DE COMBATE ESPIRITUAL,
SCUPOLLI, 1791; LIBRO DE LOS TEATINOS . Traducido al castellano por el Padre
Ramón de Guninel, de la misma orden. Parte primera.
Fortificarse contra la propia malicia y
fragilidad, para defenderse de los
asaltos y tentaciones de nuestro común
enemigo.
Enfermedades, trabajos y persecuciones, 69 que no suceden jamás sin orden o permisión
de la Providencia
de Dios. O ante cualquier suceso, conformar la propia voluntad con la de Dios,
rindiéndose a sus adorables juicios, no menos justos que impenetrables. Amando
a los perseguidores como instrumentos de la bondad divina, que cooperan a la
mortificación propia, perfección y eterna salud.
72: sujetarnos a todas
las criaturas por amor de Dios, en cuanto sea la Voluntad de Dios (padres
o autoridades legítimas, cuando mandan algo conforme con Dios).
75 … quien con valor,
y resolución, mortifica sus pasiones,
doma sus apetitos, y reprime hasta los menores movimientos de su propia
voluntad; ejecuta una obra de mucho mayor mérito a los ojos de Dios, que si
conservando alguna de ellas viva en su corazón, afligiese, y maltratase su
cuerpo con los mas ásperos cilicios, y disciplinas, o ayunase con mas
austeridad, y rigor, que los antiguos Anacoretas del desierto, o convirtiese a
Dios millares de pecadores …:
76 tú no debes
poner tu principal cuidado en querer, y ejecutar, lo que según su
naturaleza es mas noble, y mas excelente, sino en obrar, lo que Dios pide, y
desea particularmente de ti.
Trabajar en mortificar
las propias pasiones, para lo cual hay que determinarse a una continua guerra
contra uno mismo.
Desconfiar de nosotros
mismos. No hay virtud, ni gracia en nosotros, que no proceda de la bondad de
Dios, como de fuente y origen de todo bien, y
de nosotros no puiede nacer ningún pensamiento, que le sea agradable.
Hay que considerar la
vileza propia, y reconocer que con las propias fuerzas naturales no se es capaz
de obrar algún bien, por el cual se merezca entrar en el Reino de los Cielos.
Tener en cuenta la
violenta inclinación de nuestra naturaleza al pecado, la formidable multitud de
enemigos, que nos cercan por todas partes, que son, sin comparación, mas
astutos y fuertes, que nosotros, que saben transformarse en Ángeles de luz (2
Corintios, 11), y ocultamente nos tienden lazos en el camino mismo del Cielo.
Consideración de la
propia flaqueza, y consideración de la omnipotencia de Dios.
93 … aunque la
inquietud, que nace del pecado, sea acompañada de algún dolor, no obstante
siempre procede de una secreta presunción, y soberbia, fundada en la confianza,
que se tiene en las propias fuerzas.
110: Cuidar de
purificar el corazón, y adquirir el conocimiento de sí mismos, y la verdadera
mortificación
115 Buscarnos a
nosotros mismos, y no a Dios en todo. De donde nace, que cuando se nos ofrece,
y presenta la ocasión de ejercitar alguna obra, luego la abrazamos, y la
queremos, no como movidos de la voluntad de Dios, ni a fin solamente de
agradarle, sino por el gusto, y satisfacción que hallamos algunas veces en
hacer las cosas, que Dios nos manda.
…
Hasta en los deseos de unirnos a
Dios, y de poseerlo, suelen mezclarse los engaños del amor propio; porque en
desear poseer a Dios, miramos mas a nuestro interés propio, y al bien, que de
ello esperamos, que su gloria, y al cumplimiento de su voluntad, que es el
único objeto, que se deben proponer, los que lo aman, y lo buscan, y hacen
profesión de guardar su Divina Ley.
Para evitar este peligroso lazo, que es de
grande impedimento en el camino de la perfección, y acostumbrarte a no querer,
ni obrar cosa alguna, sino según la impresión, o impulso del Espíritu Santo, y
con intención pura de honrar, y agradar únicamente a Dios, que debe ser el
primer principio, y el último fin de todas nuestras acciones; observarás esta
regla.
… no te determines a
obrar, o a repeler cosa alguna, si primero no te sintieres movida, y guiada de
la pura voluntad de Dios.
