DEL
LIBRO LA VERDADERA
ESPOSA DE JESUCRISTO DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO, TOMO 1.
¿Acaso
el barro tendrá la temeridad de decir al alfarero: qué haces de mí? (Isaías 45,
9)
CANTAR
7, 1. Salir tras las huellas de los rebaños.
El amor
propio dificulta el distinguir lo verdadero de lo falso.
205:
¿Para qué sirve todo esto? ¿Para qué sirve, pregunto yo a mi vez, el hacer
correr a los potros, pararlos y hacerlos andar para atrás y para adelante sin
necesidad alguna? Para hacerlos dóciles a las rienda.
Nadie
dudará la utilidad del entrenamiento en algo. Como si se le dice a un
competidor que sólo vaya el día de la competición, sin entrenamiento ni
preparación previos.
208. No
hace al caso el decir con algunos, que la perfección no estriba en el maceramiento
corporal, sino en la mortificación de la voluntad; porque a esto responde el
padre Pinamonte: Tampoco el fruto de la viña depende del seto de espinos que la
rodea, y sin embargo la cerca es la que custodia el fruto, quitada la cual
desaparecerían las uvas; conforme dice el Eclesiástico: En donde no hay cerca
será robada la heredad (Eccles. 34, 27). … S. Luis Gonzaga, joven de
quebrantada salud, tomaba tan a pechos la mortificación de la carne, que
buscaba con avidez todo género de maceraciones y de penitencias; y al echarle
alguien en rostro, que la santidad no consistía en las mortificaciones sino en
la abnegación de la propia voluntad, contestó muy oportunamente con las
palabras del
Evangelio: Esto
era menester hacer y no dejar lo otro (Mateo 23, 23 ), con las cuales entendió
decir, que si bien es condición necesaria la de contrastar la voluntad propia,
menester es también refrenar el cuerpo para llevarlo sujetado y obediente a la
razón. Por esto decía el Apóstol: Castigo mi cuerpo y lo pongo en servidumbre (
1 Corintios 9, 27). Con harta dificultad se somete a la obediencia de la ley,
el cuerpo que no padece mortificación. A cuyo propósito, tratando S. Juan de la Cruz de los que, malavenidos
con las mortificaciones propias, se erigen en directores espirituales, y hacen
menosprecio y disuaden a los demás de entregarse a las mortificaciones
externas, dice: Cualquiera que enseñare que no se ha de mortificar la carne, no
le deis crédito, aunque confirmase su doctrina con milagros.
Son grandes enemigos de nuestra eterna
salud el mundo y el demonio, mas el peor de ellos es nuestro cuerpo (nota ajena
al autor: potencialmente, ya que el cuerpo también nos permite el granjearnos
la salvación eterna si contrariamos sus tendencias desordenadas), que le
tenemos aposentado en casa. Los enemigos más temibles para una plaza sitiada,
dice san Bernardo, son los que están de murallas adentro; que de estos es más
difícil cautelarse, que no de los exteriores. … Así como los hombres del mundo
andan afanados por satisfacer los placeres sensuales del cuerpo, por una razón
opuesta, las almas amantes de Dios se desvelan por mortificar, en cuanto
pueden, su carne. … Decíale a su cuerpo S. Pedro de Alcántara: Calla, cuerpo
mío, y sepas que en esta vida no quiero concederte ningún reposo, ni alcanzarás
de mí sino tormentos; mas en cuanto habremos llegado al paraíso, allí tomarás
descanso, que no tendrá fin. … Verdad es, que hay ciertos placeres inocentes
que sirven en alguna manera de apoyo a la flaqueza de la humanidad, y nos ponen
en mayor aptitud para emprender los ejercicios del espíritu: menester es,
empero, estar persuadidos de que los placeres de los sentidos son, propiamente
hablando, tósigo del alma, a la cual traen asida a las criaturas; de donde se
sigue, que tales satisfacciones deben gustarse a las manera que se toma el
veneno; que si bien propinado en ciertas preparaciones y en muy tenue dosis,
puede quizás favorecer la salud; sin embargo, como son medicinas en que entra
veneno, se han de tomar con extremada moderación y cautela; sin apego, por mera
necesidad, y a fin de poder dedicarse más cumplidamente al servicio de Dios.
