El objeto propio de la Teología ascética y
mística es la perfección de la vida cristiana.
1. Plugo a la bondad divina
comunicarnos, además de la vida natural del alma, una vida sobrenatural, que es
la vida de la gracia, y participación de la vida misma de Dios, como
demostramos en nuestro Tr. De Gratia. Porque esta vida nos fue dada en virtud
de los méritos infinitos de N.S. Jesucristo, y porque Él es su causa ejemplar
mas perfecta, llámasela con razón vida cristiana.
La vida ha menester siempre de
perfeccionarse y se perfecciona acercándose al fin suyo. La perfección absoluta
es la consecución de dicho fin, que únicamente en el cielo alcanzaremos, donde
poseeremos a Dios por la visión beatífica y el amor puro, y nuestra vida
llegará a su pleno desarrollo; porque entonces seremos con verdad semejantes a
Dios, ya que le veremos como Él es. No podemos alcanzar en la tierra sino una
perfección relativa, en cuanto nos acercamos sin cesar a la unión íntima con
Dios que se nos prepara en la visión beatífica. De dicha perfección relativa
hemos de decir, luego que hayamos expuesto los principios generales acerca de
la naturaleza, y de la perfección suya, la obligación de tender a dicha
perfección, y los medios generales por los que podemos llegar a ella;
describiremos sucesivamente las tres vías, purgativa, iluminativa y unitiva,
por las que pasan almas generosas, ávidas de adelantamiento espiritual.
El
arte de las artes: no hay arte más excelente que el de perfeccionar al alma en
la vida mas excelsa de todas, que es la sobrenatural.
Como
la perfección cristiana requiere esfuerzos, que San Pablo compara muy a su
placer con los ejercicios de adiestramiento a que se sometían los púgiles para
alcanzar la victoria, era muy natural designar con el nombre de ascesis los
esfuerzos del alma cristiana que lucha por conseguir la perfección, … No es,
pues, de maravillas que se haya dado el nombre de ascética a la ciencia que
trata de los esfuerzos que son necesarios para alcanzar la perfección
cristiana.
A
pesar de esto, durante muchos siglos, el nombre que mas se usaba para designar
esta ciencia, fue el de Teología mística porque en ella se expone los secretos
de la perfección. Mas tarde se usaron los dos nombres con el mismo significado;
pero el uso reservó el de ascética para la parte de la ciencia espiritual que
trata de los primeros grados de perfección hasta llegar a los umbrales de la
contemplación y el nombre de mística para aquella otra que tiene por objeto el
estudio de la contemplación y de la vía unitiva.
Sea como fuere, de todas estas nociones se
deduce ser la ciencia, de la que vamos a tratar, la ciencia de la perfección
cristiana, y con esto ya podemos determinar el lugar que le corresponde en el
plan general de la Teología.
En la segunda habla (Sto Tomás de Aquino) de Dios fin
último, al cual han de tender los hombres, ordenando a él todos sus actos,
siguiendo la dirección de la ley y los impulsos de la gracia, practicando las
virtudes teologales y morales, y cumpliendo los deberes propios de su estado.
En la tercera nos presenta al Verbo Encarnado haciéndose camino nuestro, para
que por él vayamos a Dios, e instituyendo los sacramentos, por los cuales nos
comunique su gracia, y así llevarnos a la vida eterna.
Dentro de este plan, la teología ascética y mística
pertenece a la segunda parte de la
Suma, mas apoyándose en las otras dos.
255 virtud principal de la caridad; se tiene que superar el amor
desordenado a uno mismo, con la triple concupiscencia.
No se trata de un amor de sensibilidad. La esencia del amor (de Dios)
consiste en la abnegación, en la voluntad firme de darse por entero, y, si
necesario fuere, inmolarse por Dios y por su gloria; en anteponer su voluntad a
la nuestra y a la de las criaturas.
“..., vemos y amamos en nuestros hermanos su alma,
en la que mora el Espíritu Santo, adornada con la gracia divina, rescatada con
la sangre de Jesús; y, al amarla, queremos su bien sobrenatural, la perfección
de su alma, su salvación eterna.
258
El amor de Dios y del prójimo es juntamente la síntesis y la plenitud de
la Ley.
260:
La caridad une con Dios; las demás virtudes pueden quitar obstáculos.
Así la templanza, al pelear contra el uso inmoderado del placer, aminora uno de
los obstáculos mas fuertes contra el amor de Dios; la humildad, dando de mano a
la soberbia y al amor propio, nos dispone para el ejercicio de la caridad
divina. Todas esas virtudes, al hacernos guardar el orden o la justa medida,
someten nuestra voluntad a la de Dios, y así nos acercan a Él.
