miércoles, 3 de diciembre de 2014

CONOCIMIENTO DE JESUCRISTO CONSIDERADO.


TOMO 1
Página 110, lo que degrada el pecado.
169 "... yo sé que mientras permanezca en este mundo, me hará éste continua guerra para quitarme la vida del alma."
"Dadme los gemidos de la tórtola para que me aparte del mundo, enemigo vuestro y mío. Últimamente, haced que os sirva en la penitencia, en el ejercicio de la caridad, y en la contemplación de las cosas invisibles y eternas. Amén."
171 "Jesucristo en su vida oculta nos enseña. Primero: Que habiendo venido a ser el Doctor y Maestro de los hombres, y para remediar sus desórdenes, debía darles el ejemplo para curarlos de ciertas enfermedades principales, como son, el orgullo, el amor a la gloria y a la estimación, el deseo de mandar, la impaciencia, y la precipitación en querer parecer y manifestarse."
178 "... no debemos vivir sino según el espíritu de Dios, ..."
"..., para que la doctrina que Él debía anunciar fuese recibida con más sumisión y respeto. También nos manifiesta este prodigio, que por nuestro bautismo venimos a ser nosotros hijos adoptivos de Dios, no haciendo sino un solo Hijo de Dios con Jesucristo."
191. "...; y cuando después de haber domado así su cuerpo por la mortificación, y probado por la tentación, se puede parecer en público, y predicar el Evangelio de la gloria de Jesucristo, que no nos anuncia sino desprecio, cruz, mortificación, y una muerte continua a nosotros mismos."
195 "Esta divina palabra es la que me enseña también que todos los placeres del cuerpo nada tienen de solidez: que vivir según la carne, es estar muerto a los ojos de Dios: que toda la grandeza y gloria que viene de los hombres no es mas que un poco de humo que desaparece en un momento: que todas las riquezas de la tierra no pueden llenar ni satisfacer el corazón del hombre, y que no podremos desear hacernos ricos sin caer en los lazos del demonio."
231 "Por el sacrificio de este cordero, nuestras almas teñidas con su sangre, se preservan de la muerte eterna, y se libran de la servidumbre del demonio, como los Judíos de la de Faraón. El día de la muerte de Jesucristo es el día del grande jubileo de los Cristianos figurado por el de los Judíos, en el que los esclavos obtenían su libertad, y cada uno entraba en sus antiguos derechos, y en los bienes que poseía antes."
"El fruto grande que debemos sacar nosotros de la muerte de Jesucristo es: 1º La salud eterna. ¡Mas há, qué pocos recibirán este grande provecho! Porque como nos enseña la Iglesia en el Concilio de Trento, aunque Jesucristo haya muerto por todos, no reciben todos el fruto de su muerte (Concilio Tridentino, sesión 6ª, capítulo 3). 2º.  La muerte de Jesucristo nos debe hacer conocer la malicia y gravedad del pecado, y que le miremos con horror; pues el el pecado quien hizo morir a Jesucristo, y fue necesario la muerte de este Hombre Dios para expiarlo, y alcanzar el perdón. 3.º Debemos aborrecer el mundo y sus máximas; pues Jesucristo lo ha condenado sobre la cruz, y se entregó Él mismo a la muerte (Gál, 1, 4), como dice el Apóstol, para sacarnos de la corrupción de este siglo. 4.º No debemos viivr en adelante para nosotros mismos, sino para Jesucristo, que ha muerto, como dice S. Pablo (2 Corintios 5, 15), para que aquellos que viven, no vivan mas para ellos mismos, sino para aquel que ha muerto por ellos. Él ha adquirido un soberano dominio sobre nuestra alma, sobre nuestro cuerpo, y sobre nuestras acciones por el precio infinito de su sangre, que nos dio para que seamos únicamente de Él, y no vivamos sino para Él.
5.º No debemos dejar en adelante que nos domine la concupiscencia, pues que nuestro viejo hombre ha sido crucificado con Jesucristo, a fin que el cuerpo del pecado se destruya, y que en adelante no seamos siervos del pecado (Romanos 6, 6): es decir, de la concupiscencia que está en nosotros. 6.º Debemos estar crucificados con Jesucristo en nuestra carne mortal, y anunciando la muerte del Señor hasta que Él venga. Este es fruto que Él quiere que saquemos; pues decía antes de morir, que cuando fuese elevado de la tierra, atraería a sí todas las cosas (Juan 12). En fin, debemos mirar a Jesucristo crucificado como nuestra verdadera sabiduría, y como la virtud y poder de Dios; pues la palabra de la cruz es una locura para aquellos que se pierden: mas para los que se salvan es la virtud de Dios (1 Corintios 1, 18 y 23). Estos son los grandes y admirables efectos que debe producir en nosotros Jesucristo crucificado. No nos engañemos. Nosotros no somos de Él, si no estamos crucificados y muertos con Él; pues todos aquellos que son de Jesucristo, han de crucificar su carne con sus pasiones y desarreglados deseos (Gálatas 5, 24).