213
Santa Sinclética: Por medio de los achaques del cuerpo se curan los vicios del
alma.
Cantico
3, ¿las heridas que causa la caridad, quitan el sentimiento de las que recibe
la carne.
214 A mas de esto las mortificaciones nos
llevan a satisfacer en esta vida por las penas debidas por nuestros pecados. Al
que ofendió a Dios, aunque le quede remitida la culpa, réstale sin embargo el
reato de la pena temporal, que si no fuera satisfecho en esta vida deberá
pagarse en el purgatorio, en donde las penas serán incomparablemente mayores:
En grande tribulación se verán si no hicieren penitencia (Apocalipsis 2,
22). Cuantos dejaren de hacer penitencia
de sus pecados, sufrirán en el otro mundo gravísimos tormentos. Refiere S.
Antonio, que a cierto enfermo le propuso un ángel si preferiría estar tres días
en el purgatorio, o postrado dos años en cama, padeciendo la dolencia que le
aquejaba; el enfermo eligió pasar por los tres días de purgatorio; mas apenas
hubo permanecido una hora en aquel lugar cuando echó en rostro al ángel el
engaño de haberle tenido allí encerrado muchos años, en vez de los tres días
convenidos. ¿Qué es lo que estás diciendo? Repuso el ángel. Tu cadáver, que
yace sobre el lecho en que finaste, no ha perdido todavía su color natural, y
tú ya hablas de años? Por lo que, si queréis que la paciencia acompañe vuestros
padecimientos, haceos cuenta de que os es fuerza vivir así otros quince o veinte
años más, y decir: Este es mi purgatorio; no ha de vencerle el cuerpo, sino el
espíritu..
Hay más, las mortificaciones elevan el
alma hacia Dios. No es posible, decía S. Francisco de Sales, que el alma
encumbre jamás hasta Dios, si la carne no anda mortificada y abatida. Bellas
son las máximas que en esta materia vertía Sta. Teresa de Jesús: Penar que Dios
admita a su familiaridad gente de regalos, es un despropósito. Regalos y
oración no se avienen. Almas que aman a Dios de veras no pueden pedir descansos.
Las mortificaciones nos granjean
también gran tesoro de gloria en el cielo. Decía el Apóstol: Si los que se
dedican al pugilato se abstienen de todas aquellas cosas que pueden menoscabar
sus fuerzas e impedirles de reportar la victoria de una miserable y fugaz
corona, ¿cuánto mayor esmero no debemos nosotros poner en las mortificaciones
para alcanzar una corona de inconmensurable y eterno valor (1 Corintios 9, 25)?
Vio S. Juan a todos los bienaventurados que empuñaba palmas en las manos (): …
Cuantos padecimientos suframos acá abajo, son nada en comparación de la gloria
eterna que nos está reservada en el paraíso. Decía el Apóstol a los Romanos: No
son de comparar los trabajos de este tiempo con la gloria venidera que se
manifestará en nosotros (Romanos 8, 18). Y a los Corintios decía: Estas
momentáneas y ligeras tribulaciones engendran en nosotros de un modo muy
maravilloso un peso eterno de gloria (2 Corintios 4, 17).
Avivemos
pues nuestra fe. Corto es el término de nuestra morada acá en la tierra. Nuestra
habitación está en la eternidad, que ofrecerá mayores goces al que mayores
mortificaciones habrá pasado en la vida.
Inocencio
XI condenó la proposición de los que sostenían que no es pecado el comer y
beber con el único objeto de satisfacer la gula.
