viernes, 7 de noviembre de 2014

DEL LIBRO HISTORIA DEL PROBABILISMO Y RIGORISMO, TOMO 1. 1772



Igual a http://opinionestemasdeactualidad.blogspot.com.es/2014/09/del-libro-historia-del-probabilismo-y.html, excepto que se intercala un texto entre *




43 años desde 1577, año en el que logró el probabilismo su nacimiento en España, hasta 1620; en esta tiempo, el nuevo sistema se estuvo encerrado en el nido, en que nació, sin dar paso fuera de su patria nativa, llegando a ser adulto y célebre en sus Universidades, comenzó cerca del año 1620 a invadir los países forasteros, la Italia, Alemania, y Francia, y hasta el años 1656 hizo maravillosos progresos, adquirió numerosos secuaces, y extendió por todas partes su jurisdicción. La dulce suavidad de su aspecto, sus blandas, y diestras maneras de saberse acomodar a las personas, genios, y costumbres diferentes, sus amplios privilegios de eximir a los Cristianos de aquellas leyes divinas, y humanas, que se han hecho dudosas por las disputas de los Teólogos modernos, y otras prerrogativas suyas, le adquirieron en este breve espacio de 36 años, tanto crédito, y aplauso, que sus autores para defenderlo, y conservarlo en la posesión de sus conquistas, han inventado sutilezas increíbles, y prodigiosas.
74 (página pdf). Es doctrina aprobada por la Iglesia, que no es imputada a culpa aquella acción que se comete con ignorancia verdaderamente invencible. No hay pecado sin libertad, ni hay libertad sin conocimiento. La ignorancia invencible, quitando todo conocimiento, quita la libertad, y por consiguiente exime al que obra en sus tinieblas de toda culpa imputable. Esta es verdad aprobada por todos  los católicos.  La dificultad consiste en la aplicación sincera de esta palabra invencible, … Aquella ignorancia, según el común sentir de los teólogos, es invencible, que el hombre con toda la moral diligencia, y con el uso de las fuerzas humanas, y auxilios ordinarios de Dios, no puede vencer: De modo que se halle privado del conocimiento de la ley, sin alguna culpa suya personal. Aquella, por el contrario, se llama ignorancia vencible, que con la debida industria puede vencerse, y hace que el hombre por su culpa se halle obscurecido con ella.
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No creo que se pueda poner algún reparo a la inundación universal de los vicios, si no se saca de raíz aquella plata fatal, que produce tantas relajadas opiniones en las costumbres de los cristianos. Añado por otra parte, que esta planta no se arrancará jamás, en tanto que se mira en sí misma, y no se examinan muy bien los frutos contagiosos, que ella produce.
… es menester atacar al Probabilismo en sus ramas, en sus frutos, en las doctrinas prácticas venenosas, que produce, y por esta parte la verdad saldrá ciertamente victoriosa. Las cincuenta proposiciones, recogidas por mí del vasto campo del Probabilismo en sola la materia del ayuno, han engendrado horror en todo el mundo. Si hiciéremos lo mismo en todos los tratados, se hará ver, que estas relajaciones, casi todas, se derivan del Probabilismo, o sistema de poder seguir lo menos probable.

