viernes, 28 de noviembre de 2014

Sobre mortificación, enfermedad, y persecución.



DEL LIBRO LA VERDADERA ESPOSA DE JESUCRISTO DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO, TOMO 1.
¿Acaso el barro tendrá la temeridad de decir al alfarero: qué haces de mí? (Isaías 45, 9)
CANTAR 7, 1. Salir tras las huellas de los rebaños.
El amor propio dificulta el distinguir lo verdadero de lo falso.

205: ¿Para qué sirve todo esto? ¿Para qué sirve, pregunto yo a mi vez, el hacer correr a los potros, pararlos y hacerlos andar para atrás y para adelante sin necesidad alguna? Para hacerlos dóciles a las rienda.


Nadie dudará la utilidad del entrenamiento en algo. Como si se le dice a un competidor que sólo vaya el día de la competición, sin entrenamiento ni preparación previos.

208. No hace al caso el decir con algunos, que la perfección no estriba en el maceramiento corporal, sino en la mortificación de la voluntad; porque a esto responde el padre Pinamonte: Tampoco el fruto de la viña depende del seto de espinos que la rodea, y sin embargo la cerca es la que custodia el fruto, quitada la cual desaparecerían las uvas; conforme dice el Eclesiástico: En donde no hay cerca será robada la heredad (Eccles. 34, 27). … S. Luis Gonzaga, joven de quebrantada salud, tomaba tan a pechos la mortificación de la carne, que buscaba con avidez todo género de maceraciones y de penitencias; y al echarle alguien en rostro, que la santidad no consistía en las mortificaciones sino en la abnegación de la propia voluntad, contestó muy oportunamente con las palabras del
Evangelio: Esto era menester hacer y no dejar lo otro (Mateo 23, 23 ), con las cuales entendió decir, que si bien es condición necesaria la de contrastar la voluntad propia, menester es también refrenar el cuerpo para llevarlo sujetado y obediente a la razón. Por esto decía el Apóstol: Castigo mi cuerpo y lo pongo en servidumbre ( 1 Corintios 9, 27). Con harta dificultad se somete a la obediencia de la ley, el cuerpo que no padece mortificación. A cuyo propósito, tratando S. Juan de la Cruz de los que, malavenidos con las mortificaciones propias, se erigen en directores espirituales, y hacen menosprecio y disuaden a los demás de entregarse a las mortificaciones externas, dice: Cualquiera que enseñare que no se ha de mortificar la carne, no le deis crédito, aunque confirmase su doctrina con milagros.
         Son grandes enemigos de nuestra eterna salud el mundo y el demonio, mas el peor de ellos es nuestro cuerpo (nota ajena al autor: potencialmente, ya que el cuerpo también nos permite el granjearnos la salvación eterna si contrariamos sus tendencias desordenadas), que le tenemos aposentado en casa. Los enemigos más temibles para una plaza sitiada, dice san Bernardo, son los que están de murallas adentro; que de estos es más difícil cautelarse, que no de los exteriores. … Así como los hombres del mundo andan afanados por satisfacer los placeres sensuales del cuerpo, por una razón opuesta, las almas amantes de Dios se desvelan por mortificar, en cuanto pueden, su carne. … Decíale a su cuerpo S. Pedro de Alcántara: Calla, cuerpo mío, y sepas que en esta vida no quiero concederte ningún reposo, ni alcanzarás de mí sino tormentos; mas en cuanto habremos llegado al paraíso, allí tomarás descanso, que no tendrá fin. … Verdad es, que hay ciertos placeres inocentes que sirven en alguna manera de apoyo a la flaqueza de la humanidad, y nos ponen en mayor aptitud para emprender los ejercicios del espíritu: menester es, empero, estar persuadidos de que los placeres de los sentidos son, propiamente hablando, tósigo del alma, a la cual traen asida a las criaturas; de donde se sigue, que tales satisfacciones deben gustarse a las manera que se toma el veneno; que si bien propinado en ciertas preparaciones y en muy tenue dosis, puede quizás favorecer la salud; sin embargo, como son medicinas en que entra veneno, se han de tomar con extremada moderación y cautela; sin apego, por mera necesidad, y a fin de poder dedicarse más cumplidamente al servicio de Dios.

213 Santa Sinclética: Por medio de los achaques del cuerpo se curan los vicios del alma.
Cantico 3, ¿las heridas que causa la caridad, quitan el sentimiento de las que recibe la carne.