121 “... cualquiera que obra por un movimiento
de la gracia, y con intención pura de agradar a Dios, no se inclina, o se
aficiona mas a un ejercicio, que a
otro; y si desea alguna cosa, no
pretende obtenerla, sino en el modo, y en el tiempo, que Dios quiere,
sujetándose siempre a los órdenes de su providencia, y quedando en cualquier suceso, o favorable, o
contrario, igualmente tranquilo, y contento; porque no quiere, ni desea, sino
solamente el cumplimiento de la Voluntad Divina.
Por esta causa, hija mía, debes
estar siempre muy recogida en ti misma, procurando dirigir todas tus acciones a
un fin tan excelente, y tan noble: y si
alguna vez (pidiéndolo así la disposición interior de tu alma) te movieres a
obrar bien por el temor de las penas del Infierno, o por la esperanza de la Gloria, podrás también en
esto proponerte por último fin el agrado, y
voluntad de Dios, que quiere, que no te pierdas, ni te condenes, sino
que entres en la posesión de la bienaventuranza de su Gloria.
134. Que te gusten (y que las quieras) las penas, y dificultades, que ocurren en el
camino de la perfección; porque cuanto fueren mayores los esfuerzos, que
hicieres, para vencer las primeras dificultades de la virtud, será mas pronta,
y segura la victoria: y si te gustaren mas las dificultades, y penas del
combate, que la victoria misma, y los frutos de la victoria que son las
virtudes, conseguirás mas breve, y seguramente, lo que pretendes.
139 Te propongas
sufrir mayores, y mas sensibles ultrajes y menosprecios.
La razón, porque no podemos
perfeccionarnos en la virtud sin los actos, que son contrarios al vicio, que
deseamos corregir.
140 ... si no te acostumbras a amar al oprobio, y
a gloriarte de las injurias, y menosprecios, no llegarás jamás a desarraigar de
tu corazón el vicio de la impaciencia, que no nace de otra causa en nosotros,
que de un temor excesivo de ser menospreciados del mundo, y de un deseo ardiente
de ser estimados: porque, en fin, mientras esta viciosa raíz se conservare viva
en tu alma, brotará siempre, y enflaqueciendo de día en día tu virtud, llegará
con el tiempo a oprimirla de manera, que te hallarás en un continuo peligro de
caer en los desórdenes pasados.
144 También te
advierto, que atiendas a mortificar, y quebrantar tus apetitos en las cosas,
que fueren lícitas, pero no necesarias; porque de esto te seguirán grandes
bienes; pues podrás vencerte mas fácilmente en los demás apetitos desordenados:
te harás mas experta, y fuerte en las tentaciones: te librarás mejor de los
engaños, y lazos del demonio; y agradarás mucho al Señor.
145 ... el verdadero espíritu …, no consiste
en los ejercicios deleitables, y que lisonjean a la naturaleza, sino en los que
le crucifican con sus pasiones, y deseos desordenados. De esta manera renovado el hombre
interiormente con los hábitos de las virtudes Evangélicas viene a unirse
íntimamente con su Criador, y su Salvador crucificado.
*** 146 ... así como
los hábitos viciosos se forman con repetidos y
frecuentes actos de la voluntad superior, cuando cede a los apetitos
sensuales; así las virtudes cristianas se adquieren con repetidos, y frecuentes
actos de la voluntad, cuando se conforma con la de Dios, que excita, y llama
continuamente al alma ya a una virtud, ya a otra.
150 Ayudadme, Señor,
ayudadme, Dios mío: no abandonéis a vuestra sierva: no permitáis, que yo me
rinda a la tentación.
152 ... en el Reino de los Cielos no se entra
sino por la puerta estrecha de las tribulaciones y dela Cruz.
Considera asimismo, que aún cuando
pudieses entrar por otra puerta, la ley sola del amor debería obligarte a
escoger siempre la de las tribulaciones, por no apartarte un punto de la
imitación del Hijo de Dios, y de todos sus escogidos, que no han entrado de la
bienaventuranza de la Gloria,
sino por medio de las espinas, y tribulaciones.
153 ... todos los
sucesos, aunque nos parezcan muy desordenados, tienen regla, y orden
perfectísimo.
*** 155 renovar el combate, principalmente
contra el amor propio
187 … cada vez que el
hombre se mortifica en alguna cosa, los Ángeles del Cielo le fabrican una bella
corona en recompensa de la victoria que ha ganado sobre sí mismo.
193 … teme siempre la
estrecha, y rigurosa cuenta, que le has de dar de todos los instantes de tu
vida.
… el suave, y paternal
castigo, que te da, si por ventura te hubiere hecho digna del tesoro
inestimable de alguna tribulación.
