INSTRUCCIÓN PARA
ENSEÑAR LA VIRTUD A
LOS PRINCIPIANTES, Y ESCALA ESPIRITUAL PARA LA PERFECCIÓN EVANGÉLICA.
PADRE FRAY DIEGO MURILLO. ZARAGOZA; 1598.
Digo, pues, que consultando (como es razón) las
divinas letras para sacar esto en limpio, hallaremos en ellas declarada la
causa original de este mal y de otros innumerables que de él proceden. Porque
en el libro del Génesis (8) dice el Espíritu Santo, que el pensamiento y
sentidos del corazón humano son inclinados al mal desde su juventud. Que no es
otra cosa sino decirnos que después de haber quedado la naturaleza depravada
por el primer pecado, y deshecho aquel admirable concierto y conformidad que
Dios había puesto entre la parte inferior y la superior ..., quedó en la
sensualidad entrañada una inclinación tan perversa e indómita que la lleva casi
forzada como al retortero a obrar contra el dictamen de la razón. De tal manera
que hablando de ella dijo el Apóstol san Pablo, no obro el bien que quiero sino
el mal que aborrezco (Romanos 7), y la causa es, porque no obro yo en mí, sino
el pecado que vive en mí: el cual me lleva cautivo y casi por fuerza a obedecer
a la ley del pecado. Y llama ley del pecado a la mala inclinación natural,
porque como si fuese ley, quiere obligar a la sensualidad a que ejecute lo que
ella manda. Y aunque los filósofos, no alcanzaron la causa de estas
inclinaciones, pero bien echaron de ver que nacían los hombres con ellas y que
estaban unidas y como vinculadas a la naturaleza humana. Así lo confiesa el
príncipe de la elocuencia Latina, pues dice en una de sus cuestiones Tusculanas
(Cicerón, cuestión Tusculana 3): que aunque es verdad que en nuestros ingenios
hay unas como semillas naturales de las virtudes, las cuales si creciesen y llegasen
a colmo, nos llevarían a la vida bienaventurada: pero también es cierto que al
punto que salimos a la luz del mundo, luego nos hallamos metidos en medio de la
maldad, y en una suma perversidad de opiniones tan ajenas de la razón, que
parece que mamamos los errores con la leche de los pechos de nuestras madres.
Toda esta doctrina es de Cicerón. Y confiesa en ella las dos enfermedades que
quedaron en nuestra naturaleza por el pecado, que son ignorancia en el
entendimiento y mala inclinación en la voluntad. Y Plutarco dice, que así como
al escorpión le es cosa natural el aguijón, y a la vívora el veneno, así al
hombre desde el principio de su nacimiento le es connatural la maldad, aunque
no se descubre hasta que con el discurso del tiempo se ofrecen las ocasiones de
ejercitar los actos a que le inclina la naturaleza estragada. Y el glorioso S.
Agustín (Agustín lib. 7. Confesiones) afirma, que aún antes de su conversión
experimentaba esta verdad, y que echaba de ver los desórdenes y siniestros de
la naturaleza corrupta: pero que no atinaba quién podía ser la causa de tan
gran desconcierto y desorden. Porque como veía que ya en la niñez comenzaba a
descubrirse este daño, no hallaba quién le pudiese causar ... porque no
entendía el secreto del pecado original.
… De manera que aunque este Santo
ignoraba el origen de las malas inclinaciones, antes de convertirse a la fe; no
ignoraba serle connaturales al hombre: y ser principio de todos los otros
daños: y el enemigo más poderoso de todos los que tenemos.
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Bien la
entendieron algunos tiranos perseguidores (la influencia de la mala costumbre
en los primeros años) de la
Iglesia de Dios, pues para destruir y asolar de todo punto la Cristiandad (después
de haber intentado otros medios terribles) escogieron este como más eficaz que
todos los otros. De este usó Maximino Emperador cruelísimo, el cual (según
refiere Eusebio Cesarense) para desarraigar de los corazones humanos el nombre
de Cristo, hizo componer un libro en que se contenían innumerables blasfemias y
abominaciones contra Jesucristo Redentor Nuestro: y mandó que los maestros de
escuela lo leyesen a los niños, y procurasen aficionarlos a él, y tomarlo de
memoria; pareciéndole que si se acostumbraban desde niños a aborrecer el nombre
de Cristo, criándose con esta leche, quedarían imposibilitados para dejarle
después de aborrecer. Y de la misma industria dicen que usó Juliano Apóstata y
otros tiranos, y de ella se han valido muchos herejes en Alemania y en Francia.
Y la experiencia del daño que de esta invención se ha seguido, ha mostrado con
evidencia, cuán poderosa sea la mala costumbre, entrañada desde los tiernos
años en la naturaleza mal inclinada. Y
así para atajar este daño, es menester prevenirla con la buena instrucción;
para que cuando el mozuelo venga a reconocerse, tenga menos contrarios con quien pelear, y pueda
más fácilmente alcanzar victorias de los que tuviera; que no le será
dificultoso, si desde niño se habituase al ejercicio de las virtudes.
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Sería posible que alguno se persuada,
viendo lo que habemos dicho del poder de la mala costumbre, ser menos poderosa
la buena: por parecerle que aquella tiene en la naturaleza algo que la
favorezca y abrace, y esta no tiene cosa alguna que no la contradiga y resista.
Pues para quitar la ocasión de este engaño (que podría ser muy dañoso) será
bien probar en este capítulo no ser menos poderosa la buena costumbre
favorecida de la divina gracia, que la mala ayudada de la naturaleza corrupta:
antes mucho más valerosa y más fuerte. Y aunque no es necesario trabajar mucho
para persuadir esto a los que saben cuanto más poderosa es la gracia que la
naturaleza: pero será razón procurar darlo a entender a los ignorantes, para
que facilitándoles con esto la empresa, y descubriendo los frutos que de ella
se sacan; se animen acometerla con tanto denuedo y brío, que salgan victoriosos
y triunfandores. Advierta pues los que en esta materia son inexpertos, que
aquel soberano Señor cuya providencia no se olvida aún de las cosas mínimas,
habiéndonos criado para que con nuestra propias obras hechas en su gracia
mereciésemos la gloria: de tal manera juntó para provecho nuestro, en el
ejercicio de las virtudes la dificultad con el gusto; que ni quiso fuese todo
suave, porque no faltase materia de merecimiento, ni todo difícil, porque no
viniésemos a desmayar en la empresa. Lo que ordenó fue, que hubiese de uno y de
otro, para que lo difícil de la virtud nos hiciese merecer la corona, y lo
gustoso nos aligerase el trabajo: juntándose de esta suerte en este ejercicio
las dos cosas que Cristo dijo en el Evangelio, que son, yugo suave, y carga
ligera (Mateo II). Y aún aquella parte
de dificultad que la virtud trae consigo, quiso que pudiese hacerse gustosa y
fácil, poniendo los hombres de su parte cuidado en acostumbrarse a ella, y Dios
de la suya en favor de su gracia que todo lo facilita. Esta (como dice Isaías.
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como de águila con que puedan volar sin trabajo: y esta (como dijo el otro
Profeta. Abacuc 3 y Salmo 27) les comunica pies ligeros como de ciervo, para
que puedan correr sin cansancio, hasta ponerlos en la alteza de la perfección.
… (…) … Y presupongamos que para llegar el hombre a gozar de los frutos que
nacen de ella, es necesario que a los principios trabaje, haciendo fuerza y
violencia a las malas inclinaciones.
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