236 Conozco y siento en mí una grande oposición a las humillaciones y a la cruz. Mi amor propio, mi orgullo y toda mi naturaleza resisten y se sublevan a las solas apariencias de humillación y de sufrimientos. Imprimid, pues, Señor, en mi alma el amor a los desprecios, a las injurias, y a todo lo que pueda humillarme. Haced que mire como un honor y una gloria el ser tratado como Vos lo fuisteis, y seros en alguna cosa semejante: que me miren como un gusanillo de la tierra. que me lleven entre los pies, o me desprecien: que me vea oprimido de males y de penas; y que en todo me pospongan a los demás: debo adoraros y callar. ¿Pero abusaré yo siempre de vuestra bondad, y del exceso de vuestro amor? ¿Haré inútiles todos los trabajos y las penas que habéis padecido por mí? ¡Ha, Señor! no lo permitáis; y pues que me mostrais vuestras llagas como otras tantas fuentes y manantiales de salud, haced por vuestra grande misericordia que comience sinceramente a aprovecharme de todos estos bienes, y que trabaje en morir a mí mismo, y a todo lo del mundo: que jamás me gloríe sino en vuestra cruz, que no conozca en adelante sino a Jesucristo crucificado; y que sea Él toda mi sabiduría y toda mi fortaleza, mi consuelo en las penas, mi esperanza en los abatimientos, mi paz en las turbaciones, mi riqueza en la pobreza, mi socorro y mi recurso en todas las necesidades, mi gozo en la tristeza, mi salud y mi gloria en el cielo. Amén.
239 ¿Qué frutos debemos sacar del misterio de la sepultura de Jesucristo? El Apóstol nos lo enseña cuando dice, que hemos sido sepultados con Jesucristo en nuestro bautismo (Colosenses 2, 12) En estas palabras hace alusión al modo con que en otro tiempo se administraba el bautismo, sumergiendo enteramente en el agua al que se bautizaba, para manifestarnos: 1.º La sepultura y la resurrección de Jesucristo. 2.º Para significarnos que en el bautismo se sumergen y se ahogan todos nuestros pecados: que el viejo hombre queda sepultado en este sacramento; y que quien le recibe viene a ser una nueva criatura. 3.º Se nos enseña también, que un cristiano debe ser sobre la tierra como un muerto, y como una persona sepultada y oculta al mundo: que debe conservarse en la pureza y en la santidad de la vida que ha recibido en este sacramento, y evitar la corrupción del siglo, a la que es tan difícil y tan raro el resistir. 4.º Que si Dios lo llama a vivir en la soledad, debe estar allí como Jesucristo en su sepulcro, sin probar la corrupción. Debe estar como embalsamado de la unción del Espíritu Santo, y del buen olor de Jesucristo, que deben conservar su cuerpo y su alma sanos e incorruptibles al pecado. Debe estar en su soledad como en una roca, esto es, debe estar firme y constante en su vocación. Esta roca es también la figura de Jesucristo, a quien compara el Apóstol a una piedra, en la que un verdadero solitario debe abrir su sepulcro, ocultándose en los agujeros de la piedra: es decir, en las llagas de Jesucristo. Es necesario que ponga guardias alrededor de su sepulcro; esto es, debe velar incesantemente sobre sí mismo para que las criaturas no entren en su soledad, y la interrumpan su silencio y su atención a Dios. Su sepulcro debe estar sellado con el sello del Espíritu Santo para el día de la redención; y en este estado debe esperar en paz el tiempo en el que Dios quiera sacarlo de su retiro para entrarle en su gloria.
249-
                "Porque si Jesucristo no ha resucitado, nuestra fe será vana e inútil, pues habríamos sido engañados. Pero si Jesucristo ha resucitado, luego Él es Dios: luego merece ser creído: luego es verdad todo lo que nos ha dicho: luego su Religión es divina, su moral segura e incontestable: luego nosotros resucitaremos: luego hay otra vida. 2.º Este misterio debe ser el modelo de nuestra resurrección espiritual, es decir, de la muerte del pecado a la vida de la gracia. Jesucristo, dice el Apóstol, ha muerto una vez por el pecado, y no ha de volver a morir: ahora vive, y tiene vida digna de Dios. De este modo, pues, dice el Apóstol, debemos mirarnos nosotros como muertos al pecado, como enteramente separados de él, para que no viva más en nosotros (Romanos 6, 9 y 19). Es necesario que entremos en una vida nueva; y no solamente entremos, sino es que caminemos por ella, no viviendo sino en Dios, ni teniendo más gusto en las cosas de la tierra, sino por las del cielo. 3.º  El misterio de Jesucristo resucitado debe animar nuestra esperanza; pues nos asegura el Apóstol, que si ha resucitado Jesucristo, nosotros también resucitaremos: que nuestros cuerpos viles y despreciables se harán conformes a su cuerpo glorioso: que serán revestidos de incorrupción, de inmortalidad, y de una gloria que no acabará jamás, supuesto que hayamos imitado la santidad de la vida de Jesucristo; porque los réprobos resucitarán también, pero para ser atormentados en sus cuerpos.