255
ECCL
14, 14 No desatiendas ni las partecillas de una dádiva agradable. No perder
ocasión de mortificarse por Dios.
David:
“Desvía mis ojos para que no vean la vanidad” (Salmo 118, 37)
San
Gregorio: No hay disposición para entrar en los trances del combate espiritual
si primeramente no ha quedado sujetado el apetito de la gula.
Ponga
los ojos únicamente en aquellas cosas que le conduzcan a Dios.
Tomar
el alimento como se toma una medicina, con la reflexión de que se satisface una
necesidad y no se pase de ahí (San Agustín).
San
Luis Gonzaga, escogía para sí lo más repugnante al paladar.
S.
Clemente Alejandrino: la carne y el vino prestan robustez al cuerpo, pero hace
enfermiza el alma.
Proverbios
31, 4: No quieras dar vino a los reyes.
San Juan
Clímaco: Es la pobreza la abdicación de los cuidados del siglo, caminar a Dios
sin obstáculos, remedio de toda tristeza.
Cualquiera
que no renuncia a todo lo que posee no puede ser mi discípulo (Lucas 14, 35).
Eclesiástico
60, 35
Eclesiástico
30 la tristeza acorta los años.
San
José de Calasanz: no es realmente pobre el que no sienta las incomodidades de
la pobreza
300
interesante sobre afectos a cortar.
358:
Abominan los impíos a cuantos caminan por el sendero de la rectitud (Proverbios
29, 27), dice el Espíritu Santo. No es
posible que los que andan por el camino ancho dejen de aborrecer a los que
siguen la senda angosta. Y la razón de ello está en que la vida que llevan los
justos es una reprensión continuada de la de los malvados, quienes por lo mismo
desearán que todos vivieran sin sentir freno como ellos. … a casi todas las
acciones virtuosas de la buena religiosa, llámanlas deseos de singularizarse,
beatería, y hasta hipocresía a fin de ser tenida por santa. Y si por ventura
aquella pobre monja cae en alguna falta (porque al fin no deja de ser frágil y
sujeta a defectos), si por ventura responde alguna palabra con marcada
impaciencia, si se defiende de alguna ofensa que se le haga, ¡oh! Entonces como
le dan grita las demás exclamando: ¡Miren la santurrona!, ¡vean lo que hace esa
santa que comulga todos los días, que está continuamente en silencio, y pasa
todo el día de Dios en el coro para engañar al mundo! Y a veces se propasan a
añadir a lo verdadero lo falso. Ponga extremada atención, la que quiera hacerse
santa, en sufrir y ofrecer a Dios todos esos zaherimientos; porque si se
revelare contra ellos, sepa que no seguirá gran trecho por el camino que
emprendiera; presto abandonará sus designios, y será tan imperfecta como las
demás. Tratábase
una vez
de cierto Religioso que era reputado por santo, y saltó diciendo S. Bernardo:
Será enhorabuena santo, mas carece de lo mejor, que es ser tenido por malo.
Convenzámonos,
pues, de que la más bella prez de los santos es el sufrir persecuciones en esta
vida: Y todos los que quieren vivir píamente en Jesucristo, padecerán
persecución, escribía S. Pablo (2 Timoteo 3, 12). Dice empero aquella
Religiosa: yo cuido de mis quehaceres; yo no me meto con nadie; ¿Por qué han de
perseguirme? ¿Cómo? ¿Por ventura no han sido todos los santos el blanco de las
persecuciones? ¿Jesucristo, que es cabeza de los santos, no sufrió acaso
persecuciones?, ¿y vos pretendéis eximiros de ellas? … escribía el P. Torres a
una Religiosa penitente suya: Crea, que entre las mayores gracias que el Señor
pueda concederle, una de las muy excelentes es la de que la haga digna de ser
objeto de las calumnias de todas las demás, y de no hallar apoyo en ninguna.
