viernes, 28 de noviembre de 2014

TEOLOGÍA ASCÉTICA Y MÍSTICA. TANQUEREY.




El objeto propio de la Teología ascética y mística es la perfección de la vida cristiana.
1. Plugo a la bondad divina comunicarnos, además de la vida natural del alma, una vida sobrenatural, que es la vida de la gracia, y participación de la vida misma de Dios, como demostramos en nuestro Tr. De Gratia. Porque esta vida nos fue dada en virtud de los méritos infinitos de N.S. Jesucristo, y porque Él es su causa ejemplar mas perfecta, llámasela con razón vida cristiana.
La vida ha menester siempre de perfeccionarse y se perfecciona acercándose al fin suyo. La perfección absoluta es la consecución de dicho fin, que únicamente en el cielo alcanzaremos, donde poseeremos a Dios por la visión beatífica y el amor puro, y nuestra vida llegará a su pleno desarrollo; porque entonces seremos con verdad semejantes a Dios, ya que le veremos como Él es. No podemos alcanzar en la tierra sino una perfección relativa, en cuanto nos acercamos sin cesar a la unión íntima con Dios que se nos prepara en la visión beatífica. De dicha perfección relativa hemos de decir, luego que hayamos expuesto los principios generales acerca de la naturaleza, y de la perfección suya, la obligación de tender a dicha perfección, y los medios generales por los que podemos llegar a ella; describiremos sucesivamente las tres vías, purgativa, iluminativa y unitiva, por las que pasan almas generosas, ávidas de adelantamiento espiritual.

         El arte de las artes: no hay arte más excelente que el de perfeccionar al alma en la vida mas excelsa de todas, que es la sobrenatural.
         Como la perfección cristiana requiere esfuerzos, que San Pablo compara muy a su placer con los ejercicios de adiestramiento a que se sometían los púgiles para alcanzar la victoria, era muy natural designar con el nombre de ascesis los esfuerzos del alma cristiana que lucha por conseguir la perfección, … No es, pues, de maravillas que se haya dado el nombre de ascética a la ciencia que trata de los esfuerzos que son necesarios para alcanzar la perfección cristiana.
         A pesar de esto, durante muchos siglos, el nombre que mas se usaba para designar esta ciencia, fue el de Teología mística porque en ella se expone los secretos de la perfección. Mas tarde se usaron los dos nombres con el mismo significado; pero el uso reservó el de ascética para la parte de la ciencia espiritual que trata de los primeros grados de perfección hasta llegar a los umbrales de la contemplación y el nombre de mística para aquella otra que tiene por objeto el estudio de la contemplación y de la vía unitiva.
          Sea como fuere, de todas estas nociones se deduce ser la ciencia, de la que vamos a tratar, la ciencia de la perfección cristiana, y con esto ya podemos determinar el lugar que le corresponde en el plan general de la Teología.   

         En la segunda habla (Sto Tomás de Aquino) de Dios fin último, al cual han de tender los hombres, ordenando a él todos sus actos, siguiendo la dirección de la ley y los impulsos de la gracia, practicando las virtudes teologales y morales, y cumpliendo los deberes propios de su estado. En la tercera nos presenta al Verbo Encarnado haciéndose camino nuestro, para que por él vayamos a Dios, e instituyendo los sacramentos, por los cuales nos comunique su gracia, y así llevarnos a la vida eterna.
         Dentro de este plan, la teología ascética y mística pertenece a la segunda parte de la Suma, mas apoyándose en las otras dos.
255 virtud principal de la caridad; se tiene que superar el amor desordenado a uno mismo, con la triple concupiscencia.
No se trata de un amor de sensibilidad. La esencia del amor (de Dios) consiste en la abnegación, en la voluntad firme de darse por entero, y, si necesario fuere, inmolarse por Dios y por su gloria; en anteponer su voluntad a la nuestra y a la de las criaturas.
...,  vemos y amamos en nuestros hermanos su alma, en la que mora el Espíritu Santo, adornada con la gracia divina, rescatada con la sangre de Jesús; y, al amarla, queremos su bien sobrenatural, la perfección de su alma, su salvación eterna.
258
El amor de Dios y del prójimo es juntamente la síntesis y la plenitud de la Ley.
260:
La caridad une con Dios; las demás virtudes pueden quitar obstáculos. Así la templanza, al pelear contra el uso inmoderado del placer, aminora uno de los obstáculos mas fuertes contra el amor de Dios; la humildad, dando de mano a la soberbia y al amor propio, nos dispone para el ejercicio de la caridad divina. Todas esas virtudes, al hacernos guardar el orden o la justa medida, someten nuestra voluntad a la de Dios, y así nos acercan a Él.
262 La caridad, al encaminar directamente nuestra alma hacia Dios, suprema perfección y último fin, comunica a las demás virtudes, que se ordenan bajo su mando, la misma dirección y el mismo valor.
...  cuando sabemos que, al practicar dichos actos, amamos a Dios y procuramos su gloria, hácensenos mucho más fáciles.
263
         La caridad es no solamente la síntesis, sino también el alma de todas las virtudes, y nos une con Dios más perfecta y directamente que cualquiera otra: en ella, pues, consiste la esencia misma de la perfección.         