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         Pues la misma Escritura Santa nos avisa, que en todo tiempo hay profetas falsos, y Doctores, que hablan, no con espíritu de verdad; sino con espíritu de error: Por lo que nos amonesta el Evangelista San Juan, que no demos a todos crédito (1 Juan 4, 1). Es pues obligación nuestra el observar con atención solícita, y vigilante, cuales sean los Autores, y los libros, merecedores de nuestro crédito, y dignos de respeto, como enseña San Agustín.
         Para instruir bien a mi lector sobre este importantísimo punto, divido los Escritores modernos en dos clases: En la primera pongo aquellos, que son modernos por razón del tiempo, y de la edad; pero antiguos por la doctrina, y modo de opinar. El texto del Apóstol, copiado abajo, hará claro mi pensamiento (1 Corintios 3, 10). En la misteriosa fábrica, de que en él habla, piden dos cosas nuestra consideración: Esto es, los cimientos, y las paredes: Los cimientos son viejos; el edificio, levantado sobre ellos, nuevo en el orden, simetría, y disposición. Estos son los verdaderos caracteres de un Teólogo en la espiritual fábrica de la Divina Teología: Los cimientos sean viejos, como lo son las Escrituras, los Padres, los Concilios, los Cánones. Todas estas piedras fundamentales es necesario que estén unidas, y ajustadas sobre la única basa principal, que es Jesucristo (1 Corintios 3, 11). Las paredes deben ser acomodadas, y proporcionadas a los cimientos. Si Jesucristo, si Su Ley, Sus Palabras, Sus Mandamientos son las basas de la Teología Cristiana: del mismo modo las sentencias, las reglas, las doctrinas, apoyadas en tales basas, deben de todos modos promover la verdadera doctrina de Jesucristo, y Su Gloria, para que el edificio sea verdaderamente sólido, majestuoso, y perpetuo. Aquellos Teólogos, que fabrican de este modo sus Teológicos edificios, aunque sean nuevos por el orden, por la distribución, por la hermosura, y por otros rasgos lúcidos, que hacen amables, e inteligibles las doctrinas antiguas; son no obstante Autores antiguos, son aquellos verdaderos Doctores y dispensadores de las verdades celestiales, con que quedamos preservados del error, y seducción, según el Oráculo del mismo San Pablo (Efesios 4, 11 y 14). De este género de Doctores nos provee Dios por su infinita misericordia en todo tiempo, en toda edad, como hemos dicho, y lo confirma San Agustín.