262 La caridad, al encaminar directamente nuestra alma hacia Dios,
suprema perfección y último fin, comunica a las demás virtudes, que se ordenan
bajo su mando, la misma dirección y el mismo valor.
... cuando sabemos que, al
practicar dichos actos, amamos a Dios y procuramos su gloria, hácensenos mucho
más fáciles.
263
La caridad es no solamente
la síntesis, sino también el alma de todas las virtudes, y nos une con Dios más
perfecta y directamente que cualquiera otra: en ella, pues, consiste la esencia
misma de la perfección.
Conclusión nº 320. Puesto
que la esencia de la perfección consiste en el amor de Dios, síguese que el
camino de atajo para llegar a ella será amar mucho, amar generosa e
intensamente, y, sobre todo, con amor puro y desinteresado.
Tanto más real y
prontamente adelantaremos, cuanto más intenso y generoso sea nuestro amor, y,
por consiguiente, más enérgico y constante nuestro esfuerzo; porque lo que vale
a los ojos de Dios, es la voluntad, el esfuerzo, y no la emoción sensible.
Así, pues, el amar a Dios
y al prójimo por Dios es el secreto de la perfección, con tal que con la
caridad vaya junto en la tierra el sacrificio.
264. En el cielo amaremos sin necesidad de inmolarnos. Mas en la tierra
no acontece de la misma manera. En el estado actual de la naturaleza caída, es
para nosotros imposible el amar a Dios, con amor verdadero y efectivo, sin
sacrificarnos por Él.
Esto se deduce de lo que dijimos más arriba,
n. 74-75, acerca de las inclinaciones de la naturaleza corrompida, que
perseveran en el hombre regenerado. No podemos amar a Dios sin pelear contra
esas inclinaciones y mortificarlas; es una pelea esta que comienza con el
despertar de nuestra razón, y que no acabará hasta nuestro último suspiro.
Cierto que hay momentos de tregua en los que la lucha es menos viva; pero ni
aun entonces podemos dejar caer las armas, si no queremos exponernos a un nuevo
ataque ofensivo del enemigo. Pruébase esto con el testimonio de la Sagrada Escritura.
1º La Sagrada
Escritura nos muestra claramente la necesidad absoluta del
sacrificio o de la abnegación para amar a Dios y al prójimo.
322. A) A todos sus
discípulos dirige el Señor esta invitación: Si alguno quiere en pos de mí
venir, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame (Mt. 16, 24; cfr. Lc. 9, 23 ). Para seguir y amar a
Jesús, es condición esencial renunciar a sí mismo, o sea, a las malas
inclinaciones de la naturaleza, al egoísmo, la soberbia, la ambición, la
sensualidad, la lujuria, el amor desordenado del bienestar y de las riquezas;
llevar nuestra cruz, abrazarnos con la tribulación, las privaciones, las
humillaciones, los reveses de fortuna, los trabajos, las enfermedades, en una
palabra, con todas las cruces providenciales que Dios nos envíe para probarnos,
asegurar más nuestra virtud y darnos ocasión de purgar nuestros pecados.
Entonces, y solamente entonces seremos discípulos suyos y correremos por los
caminos del amor y de la perfección.
Esta enseñanza confírmala con su propio ejemplo.
Habiendo venido adrede del cielo a la tierra para enseñarnos el camino de la
perfección, no anduvo otro que el de la cruz. Desde el pesebre hasta el
Calvario recorrió una larga serie de privaciones, humillaciones, fatigas,
trabajos apostólicos, que culminaron en las agonías y tormentos de su
dolorosísima pasión. … si hubiera hallado otro camino más seguro, nos le
hubiera mostrado; pero bien sabía que no había otro, y echó él delante para
arrastrarnos de sí en pos. Y yo, si fuere alzado sobre la tierra, a todos
arrastraré hacia mí (Jn. 12, 32). Así lo entendieron los Apóstoles que nos
repiten, con San Pedro, que Cristo ha padecido por nosotros, para llevarnos
tras de sí (1 Pedro, 3, 21).
La misma doctrina trae S. Pablo: según él, consiste la perfección
cristiana en despojarse del hombre viejo para vestirse del nuevo (Colosenses,
3, 9). Mas el hombre viejo es el conjunto de las malas inclinaciones que hemos
heredado de Adán, la triple concupiscencia que debemos reprimir y refrenar con
el ejercicio de la mortificación. Claramente dice además que, los que quieran
ser discípulos de Cristo, han de crucificar sus vicios y malos deseos (Galatas,
5, 24). Tan esencial es esta condición, que el mismo Apóstol se cree obligado a
castigar su cuerpo y refrenar la concupiscencia para no correr peligro de
reprobación (1 Cor. 9, 27).