214 A mas de esto las mortificaciones nos llevan a satisfacer en esta vida por las penas debidas por nuestros pecados. Al que ofendió a Dios, aunque le quede remitida la culpa, réstale sin embargo el reato de la pena temporal, que si no fuera satisfecho en esta vida deberá pagarse en el purgatorio, en donde las penas serán incomparablemente mayores: En grande tribulación se verán si no hicieren penitencia (Apocalipsis 2, 22).  Cuantos dejaren de hacer penitencia de sus pecados, sufrirán en el otro mundo gravísimos tormentos. Refiere S. Antonio, que a cierto enfermo le propuso un ángel si preferiría estar tres días en el purgatorio, o postrado dos años en cama, padeciendo la dolencia que le aquejaba; el enfermo eligió pasar por los tres días de purgatorio; mas apenas hubo permanecido una hora en aquel lugar cuando echó en rostro al ángel el engaño de haberle tenido allí encerrado muchos años, en vez de los tres días convenidos. ¿Qué es lo que estás diciendo? Repuso el ángel. Tu cadáver, que yace sobre el lecho en que finaste, no ha perdido todavía su color natural, y tú ya hablas de años? Por lo que, si queréis que la paciencia acompañe vuestros padecimientos, haceos cuenta de que os es fuerza vivir así otros quince o veinte años más, y decir: Este es mi purgatorio; no ha de vencerle el cuerpo, sino el espíritu..
         Hay más, las mortificaciones elevan el alma hacia Dios. No es posible, decía S. Francisco de Sales, que el alma encumbre jamás hasta Dios, si la carne no anda mortificada y abatida. Bellas son las máximas que en esta materia vertía Sta. Teresa de Jesús: Penar que Dios admita a su familiaridad gente de regalos, es un despropósito. Regalos y oración no se avienen. Almas que aman a Dios de veras no pueden pedir descansos.
         Las mortificaciones nos granjean también gran tesoro de gloria en el cielo. Decía el Apóstol: Si los que se dedican al pugilato se abstienen de todas aquellas cosas que pueden menoscabar sus fuerzas e impedirles de reportar la victoria de una miserable y fugaz corona, ¿cuánto mayor esmero no debemos nosotros poner en las mortificaciones para alcanzar una corona de inconmensurable y eterno valor (1 Corintios 9, 25)? Vio S. Juan a todos los bienaventurados que empuñaba palmas en las manos (): … Cuantos padecimientos suframos acá abajo, son nada en comparación de la gloria eterna que nos está reservada en el paraíso. Decía el Apóstol a los Romanos: No son de comparar los trabajos de este tiempo con la gloria venidera que se manifestará en nosotros (Romanos 8, 18). Y a los Corintios decía: Estas momentáneas y ligeras tribulaciones engendran en nosotros de un modo muy maravilloso un peso eterno de gloria (2 Corintios 4, 17).
Avivemos pues nuestra fe. Corto es el término de nuestra morada acá en la tierra. Nuestra habitación está en la eternidad, que ofrecerá mayores goces al que mayores mortificaciones habrá pasado en la vida.

Inocencio XI condenó la proposición de los que sostenían que no es pecado el comer y beber con el único objeto de satisfacer la gula. 
255
ECCL 14, 14 No desatiendas ni las partecillas de una dádiva agradable. No perder ocasión de mortificarse por Dios.
David: “Desvía mis ojos para que no vean la vanidad” (Salmo 118, 37)
San Gregorio: No hay disposición para entrar en los trances del combate espiritual si primeramente no ha quedado sujetado el apetito de la gula.

Ponga los ojos únicamente en aquellas cosas que le conduzcan a Dios.
Tomar el alimento como se toma una medicina, con la reflexión de que se satisface una necesidad y no se pase de ahí (San Agustín).
San Luis Gonzaga, escogía para sí lo más repugnante al paladar.
S. Clemente Alejandrino: la carne y el vino prestan robustez al cuerpo, pero hace enfermiza el alma.
Proverbios 31, 4: No quieras dar vino a los reyes.
San Juan Clímaco: Es la pobreza la abdicación de los cuidados del siglo, caminar a Dios sin obstáculos, remedio de toda tristeza.
Cualquiera que no renuncia a todo lo que posee no puede ser mi discípulo (Lucas 14, 35).


Eclesiástico 60, 35
Eclesiástico 30 la tristeza acorta los años.


San José de Calasanz: no es realmente pobre el que no sienta las incomodidades de la pobreza


300 interesante sobre afectos a cortar.