         Los Teólogos, y Casuistas, que pongo en la segunda clase, son aquellos, que fabrican según las reglas de una arquitectura del todo nueva. Sus edificios son nuevos, así en cuanto a los cimientos, como en cuanto a las paredes: Han inventado nuevos sistemas, contrarios a las reglas de la arquitectura Evangélica, repugnantes a las doctrinas de los Padres, y de los Sagrados Concilios, dice el Papa Alejandro VII. La Teología de estos Autores es nueva, e incógnita a los Padres antiguos, como nos lo testifican los mismos Autores, que se atribuyen a gloria; y  honor, la invención de esta su Teología, …
         Es falsa la máxima, que enseña a anteponer los Autores modernos a los antiguos.
         Aunque muchos Teólogos sabios hayan impugnado eficazmente, como falsas, y perniciosas, las expresadas doctrinas de anteponer los modernos a los antiguos, no obstante no será inútil el que yo aquí me dedique a reprobarlas. Impugnaré pues con la autoridad de los Santos Padres estas recientes máximas, que en todo tiempo fueron opuestas por aquellos, que intentaron adulterar, o la santa fe de nuestros dogmas o la integridad de nuestras costumbres. El Santo Papa Gelasio en su Epístola 5 a Honorio, Obispo de Dalmacia, las condena, como soberbias, y arrogantes, y contrarias a la Escritura Sagrada . San Gregorio Nacianceno asemeja ciertos modernos de su tiempo a los Pyrrhonicos, y Académicos, que por un destemplado deseo de hacer especulaciones sobre todas las cosas, turbaban la Iglesia, y con la novedad de sus opiniones alteraban la pureza de la Católica doctrina. Con razones semejantes impugnó San Bernardo a Abailardo, y a otros nuevos Teólogos, contemporáneos suyos, inventores, y amantes de opiniones nuevas.
         Ni con todas estas sentencias de los Padres se pretende reprobar toda novedad, como ya se ha advertido arriba; sino solamente aquellas novedades, que se oponen a las doctrinas antiguas: Que descubren caminos anchos, contrarios a los manifestados por Jesucristo: Que acomodan la ley del Evangelio al genio de la concupiscencia. Por lo demás se recomienda aquella novedad, que no mira a otro fin, que a aclarar mejor las doctrinas antiguas, y a hacerlas mucho más inteligibles: Sobre lo cual nos dejó un bello documento Vicencio Lirinense en su comonitorio. Y San Basilio el Grande nos hizo sensible esta verdad con una de aquellas sus incomparables semejanzas: Asemeja el Santo las doctrinas recibidas de los antiguos, y extendidas en lúcida forma, con nuevos métodos, con hermosas divisiones, por los modernos, a la semilla, que siempre es una misma, en el pimpollo, en la plata y en el fruto.  Lactancio Firmiano nos da una regla con que discernir ciertas novedades, que ordinariamente no sirven de  ilustrar, sino es de obscurecer la antigüedad. Cuando las sentencias de los modernos son entre sí contrarias, cuando no tienen un sólido, y común principio, sobre que fundar sus discursos; sino que cada uno inventa algún rasgo, con que dorar su propio dictamen, entonces la novedad es contraria a la antigüedad, entonces debemos cautelarnos, y gobernarnos de manera, que dejados estos Autores, que no afirman cosa cierta, entremos por el camino recto; pues el de ellos no lo es, cuando cada uno se lo forma a su modo, dejando en grande confusión a los que buscan la verdad.
         No se niega, que también en los Padres se encuentre alguna diversidad de pareceres, alguna contrariedad de dictámenes; pero también es verdad, que esta diversidad en materia de fe, y de costumbres es rarísima, y sobre algunos ápices de las leyes obscuras, o dificultosas de saberse, y casi nunca en cosas necesarias para la salvación. Si alguna vez han exagerado, y declamado con expresiones fuertes, y vehementes contra algún vicio, o herejía, lo han hecho porque las circunstancias de los tiempos lo requerían, y el celo de arrancar hasta las raíces del mal se las dictaba, como observó San Buenaventura. Pero apenas se hallará una exageración, que contenga error contra la fe, o contra las costumbres. ... Mas lo que merece singular reflexión es, que los Probabilistas reciben con un obsequio el más ciego cualquiera sentencia de los antiguos, que respire aire de benignidad; cuando refutan, como exagerativas, cualesquiera que indican el camino estrecho, y angosto. Si en San Francisco de Sales llegan a encontrar una palabra, que permita el baile, y la comedia: Si en San Antonino una expresión, favorable a la libertad: Si en San Raymundo una máxima, no contraria (a lo menos en la apariencia) a las restricciones mentales: Si en San Ambrosio una sentencia, que incline a la benignidad: Si pueden, digo, descubrir en algunos de los PP, una sentencia condescenciente a la humanidad,  la reciben, la defienden, aunque los doctos modernos sean de parecer contrario. Por lo demás desechan comúnmente la doctrina de los Padres, que enseña el camino estrecho, y angosto, el cual solo, según el aviso de Jesucristo, guía al Cielo. Cuando leen en los libros, u oyen de los púlpitos estas santas doctrinas de los Padres, dicen, o que ellos, como Oradores exageran, o que hablan en abstracto, o muy universalmente, y que no tratan nuestras cuestiones con precisión, ni según las circunstancias, y tiempos corrientes. En pocas palabras, admiten la doctrina de los Padres, y la desechan, según les está  mejor. Quiero apuntar al fin de este capítulo un ejemplo. Pone en cuestíón el moderno Ludovico Bail, si una mujer, que sabe, que es amada para mal fin, esté obligada a huir la conversación familiar, y no necesaria del impuro amante. Trae fuertes razones, que demuestran la obligación de evitar semejante peligro; pero a todas ellas opone fuera de propósito la sentencia siguiente, mal entendida por él, de San Ambrosio. …  De aquí concluye el moderno de esta forma: Parece más probable la sentencia de San Ambrosio, cuya sola autoridad debe tenerse en más, que la de muchos modernos, definidores de casos de conciencia.

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¿Si algunos Casuistas, digo, recientemente imitasen a los Casuistas pasado, y enseñasen semejantes proposiciones, no podríamos nosotros levantarnos, y advertir públicamente a los Católicos indoctos, que estas son opiniones laxas, escandalosas, perniciosas, y seductoras del Pueblo Cristiano? … ¿Se deberá pues abandonar entretanto el rebaño Evangélico a la seducción de las sentencias falsas? … El probabilismo pues nos precisa a reprobar tales proposiciones, como improbables, falsas, relajadas, y escandalosas, para quitarles del semblante la máscara de menos probables, y para despertar a los Fieles, porque no beban el veneno debajo de la cubierta engañosa de que probablemente no es culpa mortal. … Nosotros por precepto natural, y divino, estamos obligados a socorrer a nuestro prójimo, que peligra, y especialmente si Dios nos ha cometido ministerio, por el cual estamos obligados ex officio a velar sobre su cristiano rebaño. No podemos cumplir con esta alta obligación; si no despojamos a las falsas doctrinas de la máscara engañosa de la insuficiente probabilidad, con que se quisiese justificar toda humana acción; y si no gritamos en alta voz, que las tales doctrinas nos parecen falsas, relajadas, y escandalosas.
163  Pregunto ?El decreto Pontificio prohíbe acaso, combatir, impugnar, y descubrir al Pueblo Cristiano las opiniones, que real, y verdaderamente son improbables, falsas, relajadas, y escandalosas, aunque fuesen enseñadas inocentemente por Católicos? No: porque el Evangelio manda hacerlo con preceptos repetidos: ...

