una persona por su actuación superficial y desde la falta de amor. En el bien real no hay incompatibilidades, de tal manera que lo que le viene bien realmente a uno, beneficia a todos; no así en el caso de bienes superficiales, en los que sí pueden surgir incompatibilidades. Para beneficiar realmente a alguien, uno tiene que pensar en el bien de todos, tiene que actuar imparcialmente, ya que sólo si se piensa en el bien de todos, se adquiere un criterio acertado y en profundidad, y porque sólo si se amplía el número de personas objeto de nuestra acción, se gana en profundidad con respecto al bien que se pretende.

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