Así pues, hermana bendita, al veros menospreciada y tenida tan en poco, como un
trapajo, según suele decirse, gozaos de ello, y dad rendidas gracias a vuestro
Esposo que permite seáis tratada como lo fue Él mismo en esta vida. Por lo
tanto, cuando estuviereis en oración representaos en vuestra mente todos los
desprecios, contradicciones y persecuciones que puedan sobreveniros, y prometed
sufrirlos con magnanimidad por amor de Jesucristo, y de esta suerte al ocurrir las ocasiones de
mortificación, el divino auxilio os predispondrá mejor para aceptarlas.
En quinto y último lugar digo, que no
solamente importa sufrir en paz los menosprecios, sino que cumple además hallar
en ellos motivo de júbilo y contento. El buen Religioso, decía S. José de
Calasanz, menosprecia el mundo, y se complace en ser del mundo menospreciado.
No acababa de entender el P. Luis de Lapuente como fuese posible que una alma
hallara goces en los menosprecios mismos; mas en cuanto llegó a estado de mayor
perfección, bien lo entendió y lo experimentó. Tamaña empresa no puede
acometerse con nuestras propias fuerzas; posible es empero conseguirla con el
auxilio de la gracia, como la consiguieron los santos Apóstoles, quienes
salieron gozosos de delante del concilio, porque habían sido hallados dignos de
sufrir afrentas por el nombre de Jesús (Hechos 5, 41). A algunos, decía S. José
de Calasanz, acaecerá la segunda parte, esto es, sufrir afrentas; mas no
acontecerá la primera, de hallar en ellas placer. Esta última enseñanza fue la
que S. Ignacio de Loyola, después de su muerte, bajó desde el cielo a dar a
Sta. María Magdalena de Pazzis, diciéndole, que la verdadera humildad consiste
en gozarse en aquellas cosas mismas que pueden acarrearnos nuestro propio
desprecio.
No hallan los mundanos tanto placer en
los honores que reciben, como los santos en los vilipendios de que son
objeto. … quiere Jesucristo que lejos de sentirnos
turbados al recibir injurias y sufrir persecuciones, nos complazcamos y gocemos
en las mismas, por el magnífico premio que Él
nos tiene preparado en el cielo: Bienaventurados sois cuando os maldijeren
y os persiguieren … gozaos y alegraos
porque vuestro galardón muy grande es en los cielos (Mateo 5, 11 y 12).
… si vos, hermana bendita, deseáis ser
santa, tened por cierto que habéis de pasar por muchas humillaciones y
menosprecios. Aún en el supuesto de que todas vuestras hermanas fuesen santas,
el Señor permitirá que sufráis, si no continuas, al menos frecuentes
contradicciones, que seáis postergada a las demás, tenida en poco, acusada y
reprendida.
.Oración ¿Es posible, amado Jesús, que
al contemplaros a Vos, que sois mi Dios, tan humillado hasta morir como un
malhechor en un patíbulo, sea tanta mi soberbia? … Haced que desprenda de mí
los humanos respetos, y que en todas mis acciones no lleve otro designio que el
de complaceros. … De Vos espero la fuerza necesaria para conseguirlo.
CREO
QUE DE LA VERDADERA
ESPOSA DE JESUCRISTO TOMO II
No es
necesario que seamos ricos, ni que gocemos de buena salud; pero sí es necesario
que nos salvemos.
¿Qué
importa que seamos pobres, despreciados y enfermos? Si nos salvamos seremos
siempre felices. Al contrario ¿de qué nos servirá el haber sido príncipes y
monarcas, si hemos de ser infelices por toda la eternidad?
2 Timoteo, 12:
Todos los que quieren vivir
piadosamente en Jesucristo, padecerán persecución. Pero los hombres malos e
impostores, irán a peor, errando e induciendo a otros a pecar.
DE SAN
GREGORIO: La mortificación del cuerpo es
vana, si el corazón no se impone refrenar sus deseos desordenados.
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