         Conclusión nº 320. Puesto que la esencia de la perfección consiste en el amor de Dios, síguese que el camino de atajo para llegar a ella será amar mucho, amar generosa e intensamente, y, sobre todo, con amor puro y desinteresado.
         Tanto más real y prontamente adelantaremos, cuanto más intenso y generoso sea nuestro amor, y, por consiguiente, más enérgico y constante nuestro esfuerzo; porque lo que vale a los ojos de Dios, es la voluntad, el esfuerzo, y no la emoción sensible.
         Así, pues, el amar a Dios y al prójimo por Dios es el secreto de la perfección, con tal que con la caridad vaya junto en la tierra el sacrificio.

264. En el cielo amaremos sin necesidad de inmolarnos. Mas en la tierra no acontece de la misma manera. En el estado actual de la naturaleza caída, es para nosotros imposible el amar a Dios, con amor verdadero y efectivo, sin sacrificarnos por Él.
          Esto se deduce de lo que dijimos más arriba, n. 74-75, acerca de las inclinaciones de la naturaleza corrompida, que perseveran en el hombre regenerado. No podemos amar a Dios sin pelear contra esas inclinaciones y mortificarlas; es una pelea esta que comienza con el despertar de nuestra razón, y que no acabará hasta nuestro último suspiro. Cierto que hay momentos de tregua en los que la lucha es menos viva; pero ni aun entonces podemos dejar caer las armas, si no queremos exponernos a un nuevo ataque ofensivo del enemigo. Pruébase esto con el testimonio de la Sagrada Escritura.

1º La Sagrada Escritura nos muestra claramente la necesidad absoluta del sacrificio o de la abnegación para amar a Dios y al prójimo.
322. A) A todos sus discípulos dirige el Señor esta invitación: Si alguno quiere en pos de mí venir, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame (Mt. 16, 24;   cfr. Lc. 9, 23 ). Para seguir y amar a Jesús, es condición esencial renunciar a sí mismo, o sea, a las malas inclinaciones de la naturaleza, al egoísmo, la soberbia, la ambición, la sensualidad, la lujuria, el amor desordenado del bienestar y de las riquezas; llevar nuestra cruz, abrazarnos con la tribulación, las privaciones, las humillaciones, los reveses de fortuna, los trabajos, las enfermedades, en una palabra, con todas las cruces providenciales que Dios nos envíe para probarnos, asegurar más nuestra virtud y darnos ocasión de purgar nuestros pecados. Entonces, y solamente entonces seremos discípulos suyos y correremos por los caminos del amor y de la perfección.
         Esta  enseñanza confírmala con su propio ejemplo. Habiendo venido adrede del cielo a la tierra para enseñarnos el camino de la perfección, no anduvo otro que el de la cruz. Desde el pesebre hasta el Calvario recorrió una larga serie de privaciones, humillaciones, fatigas, trabajos apostólicos, que culminaron en las agonías y tormentos de su dolorosísima pasión. … si hubiera hallado otro camino más seguro, nos le hubiera mostrado; pero bien sabía que no había otro, y echó él delante para arrastrarnos de sí en pos. Y yo, si fuere alzado sobre la tierra, a todos arrastraré hacia mí (Jn. 12, 32). Así lo entendieron los Apóstoles que nos repiten, con San Pedro, que Cristo ha padecido por nosotros, para llevarnos tras de sí (1 Pedro, 3, 21).
La misma doctrina trae S. Pablo: según él, consiste la perfección cristiana en despojarse del hombre viejo para vestirse del nuevo (Colosenses, 3, 9). Mas el hombre viejo es el conjunto de las malas inclinaciones que hemos heredado de Adán, la triple concupiscencia que debemos reprimir y refrenar con el ejercicio de la mortificación. Claramente dice además que, los que quieran ser discípulos de Cristo, han de crucificar sus vicios y malos deseos (Galatas, 5, 24). Tan esencial es esta condición, que el mismo Apóstol se cree obligado a castigar su cuerpo y refrenar la concupiscencia para no correr peligro de reprobación (1 Cor. 9, 27).
No con menos fuerza lo afirma también S. Juan, el apóstol de la caridad: dice que, para amar a Dios, es menester guardar los mandamientos, y refrenar la triple concupiscencia, que reina como señora en el mundo; y añade que, quien ama al mundo y lo que en el mundo hay, o sea, la triple concupiscencia, no puede poseer a Dios (1 Juan, 2, 15). Mas, para odiar al mundo, es menester sacrificarse, privándose de los placeres malos y nocivos.
         2º Por lo demás, lo mismo se sigue del estado de naturaleza caída, cual le hemos descrito en el n. 74, y de la triple concupiscencia, que debemos refrenar, n. 193 ss. Es imposible amar a Dios y al prójimo, sin hacer generoso sacrificio de todo cuanto se opone a este amor. Mas la triple concupiscencia se opone al amor de Dios y del prójimo, como hemos demostrado. Es menester, pues, pelear contra ella sin tregua ni descanso, si queremos adelantar en la caridad.