358: Abominan los impíos a cuantos caminan por el sendero de la rectitud (Proverbios 29, 27), dice el Espíritu Santo.  No es posible que los que andan por el camino ancho dejen de aborrecer a los que siguen la senda angosta. Y la razón de ello está en que la vida que llevan los justos es una reprensión continuada de la de los malvados, quienes por lo mismo desearán que todos vivieran sin sentir freno como ellos. … a casi todas las acciones virtuosas de la buena religiosa, llámanlas deseos de singularizarse, beatería, y hasta hipocresía a fin de ser tenida por santa. Y si por ventura aquella pobre monja cae en alguna falta (porque al fin no deja de ser frágil y sujeta a defectos), si por ventura responde alguna palabra con marcada impaciencia, si se defiende de alguna ofensa que se le haga, ¡oh! Entonces como le dan grita las demás exclamando: ¡Miren la santurrona!, ¡vean lo que hace esa santa que comulga todos los días, que está continuamente en silencio, y pasa todo el día de Dios en el coro para engañar al mundo! Y a veces se propasan a añadir a lo verdadero lo falso. Ponga extremada atención, la que quiera hacerse santa, en sufrir y ofrecer a Dios todos esos zaherimientos; porque si se revelare contra ellos, sepa que no seguirá gran trecho por el camino que emprendiera; presto abandonará sus designios, y será tan imperfecta como las demás. Tratábase
una vez de cierto Religioso que era reputado por santo, y saltó diciendo S. Bernardo: Será enhorabuena santo, mas carece de lo mejor, que es ser tenido por malo.
Convenzámonos, pues, de que la más bella prez de los santos es el sufrir persecuciones en esta vida: Y todos los que quieren vivir píamente en Jesucristo, padecerán persecución, escribía S. Pablo (2 Timoteo 3, 12). Dice empero aquella Religiosa: yo cuido de mis quehaceres; yo no me meto con nadie; ¿Por qué han de perseguirme? ¿Cómo? ¿Por ventura no han sido todos los santos el blanco de las persecuciones? ¿Jesucristo, que es cabeza de los santos, no sufrió acaso persecuciones?, ¿y vos pretendéis eximiros de ellas? … escribía el P. Torres a una Religiosa penitente suya: Crea, que entre las mayores gracias que el Señor pueda concederle, una de las muy excelentes es la de que la haga digna de ser objeto de las calumnias de todas las demás, y de no hallar apoyo en ninguna. Así pues, hermana bendita, al veros menospreciada y tenida tan en poco, como un trapajo, según suele decirse, gozaos de ello, y dad rendidas gracias a vuestro Esposo que permite seáis tratada como lo fue Él mismo en esta vida. Por lo tanto, cuando estuviereis en oración representaos en vuestra mente todos los desprecios, contradicciones y persecuciones que puedan sobreveniros, y prometed sufrirlos con magnanimidad por amor de Jesucristo, y  de esta suerte al ocurrir las ocasiones de mortificación, el divino auxilio os predispondrá mejor para aceptarlas.
         En quinto y último lugar digo, que no solamente importa sufrir en paz los menosprecios, sino que cumple además hallar en ellos motivo de júbilo y contento. El buen Religioso, decía S. José de Calasanz, menosprecia el mundo, y se complace en ser del mundo menospreciado. No acababa de entender el P. Luis de Lapuente como fuese posible que una alma hallara goces en los menosprecios mismos; mas en cuanto llegó a estado de mayor perfección, bien lo entendió y lo experimentó. Tamaña empresa no puede acometerse con nuestras propias fuerzas; posible es empero conseguirla con el auxilio de la gracia, como la consiguieron los santos Apóstoles, quienes salieron gozosos de delante del concilio, porque habían sido hallados dignos de sufrir afrentas por el nombre de Jesús (Hechos 5, 41). A algunos, decía S. José de Calasanz, acaecerá la segunda parte, esto es, sufrir afrentas; mas no acontecerá la primera, de hallar en ellas placer. Esta última enseñanza fue la que S. Ignacio de Loyola, después de su muerte, bajó desde el cielo a dar a Sta. María Magdalena de Pazzis, diciéndole, que la verdadera humildad consiste en gozarse en aquellas cosas mismas que pueden acarrearnos nuestro propio desprecio.
         No hallan los mundanos tanto placer en los honores que reciben, como los santos en los vilipendios de que son objeto.    quiere Jesucristo que lejos de sentirnos turbados al recibir injurias y sufrir persecuciones, nos complazcamos y gocemos en las mismas, por el magnífico premio que Él  nos tiene preparado en el cielo: Bienaventurados sois cuando os maldijeren y  os persiguieren … gozaos y alegraos porque vuestro galardón muy grande es en los cielos (Mateo 5, 11 y 12). 
         … si vos, hermana bendita, deseáis ser santa, tened por cierto que habéis de pasar por muchas humillaciones y menosprecios. Aún en el supuesto de que todas vuestras hermanas fuesen santas, el Señor permitirá que sufráis, si no continuas, al menos frecuentes contradicciones, que seáis postergada a las demás, tenida en poco, acusada y reprendida.
         .Oración ¿Es posible, amado Jesús, que al contemplaros a Vos, que sois mi Dios, tan humillado hasta morir como un malhechor en un patíbulo, sea tanta mi soberbia? … Haced que desprenda de mí los humanos respetos, y que en todas mis acciones no lleve otro designio que el de complaceros. … De Vos espero la fuerza necesaria para conseguirlo.


CREO QUE DE LA VERDADERA ESPOSA DE JESUCRISTO TOMO II
No es necesario que seamos ricos, ni que gocemos de buena salud; pero sí es necesario que nos salvemos.
¿Qué importa que seamos pobres, despreciados y enfermos? Si nos salvamos seremos siempre felices. Al contrario ¿de qué nos servirá el haber sido príncipes y monarcas, si hemos de ser infelices por toda la eternidad?

2 Timoteo, 12:
Todos los que quieren vivir piadosamente en Jesucristo, padecerán persecución. Pero los hombres malos e impostores, irán a peor, errando e induciendo a otros a pecar.
DE SAN GREGORIO:  La mortificación del cuerpo es vana, si el corazón no se impone refrenar sus deseos desordenados.

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