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?Tiembla V. que le ciegue la presunción, que la concupiscencia le engañe, que el amor propio le encante, que una secreta soberbia le ofusque, que la ansia de agradar al mundo, y de adquirir numeroso séquito le ponga vigas delante de los ojos?
Asignará algunas pocas: Y si defendiere V. fuertemente estas pocas, por sentencias, que contienen la verdadera moralidad, enseñada por Jesucristo,

268
Porque es principio sentado entre los Teólogos con Santo Tomás, que la conciencia errónea no excusa, cuando es en sí pecaminosa.
… para que el hombre siga con buena conciencia la parte favorable, es necesario que la siga, porque juzga prudente, y santamente, que es lícita: de manera, que si juzgase, o pudiera prudentemente juzgar, que era mala, no lo haría por todo el mundo.

269

...; porque todos dicen, que el Probabilismo es dulce, suave, favorable a los apetitos, a la carne, pero dentro de los límites de lo justo. Cuando se dice, que el Probabilismo es favorable a la libertad, ¿de qué libertad se habla? Ciertamente de la libertad exenta de la ley: de la libertad, que condesciende a los apetitos humanos: luego de la libertad carnal. Tiene razón para decir el P. Camargo, que los Probabilistas no quieren oír una palabra, que no sea de su gusto. ¿Quién ha dado el título de benigna a la opinión menos probable, que con evidencia demostraremos deberse llamar laxa? ¿Quién ha dado el título de severa a la más probable? Los Probabilistas.

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270
En un capítulo entero se probará, que la sentencia menos probable es favorable a la carne, no a la libertad cristiana, que resplandece en la unión más estrecha con Dios, y con la ley eterna.
274
Él en buscarla (la Verdad) no debe favorecer a sus secretas pasiones: que debe implorar la luz divina, para conseguir acertar con la decisión; que si él se opone a la doctrina de otros, no por fuerza de razones, y autoridad, sino por pasión, u obstinación suya, su conciencia será venciblemente errónea.

275 Los que quieren que a lo útil ceda lo verdadero.
277
No fue amor carnal, que acomoda las leyes a los sentidos, a la libertad, por lograr el placer. Fue de aquel amor divino, que es solo el que hace suave el camino estrecho, áspero, y angosto del Evangelio: no ya de aquel amor, que pretende aligerar el yugo Evangélico con ensanchar las leyes.
280 Alejandro VII condenó 45 proposiciones laxas. Inocencio XI. Las proposiciones condenadas eran llamadas benignas por los Probabilistas, y ahora han venido a ser, y conocerse por laxas.
Los Probabilistas llaman a la opinión menos probable, con el dulce, y amable vocablo de benigna, y a la sentencia más cercana a la verdad con el nombre de estrecha y severa.
282
Alejandro VII dijo en su decreto que oyó, no sin grande tristeza de su alma, que muchas proposiciones relaxadas de la disciplina cristiana, y que acarreaban la perdición de las almas, y que aquella suma licencia de los ingenios lozanos, cada día crecía más, por la cual en las cosas tocantes a la conciencia, se introdujo un nuevo modo de opinar, ajeno a la sinceridad Evangélica, y doctrina de los  Santos Padres.
283 P. Terillo:
Muchos modernos codiciosos de su fama y estimación propia abrieron la puerta a graves (escandalosas) relajaciones. E incluso por evidente malicia. Escribe,  que no es increíble, que ellos engañados por sutil insinuación de Satanás, bajo la lisonja de cierta humanidad, y bajo la especie de honrarse mutuamente, haber ellos inventado tantas opiniones laxas.
        No se niega que los antiguos hubiesen caído en algún error. Pero pretender defender las opiniones de los modernos probabilistas, porque los antiguos enseñaron peores, no es discurso legítimo, ni útil, aún cuando la hipótesis fuese cierta.
290
Cristo no nos manifestó sino dos solos caminos: el uno estrecho, y el otro ancho. Si la sentencia más probable es el camino estrecho: luego la menos probable es el camino ancho. El camino tercero no se encuentra en el Evangelio. 


