viernes, 28 de noviembre de 2014

DE COMBATE ESPIRITUAL, SCUPOLLI.



DE COMBATE ESPIRITUAL, SCUPOLLI, 1791; LIBRO DE LOS TEATINOS . Traducido al castellano por el Padre Ramón de Guninel, de la misma orden. Parte primera.
 Fortificarse contra la propia malicia y fragilidad,  para defenderse de los asaltos y  tentaciones de nuestro común enemigo.
 Enfermedades, trabajos y persecuciones,  69 que no suceden jamás sin orden o permisión de la Providencia de Dios. O ante cualquier suceso, conformar la propia voluntad con la de Dios, rindiéndose a sus adorables juicios, no menos justos que impenetrables. Amando a los perseguidores como instrumentos de la bondad divina, que cooperan a la mortificación propia, perfección y eterna salud.
72: sujetarnos a todas las criaturas por amor de Dios, en cuanto sea la Voluntad de Dios (padres o autoridades legítimas, cuando mandan algo conforme con Dios).
75 … quien con valor, y  resolución, mortifica sus pasiones, doma sus apetitos, y reprime hasta los menores movimientos de su propia voluntad; ejecuta una obra de mucho mayor mérito a los ojos de Dios, que si conservando alguna de ellas viva en su corazón, afligiese, y maltratase su cuerpo con los mas ásperos cilicios, y disciplinas, o ayunase con mas austeridad, y rigor, que los antiguos Anacoretas del desierto, o convirtiese a Dios millares de pecadores …:
 76 tú no debes  poner tu principal cuidado en querer, y ejecutar, lo que según su naturaleza es mas noble, y mas excelente, sino en obrar, lo que Dios pide, y desea particularmente de ti.
Trabajar en mortificar las propias pasiones, para lo cual hay que determinarse a una continua guerra contra uno mismo.
Desconfiar de nosotros mismos. No hay virtud, ni gracia en nosotros, que no proceda de la bondad de Dios, como de fuente y origen de todo bien, y  de nosotros no puiede nacer ningún pensamiento, que le sea agradable.
Hay que considerar la vileza propia, y reconocer que con las propias fuerzas naturales no se es capaz de obrar algún bien, por el cual se merezca entrar en el Reino de los Cielos.
Tener en cuenta la violenta inclinación de nuestra naturaleza al pecado, la formidable multitud de enemigos, que nos cercan por todas partes, que son, sin comparación, mas astutos y fuertes, que nosotros, que saben transformarse en Ángeles de luz (2 Corintios, 11), y ocultamente nos tienden lazos en el camino mismo del Cielo.
Consideración de la propia flaqueza, y consideración de la omnipotencia de Dios.
93 … aunque la inquietud, que nace del pecado, sea acompañada de algún dolor, no obstante siempre procede de una secreta presunción, y soberbia, fundada en la confianza, que se tiene en las propias fuerzas.
110: Cuidar de purificar el corazón, y adquirir el conocimiento de sí mismos, y la verdadera mortificación
115 Buscarnos a nosotros mismos, y no a Dios en todo. De donde nace, que cuando se nos ofrece, y presenta la ocasión de ejercitar alguna obra, luego la abrazamos, y la queremos, no como movidos de la voluntad de Dios, ni a fin solamente de agradarle, sino por el gusto, y satisfacción que hallamos algunas veces en hacer las cosas, que Dios nos manda.
            Hasta en los deseos de unirnos a Dios, y de poseerlo, suelen mezclarse los engaños del amor propio; porque en desear poseer a Dios, miramos mas a nuestro interés propio, y al bien, que de ello esperamos, que su gloria, y al cumplimiento de su voluntad, que es el único objeto, que se deben proponer, los que lo aman, y lo buscan, y hacen profesión de guardar su Divina Ley.
             Para evitar este peligroso lazo, que es de grande impedimento en el camino de la perfección, y acostumbrarte a no querer, ni obrar cosa alguna, sino según la impresión, o impulso del Espíritu Santo, y con intención pura de honrar, y agradar únicamente a Dios, que debe ser el primer principio, y el último fin de todas nuestras acciones; observarás esta regla.
… no te determines a obrar, o a repeler cosa alguna, si primero no te sintieres movida, y guiada de la pura voluntad de Dios.
