Capítulo 1, II.
La causa de la poca estimación de cosa
tan grande, es el aprecio que tienen los sentidos de las cosas de la tierra, y
la poca aprehensión que hace el corazón humano de la Gracia, y de los bienes
eternos, que consigo trae: de donde viene a suceder, que con no ser de estima
alguna los bienes del mundo, sino antes dignos de todo desprecio, haga tanto
caso de ellos nuestro corazón engañado, que por su causa no repara en perder
los de la Gracia. Esta
peste es la que tiene inficionados nuestros sentidos, esta ponzoña tiene
corrompidos nuestros corazones: este hechizo tiene enloquecidos nuestros
entendimientos y no hay otro antídoto más eficaz contra esta perdición, sino
considerar la grandeza de la
Gracia; cuán excelente, y gloriosa cosa es sobre todas las
grandezas, y glorias del mundo. Con esto se despreciarán los bienes de la
tierra, si se estiman los del cielo. Con esto se echará freno a los deseos de
cosas perecederas, pues podemos poseer las eternas. Con esto se convencerá
nuestro juicio errado en el aprecio de las cosas materiales, con el contrapeso
de las sobrenaturales. Porque así como en el mundo despreciamos los bienes
menores, por la estima de los que son mayores; así también todos los bienes
temporales, y perecederos, menores, y mayores despreciará quien tuviere aprecio
de los espirituales, y eternos. Nuestro corazón es como el fiel de un peso, que
allí se inclina donde hay más, y cuanto se carga una balanza, tanto más se
aligera la otra. Bien conoció todo esto el Apóstol San Pedro, cuando para
exhortarnos al desprecio del mundo nos propuso el aprecio de la Gracia, diciendo estas
admirables palabras (2 Pedro 1, 4 *): Grandísimas
y preciosas promesas nos ha dado Dios, para que por ellas nos hagamos
participantes de la naturaleza Divina, huyendo de toda la corrupción de deseos
que hay en el mundo. Dio por remedio de los deseos corrompidos de los
bienes del mundo, el poner los ojos en los bienes de la gracia, que llama
grandísimos y preciosos. De donde hemos de sacar grande cuidado, y aliento para
toda obra de virtud, con que se aumenta la misma Gracia; y así después de las
palabras referidas, añade el Apóstol: Mas
vosotros, infiriendo de aquí, que debéis tener toda solicitud, servid, y obrad
virtud en vuestra Fe: con la virtud sabiduría: con la sabiduría abstinencia:
con la abstinencia paciencia: con la paciencia piedad: con la piedad amor de
vuestros hermanos: con este amor la caridad. Porque de la estimación de la Gracia, y sus grandísimos
bienes, no sólo saldrá este bien, que se despreciarán las cosas de la tierra,
sino se obrará toda virtud. Porque como en una rica cadena, se irán eslabonando
unas virtudes con otras, empezando del aprecio del cielo, y rematando en la
caridad que es la cumbre de la perfección. Por lo cual dijo San Crisóstomo
(Homilía I. Epístola a los Efesios): Quien aprecia, y admira la grandeza de la Gracia que viene de Dios,
este tal será más cuidadoso, y atento, para adelante de su aprovechamiento, y
salud espiritual, y mucho más inclinado al estudio de las virtudes. Confirma
todo esto, lo que de sí confiesa el Santo Rey David, cuando dice (Salmo 1): Pensaron de quitarme mi precio, y yo corrí
con sed. Por la estimación que tenía de la Gracia, la llama su precio;
porque ni se preciaba de otra cosa, ni preciaba a otra cosa: otros leen, mi
dignidad o ensalzamiento, y honra; porque no hay otra dignidad ni honra, ni
grandeza en la tierra, que se deba desear, sino es la Gracia. Pues con este
aprecio que el Profeta tenía de este divino don, dice que por solo que les pasó
a sus enemigos por el pensamiento hacérsela perder, él por asegurarla, corrió
con grandes ansias, y sed en el camino de la perfección, y toda virtud, no
haciendo caso de otro bien de la tierra, ni de su mismo Reino.
Por
esta causa será grande provecho de las almas recoger los innumerables tesoros
que hay en la Gracia,
para que vean cuán digna es de estimarse sobre todo otro bien, mucho más que
todo el universo. Porque teniendo el aprecio que se debe de su grandeza, dignidad,
y provechos, desprecien el lodo, y estiércol de los bienes y riquezas
temporales, y pongan su corazón en los celestiales, y eternos, y amen a nuestro
Redentor Jesucristo, que nos mereció con sus trabajos, y sangre cosa tan
preciosa. Por este gran provecho que nos ha de resultar con semejante estima de
la Gracia,
quiere Dios que la estimemos, y apreciemos mucho, haciendo por esta causa
notables extremos, y demostraciones en los excesos de la Pasión de Su Hijo. El
Apóstol San Pablo escribiendo a los de Éfeso, dice (Efesios 1), que nos
predestinó Dios hijos adoptivos por medio de Jesucristo, para alabanza de la
gloria de Su Gracia. El cual modo de hablar tan advertido, y reduplicado, en
decir: Alabanza de la gloria de la
Gracia, significa la grande estimación, admiración, alabanza,
y gloria con que Dios quiere estimemos este inestimable don suyo.
… ¡Oh Redentor mío Jesús, suplícoos por
las entrañas de misericordia, con que nos mereciste la misma Gracia a costa de
Vuestra Vida, y Sangre, pueda yo dar a entender a vuestros redimidos alguna
parte de lo que debemos estimar, lo que Vos tanto estimasteis, y comprasteis
tan caro! ...
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* 2 Pedro 1, 4 (en BIBLIA TRADUCIDA Y
ANOTADA POR SCIO DE MIGUEL): Por el cual
nos ha dado muy grandes y preciosas promesas (Estos bienes y gracias de
infinito valor, que estaban prometidos a los fieles en los oráculos de los
profetas, son la fe, la penitencia, la justicia, la adopción de hijos, la
efusión del Espíritu Santo y de todos sus dones en el corazón de los fieles, y
por último la vida eterna, a las que tenemos derecho en virtud de esta misma
adopción y gracia santificante, por la cual merecemos la eterna gloria) para que por ellas seáis hechos
participantes de la naturaleza divina (1 Corintios 3, 16,17; 1Corintios 4,
15; 2 Corintios 3, 18; Efesios 3, 17. 5,
30; Juan 1, 12; 1 Juan 3, 2; 1 Juan 4, 7), huyendo
de la corrupción de la concupiscencia que hay en el mundo.
2 Pedro 1, 4 (Nuevo Testamento,
Nácar-Colunga 1953): ...y nos hizo merced de preciosas y ricas
promesas para hacernos así partícipes de la divina naturaleza, huyendo de la
corrupción que por la concupiscencia existe en el mundo, ... (Estas breves
palabras: partícipes de la divina naturaleza, contienen todo el misterio de la
gracia de Dios, por la cual somos, no sólo de nombre, sino en realidad, hijos
de Dios, según lo inculca San Juan [1 Juan 3, 1] ).
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