No con menos fuerza lo afirma también S. Juan, el apóstol de la caridad:
dice que, para amar a Dios, es menester guardar los mandamientos, y refrenar la
triple concupiscencia, que reina como señora en el mundo; y añade que, quien
ama al mundo y lo que en el mundo hay, o sea, la triple concupiscencia, no
puede poseer a Dios (1 Juan, 2, 15). Mas, para odiar al mundo, es menester
sacrificarse, privándose de los placeres malos y nocivos.
2º Por lo demás, lo mismo
se sigue del estado de naturaleza caída, cual le hemos descrito en el n. 74, y
de la triple concupiscencia, que debemos refrenar, n. 193 ss. Es imposible amar
a Dios y al prójimo, sin hacer generoso sacrificio de todo cuanto se opone a
este amor. Mas la triple concupiscencia se opone al amor de Dios y del prójimo,
como hemos demostrado. Es menester, pues, pelear contra ella sin tregua ni
descanso, si queremos adelantar en la caridad.
266 del pdf: números 326,
***327: Todas nuestra obras buenas son actos de amor (nos acercan a
Dios), y de sacrificio (nos alejan de las criaturas y de nosotros mismos).
268 nº 329 Del amor se ha de hablar desde el comienzo de la vida
espiritual; y nótese que el amor de Dios hace llevadero el sacrificio, mas no
puede dispensarnos de él.
272
282 nº 353: sin ir adelante en la perfección no podemos mantenernos en
el estado de Gracia.
289: razones para aspirar a la perfección.
306: desde el comienzo propónesele el amor de Dios como fin, y el
sacrificio como medio, con la obligación de progresar en estas dos virtudes.
307 lección de las Sagradas Escrituras, y beber en ellas la doctrina que
le servirá para santificarse a sí y a los demás;
acólito, apártase de los placeres de la carne, para mejor guardar la
pureza que requiere el servir al altar.
Subdiácono sacrifica su cuerpo con el voto de continencia, y su alma con
la obligación de rezar todos los días la oración pública. … ; el rezo del
Oficio exige el recogimiento y la oración, y la perseverancia en la unión con
Dios. Ninguna de estas dos obligaciones se puede cumplir sin ferviente amor de
Dios, el único que puede librar al corazón de la atracción del amor sensible, y
prepara al alma para la oración con el recogimiento interior. Sólo el amor
intenso de Dios y de las almas puede guardarnos del amor profano y hacernos
gustar de las delicias de la oración perpetua, enderezando nuestros
pensamientos y afectos hacia aquel que solo los merece. Por eso el Pontífice
pide que desciendan sobre el ordenando los siete dones del Espíritu Santo, para
que pueda cumplir deberes tan arduos que se le imponen.
Inmolar en sí las pasiones, y renovar incesantemente el espíritu de la
santidad. Para esto habrá de meditar día y noche en la ley de Dios, para
enseñarla a los demás, y guardarla él mismo, y dar así ejemplo de todas las
virtudes cristianas.
312 ¿Cómo podrá representar dignamente a Jesucristo, hasta ser alter
Christus, si llevase una vida de poco más o menos, sin aspirar a la perfección?
¿Cómo habrá de ser ministro de la
Iglesia inmaculada, si, atada su alma al pecado venial, no
cuida de adelantar en el espíritu? ¿Cómo habrá de dar gloria a Dios, si tiene
el corazón vacío de amor y de sacrificio? ¿Cómo santificará a las almas, si ni
siquiera tiene el deseo legal de santificarse a sí propio?
317 Ya al tonsurado se le exige el desasimiento de sí mismo y del mundo
y el abrazarse a Dios y a Nuestro Señor Jesucristo. Esa virtud probada no se
adquiere sino por el ejercicio constante de los deberes de estado.
332 pruebas providenciales.
335 Él es la plenitud del ser; luego mi ser no es sino un ser
participado, que no puede subsistir por sí mismo, y ha de confesar su absoluta
dependencia del Ser divino.
354
No limitarse … a la lucha contra
los defectos; sino que se ha de practicar cuidadosamente la virtud opuesta ...
(nota ajena al libro: en el caso de odio o de la soberbia, poner amor de
verdad).
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