COMBATE
ESPIRITUAL 1791, 1
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Finalmente,
quiero descubrirte un secreto artificio de nuestro amor propio, que suele
encubrirnos, y ocultarnos nuestros defectos, aunque sean muy visibles. Por
ejemplo: Cuando un enfermo se aflige con exceso de su dolencia, disimula esta
imperfección con el celo de algún bien aparente, diciendo, que su inquietud no
es verdaderamente impaciencia, sino un justo sentimiento, de que su enfermedad
sea el castigo de sus pecados, o de que incomode, y fatigue, a los que le
asisten.
301: Guárdate, hija mía, de huir de las cosas, que
son contrarias a las inclinaciones de la naturaleza corrompida, pues por ellas
solamente se llega a las mas heroicas virtudes.
302: conviene, que estés siempre dispuesta, y
preparada a sufrir todo lo que pudiere causarte mayor pena, o disgusto: de otra
manera no llegarás jamás a adquirir la virtud de la paciencia.
De la misma suerte, si alguna
ocupación te fuere pesada, y onerosa, o por sí misma, o por la persona, que te
la ha encargado, o porque te divierte de otra ocupación, que sería más de tu
gusto, no dejes por eso de abrazarla con alegría y de continuarla con
perseverancia, aunque sientas alguna inquietud, o turbacíón en tu espíritu, de
que pudieras librarte dejándola enteramente; porque de otra manera nunca
aprenderás a padecer, ni tu quietud sería verdadera, por no proceder de ánimo
purificado de las pasiones, y adornado de las virtudes.
308:
Mas por lo que mira a las aflicciones, que nos suceden, o por culpa nuestra, o
por la malicia de nuestros enemigos, no se puede negar, que son de Dios, y que
vienen de su mano y que, aunque verdaderamente condene la causa, no obstante su
voluntad es, que los suframos con ánimo paciente, o porque son medios muy
propios para santificarnos, o por otros justos motivos, que nos son ocultos.
Estando, pues, persuadidos, y ciertos,
que para cumplir perfectamente su Divina Voluntad, debemos sufrir con gusto
todos los males, que nos causan nuestros enemigos, o que nosotros mismos nos
causamos con nuestros pecados: el decir (como por excusar, y cubrir su
impaciencia, suelen decir muchos) que Dios, siendo infinitamente justo, no
puede querer, lo que procede de un mal principio, no es otra cosa, que querer
dorar con un vano pretexto la propia falta, y rehusar la cruz, que su Divina
Majestar nos presenta, y que no podemos negar, que es voluntad suya, que la
llevemos con tolerancia.
Demás de esto, hija mía, conviente
que entiendas, y sepas, que Dios se deleita más de vernos sufrir constantemente
las persecuciones injustas de los hombres, principalmente de aquellos, que
hemos obligado con nuestros favores, y beneficios, que de vernos tolerar otros
penosos accidentes; así porque la soberbia de nuestra naturaleza se reprima
mejor con las injurias, y malos tratamientos de nuestros enemigos, que con las
penas, y mortificaciones voluntarias; como porque sufriéndolas con paciencia
(nota ajena al autor: sólo se puede combatir la soberbia con la caridad; como
decía San Bernardo: la soberbia o el amor propio desordenado sólo se puede
superar con la Ley
de Dios) hacemos verdaderamente, lo que Dios pide, y desea de nosotros, y es de
su honor, y de su gloria; pues conformamos nuestra voluntad con la suya en una
cosa, en que resplandecen igualmente su bondad, y su poder, y de un fondo tan
malo, y tan detestable, como es el pecado, cogemos excelentes frutos de virtud,
y de santidad. Sabe, pues, hija mía, que apenas nos ve el Señor resueltos, y
determinados a obrar de veras, y a emplear todos nuestros esfuerzos, para
adquirir las solidas virtudes, nos prepara el caliz de las mas fuertes
tentaciones, y de los mas ásperos trabajos; y así conociendo el amor infinito,
que nos tiene, y la ardiente, y misericordiosa solicitud, con que desea nuestro
bien espiritual, debemos recibir con alegría, y con rendimiento de gracias el
caliz, que nos ofrece, y beberlo hasta la última gota; porque la composición de
la bebida está hecha de mano de quien no puede errar, y con ingredientes tanto
mas saludables para el alma, cuanto son mas desagradables, y amargos a nuestro
paladar." (del capítulo 38. página 311 del pdf).
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