 121 “... cualquiera que obra por un movimiento de la gracia, y con intención pura de agradar a Dios, no se inclina, o se aficiona  mas a un ejercicio, que a otro;  y si desea alguna cosa, no pretende obtenerla, sino en el modo, y en el tiempo, que Dios quiere, sujetándose siempre a los órdenes de su providencia, y  quedando en cualquier suceso, o favorable, o contrario, igualmente tranquilo, y contento; porque no quiere, ni desea, sino solamente el cumplimiento de la Voluntad Divina.
            Por esta causa, hija mía, debes estar siempre muy recogida en ti misma, procurando dirigir todas tus acciones a un fin tan excelente, y tan noble:  y si alguna vez (pidiéndolo así la disposición interior de tu alma) te movieres a obrar bien por el temor de las penas del Infierno, o por la esperanza de la Gloria, podrás también en esto proponerte por último fin el agrado, y  voluntad de Dios, que quiere, que no te pierdas, ni te condenes, sino que entres en la posesión de la bienaventuranza de su Gloria.
134.     Que te gusten (y que las quieras)  las penas, y dificultades, que ocurren en el camino de la perfección; porque cuanto fueren mayores los esfuerzos, que hicieres, para vencer las primeras dificultades de la virtud, será mas pronta, y segura la victoria: y si te gustaren mas las dificultades, y penas del combate, que la victoria misma, y los frutos de la victoria que son las virtudes, conseguirás mas breve, y seguramente, lo que pretendes.
139 Te propongas sufrir mayores, y mas sensibles ultrajes y menosprecios.
            La razón, porque no podemos perfeccionarnos en la virtud sin los actos, que son contrarios al vicio, que deseamos corregir.
140  ... si no te acostumbras a amar al oprobio, y a gloriarte de las injurias, y menosprecios, no llegarás jamás a desarraigar de tu corazón el vicio de la impaciencia, que no nace de otra causa en nosotros, que de un temor excesivo de ser menospreciados del mundo, y de un deseo ardiente de ser estimados: porque, en fin, mientras esta viciosa raíz se conservare viva en tu alma, brotará siempre, y enflaqueciendo de día en día tu virtud, llegará con el tiempo a oprimirla de manera, que te hallarás en un continuo peligro de caer en los desórdenes pasados.
144 También te advierto, que atiendas a mortificar, y quebrantar tus apetitos en las cosas, que fueren lícitas, pero no necesarias; porque de esto te seguirán grandes bienes; pues podrás vencerte mas fácilmente en los demás apetitos desordenados: te harás mas experta, y fuerte en las tentaciones: te librarás mejor de los engaños, y lazos del demonio; y agradarás mucho al Señor.
 145 ... el verdadero espíritu …, no consiste en los ejercicios deleitables, y que lisonjean a la naturaleza, sino en los que le crucifican con sus pasiones, y deseos desordenados.   De esta manera renovado el hombre interiormente con los hábitos de las virtudes Evangélicas viene a unirse íntimamente con su Criador, y su Salvador crucificado.
*** 146 ... así como los hábitos viciosos se forman con repetidos y  frecuentes actos de la voluntad superior, cuando cede a los apetitos sensuales; así las virtudes cristianas se adquieren con repetidos, y frecuentes actos de la voluntad, cuando se conforma con la de Dios, que excita, y llama continuamente al alma ya a una virtud, ya a otra.
150 Ayudadme, Señor, ayudadme, Dios mío: no abandonéis a vuestra sierva: no permitáis, que yo me rinda a la tentación.
152  ... en el Reino de los Cielos no se entra sino por la puerta estrecha de las tribulaciones y dela Cruz.
            Considera asimismo, que aún cuando pudieses entrar por otra puerta, la ley sola del amor debería obligarte a escoger siempre la de las tribulaciones, por no apartarte un punto de la imitación del Hijo de Dios, y de todos sus escogidos, que no han entrado de la bienaventuranza de la Gloria, sino por medio de las espinas, y tribulaciones.
153 ... todos los sucesos, aunque nos parezcan muy desordenados, tienen regla, y orden perfectísimo.
 *** 155 renovar el combate, principalmente contra el amor propio  