266 del pdf: números 326,

***327: Todas nuestra obras buenas son actos de amor (nos acercan a Dios), y de sacrificio (nos alejan de las criaturas y de nosotros mismos).

268 nº 329 Del amor se ha de hablar desde el comienzo de la vida espiritual; y nótese que el amor de Dios hace llevadero el sacrificio, mas no puede dispensarnos de él.

272
282 nº 353: sin ir adelante en la perfección no podemos mantenernos en el estado de Gracia.
289: razones para aspirar a la perfección.
306: desde el comienzo propónesele el amor de Dios como fin, y el sacrificio como medio, con la obligación de progresar en estas dos virtudes.
307 lección de las Sagradas Escrituras, y beber en ellas la doctrina que le servirá para santificarse a sí y a los demás;
acólito, apártase de los placeres de la carne, para mejor guardar la pureza que requiere el servir al altar.
Subdiácono sacrifica su cuerpo con el voto de continencia, y su alma con la obligación de rezar todos los días la oración pública. … ; el rezo del Oficio exige el recogimiento y la oración, y la perseverancia en la unión con Dios. Ninguna de estas dos obligaciones se puede cumplir sin ferviente amor de Dios, el único que puede librar al corazón de la atracción del amor sensible, y prepara al alma para la oración con el recogimiento interior. Sólo el amor intenso de Dios y de las almas puede guardarnos del amor profano y hacernos gustar de las delicias de la oración perpetua, enderezando nuestros pensamientos y afectos hacia aquel que solo los merece. Por eso el Pontífice pide que desciendan sobre el ordenando los siete dones del Espíritu Santo, para que pueda cumplir deberes tan arduos que se le imponen.
Inmolar en sí las pasiones, y renovar incesantemente el espíritu de la santidad. Para esto habrá de meditar día y noche en la ley de Dios, para enseñarla a los demás, y guardarla él mismo, y dar así ejemplo de todas las virtudes cristianas.
312 ¿Cómo podrá representar dignamente a Jesucristo, hasta ser alter Christus, si llevase una vida de poco más o menos, sin aspirar a la perfección? ¿Cómo habrá de ser ministro de la Iglesia inmaculada, si, atada su alma al pecado venial, no cuida de adelantar en el espíritu? ¿Cómo habrá de dar gloria a Dios, si tiene el corazón vacío de amor y de sacrificio? ¿Cómo santificará a las almas, si ni siquiera tiene el deseo legal de santificarse a sí propio?
317 Ya al tonsurado se le exige el desasimiento de sí mismo y del mundo y el abrazarse a Dios y a Nuestro Señor Jesucristo. Esa virtud probada no se adquiere sino por el ejercicio constante de los deberes de estado.
332 pruebas providenciales.
335 Él es la plenitud del ser; luego mi ser no es sino un ser participado, que no puede subsistir por sí mismo, y ha de confesar su absoluta dependencia del Ser divino.
354
No limitarse …  a la lucha contra los defectos; sino que se ha de practicar cuidadosamente la virtud opuesta ... (nota ajena al libro: en el caso de odio o de la soberbia, poner amor de verdad).

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