293

Inocencio XI condenó con términos expresos a cualquiera que enseñe que es probable, que el precepto de la caridad para con Dios no obliga rigurosamente, ni aún en cinco años.

299 (272 del libro)

Muchos moralistas modernos se oponen a la verdad en virtud de sistema doctrinal, que disminuye las obligaciones de las leyes divinas con el título de benignidad. Esta benignidad es contraria a la verdad, y favorable al vicio.
        La Ley Divina es Ley de verdad (Salmo 118) Dios prohíbe añadir, o quitar a esta ley de verdad la más mínima palabra. (Deuteronomio capítulo 4) Inculca en muchos lugares de la Escritura esta misma prohibición (Deuteromio, capítulo 5 y capítulo 12).
        En el apartado siguiente hablaremos de aquellos, que añaden demasiado rigor en fuerza de sistema político, y al presente de aquellos, que quitan a la ley preceptos, y obligaciones, en virtud de sistema doctrinal. Estos lo primero cancelan de un golpe del rol de las divinas leyes todas las dudosas, y controvertidas; pues, según su sistema, la ley dudosa, y controvertida no es ley. Por el contrario, Dios manda que en las dudas sobre su ley, se consulten sus sacerdotes. (Deuteronomio capítulo 17) Pero debiéndose hablar difusamente de este punto en su lugar, descendamos ahora a las disminuciones particulares de los preceptos del Decálogo. El primer mandamiento fundamental de la ley prescribe el amor de Dios, y del prójimo, a que se reduce la plenitud de la ley. Este amor debe ser efectivo, quiere decir, fecundo de obras santas, que despiden llamas ardientes hacia el Criador, que socorre en las graves necesidades a los necesitados. Debe ser tan fervoroso, que nos induzca a derramar la sangre, antes que violar mortalmente un solo precepto, o escandalizar a nuestros hermanos. La ley de la justicia no es menos severa, que la de la caridad; todo perjuicio grave es castigado con eternos suplicios. Aunque estuviese en nuestro poder el adquirir todo el mundo por medio de un solo pecado grave, estamos obligados a repudiarlo y a vivir en una continua pobreza, antes que ofender a Dios con la culpa. El desasimiento de las mismas riquezas, adquiridas lícitamente, es necesario, ya más, ya menos, según la diversidad de circunstancias. La preparación de ánimo a sufrir todo martirio el más atroz, en el lance de confesar la fe delante del tirano, que intima en renegar de ella, es necesaria a todos los secuaces del Evangelio. La castidad virginal, o conyugal, a que todos están obligados, no es ley menos severa, que las otras. La sinceridad en la lengua, la veracidad en los juramentos, la fidelidad en la sociedad, la abstinencia de los hurtos, de las maldiciones, son otros tantos preceptos de la cristiana profesión. Omitidos otros muchos preceptos, voy a demostrar brevemente las modas inventadas, para disminuir las citadas leyes.
        Dos son los principios, de que se sirven los probabilistas, para la disminución de las leyes. Dicen primeramente, que lo odioso se debe restringir, (Odia funit refrigenda) de donde infieren, que siendo la ley divina odiosa a la humana libertad, se debe en la forma mejor restringir, y disminuir. Añaden, que el yugo del Evangelio es suave; y que por tanto debemos interpretar, y acomodar la ley en un sentido el más suave, y favorable a la humana enfermedad. Puestos estos dos principios, la ley negativa viene a reducirse a nada, con el beneficio de la inadvertencia, y de la ignorancia invencible, y la ley positiva se muda en una ley negativa. Los hurtos, si no se rompen las puertas, y se despedazan las navetas, no son reputados por hurtos. La retención de la hacienda ajena, el no pagar las deudas, el sisar, o diferir la paga a los oficiales, son cosas convenientes a la manutención del estado, y decoro. Los mandamientos fundamentales de amar, creer, y esperar en Dios, se hace, que consistan en no aborrecer, no negar la fe; y no desesperar de la bondad divina. Los juramentos, las mentiras, las simulaciones se justifican, o con la costumbre, o con las restricciones mentales. 

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