187 … cada vez que el hombre se mortifica en alguna cosa, los Ángeles del Cielo le fabrican una bella corona en recompensa de la victoria que ha ganado sobre sí mismo.
193 … teme siempre la estrecha, y rigurosa cuenta, que le has de dar de todos los instantes de tu vida.
… el suave, y paternal castigo, que te da, si por ventura te hubiere hecho digna del tesoro inestimable de alguna tribulación.

COMBATE ESPIRITUAL 1791, 1
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Finalmente, quiero descubrirte un secreto artificio de nuestro amor propio, que suele encubrirnos, y ocultarnos nuestros defectos, aunque sean muy visibles. Por ejemplo: Cuando un enfermo se aflige con exceso de su dolencia, disimula esta imperfección con el celo de algún bien aparente, diciendo, que su inquietud no es verdaderamente impaciencia, sino un justo sentimiento, de que su enfermedad sea el castigo de sus pecados, o de que incomode, y fatigue, a los que le asisten.
301:  Guárdate, hija mía, de huir de las cosas, que son contrarias a las inclinaciones de la naturaleza corrompida, pues por ellas solamente se llega a las mas heroicas virtudes.
302:  conviene, que estés siempre dispuesta, y preparada a sufrir todo lo que pudiere causarte mayor pena, o disgusto: de otra manera no llegarás jamás a adquirir la virtud de la paciencia.
            De la misma suerte, si alguna ocupación te fuere pesada, y onerosa, o por sí misma, o por la persona, que te la ha encargado, o porque te divierte de otra ocupación, que sería más de tu gusto, no dejes por eso de abrazarla con alegría y de continuarla con perseverancia, aunque sientas alguna inquietud, o turbacíón en tu espíritu, de que pudieras librarte dejándola enteramente; porque de otra manera nunca aprenderás a padecer, ni tu quietud sería verdadera, por no proceder de ánimo purificado de las pasiones, y adornado de las virtudes.
308: Mas por lo que mira a las aflicciones, que nos suceden, o por culpa nuestra, o por la malicia de nuestros enemigos, no se puede negar, que son de Dios, y que vienen de su mano y que, aunque verdaderamente condene la causa, no obstante su voluntad es, que los suframos con ánimo paciente, o porque son medios muy propios para santificarnos, o por otros justos motivos, que nos son ocultos.
            Estando, pues, persuadidos, y ciertos, que para cumplir perfectamente su Divina Voluntad, debemos sufrir con gusto todos los males, que nos causan nuestros enemigos, o que nosotros mismos nos causamos con nuestros pecados: el decir (como por excusar, y cubrir su impaciencia, suelen decir muchos) que Dios, siendo infinitamente justo, no puede querer, lo que procede de un mal principio, no es otra cosa, que querer dorar con un vano pretexto la propia falta, y rehusar la cruz, que su Divina Majestar nos presenta, y que no podemos negar, que es voluntad suya, que la llevemos con tolerancia.
            Demás de esto, hija mía, conviente que entiendas, y sepas, que Dios se deleita más de vernos sufrir constantemente las persecuciones injustas de los hombres, principalmente de aquellos, que hemos obligado con nuestros favores, y beneficios, que de vernos tolerar otros penosos accidentes; así porque la soberbia de nuestra naturaleza se reprima mejor con las injurias, y malos tratamientos de nuestros enemigos, que con las penas, y mortificaciones voluntarias; como porque sufriéndolas con paciencia (nota ajena al autor: sólo se puede combatir la soberbia con la caridad; como decía San Bernardo: la soberbia o el amor propio desordenado sólo se puede superar con la Ley de Dios) hacemos verdaderamente, lo que Dios pide, y desea de nosotros, y es de su honor, y de su gloria; pues conformamos nuestra voluntad con la suya en una cosa, en que resplandecen igualmente su bondad, y su poder, y de un fondo tan malo, y tan detestable, como es el pecado, cogemos excelentes frutos de virtud, y de santidad. Sabe, pues, hija mía, que apenas nos ve el Señor resueltos, y determinados a obrar de veras, y a emplear todos nuestros esfuerzos, para adquirir las solidas virtudes, nos prepara el caliz de las mas fuertes tentaciones, y de los mas ásperos trabajos; y así conociendo el amor infinito, que nos tiene, y la ardiente, y misericordiosa solicitud, con que desea nuestro bien espiritual, debemos recibir con alegría, y con rendimiento de gracias el caliz, que nos ofrece, y beberlo hasta la última gota; porque la composición de la bebida está hecha de mano de quien no puede errar, y con ingredientes tanto mas saludables para el alma, cuanto son mas desagradables, y amargos a nuestro paladar." (del capítulo 38. página 311 del pdf).

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