252
"... que no pretenda más aparecer en el mundo para satisfacer mis vanidades y mi ambición: que todos mis deseos se dirijan a ocultarme y a sepultarme como un muerto que se arroja para huir su corrupción, y porque se hizo ya inútil para todo: que en esta separación olvide todo lo que es del mundo, y que quiera y ame ser olvidado.
262 ¿Qué hicieron los Apóstoles después que recibieron al Espíritu Santo? Su más grande y principal cuidado fue predicar el Evangelio a los judíos, a los samaritanos, y después a los gentiles: y de hacerles conocer a Jesucristo, y todos los misterios qeu obró este Señor para la reconciliación de los hombres con Dios; de suerte, que el Espíritu Santo fue dado principalmente a los Apóstoles para que diesen testimonio de Jesucristo, y que enseñasen a todos los hombres, que era en este Hombre Dios crucificado en quien debían creer para salvarse: que era necesario abrazar su doctrina, y conformar con ella su vida, si querían aspirar a la felicidad eterna que Dios prometía por su Hijo Jesucristo. Esto fue lo que predicaron los Apóstoles con valentía, y sin temer los malos tratamientos; ni la muerte más vergonzosa. Pusieron toda su gloria en padecer, para dar testimonio a Jesucristo que nunca lo habían conocido tan bien como cuando hubieron recibido los dones del Espíritu Santo.
¿Qué efecto produce el Espíritu Santo en las almas que lo reciben? El Espíritu Santo causa en los que le reciben grandes y admirables efectos. 1.º Uno de los más considerables es hacerles conocer a Jesucristo, de unirlos a Él, aplicarles las gracias de sus misterios, hacerles amar su doctrina, y darles la fuerza y la gracia de practicarla, y de no avergonzarse jamás de Jesucristo, ni de su Evangelio. 2.º Imprime y graba la ley de Dios en sus corazones, y les da su amor según esta promesa de Dios. "Yo os daré un corazón nuevo, os quitaré el corazón de piedra, dándoos un corazón de carne. Pondré mi Espíritu en medio de vosotros y haré que andéis en el camino de mis preceptos, que guardéis mis leyes, y que conforméis con ella vuestra vida (Ezequiel 36, 26)." 3.º Este Espíritu de adopción los hace hijos de Dios, los separa de los placeres de los sentidos, y les hace llevar una vida espiritual opuesta a la de la carne, y a la del mundo. 4.º Cuando se recibe este divino Espíritu, y habita en nosotros, es el alma de nuestra alma, la anima, la adelanta, la hace obrar, e imprime en ella los sentimientos y disposiciones de Jesucristo nuestra cabeza; porque es su Espíritu el que se comunica a todos sus miembros. 5.º Comunicándose este divino Espíritu, que es la caridad misma, a nuestras almas, y habitando en ellas, nos une a Dios y al próximo; de suerte, que todos los cristianos juntos no tienen sino un corazón y un alma, y no forman sino un solo hombre, compuesto de diversos miembros, todos animados de un mismo espíritu, y que tienen por cabeza a Jesucristo. 6.º En fin, el Espíritu Santo es un fuego abrasador, una fuente de agua viva, que se eleva hasta la vida eterna, que desprende al alma de todas las cosas del mundo, y la hace suspirar y gemir sobre la tierra, esperando el efecto de la adopción divina, que es la redención de nuestros cuerpos.
305
Ninguno puede vestirse del hombre nuevo sin despojarse del viejo: no se puede llevar la imagen del hombre celestial sin haber borrado antes las señales de la imagen del hombre terrestre. Es necesario que borremos las ideas criminales de nuestro espíritu, las disposiciones e inclinaciones corrompidas de nuestro corazón, y coloquemos en su lugar los sentimientos y disposiciones de Jesucristo.
¿No hay alguna comparación que nos haga comprender cómo podemos grabar en nosotros la imagen del hombre celestial?
Los santos nos dicen que debemos hacer al modo que los pintores cuando quieren retratar a una persona. Ellos tienen siempre el objeto presente a sus ojos y a su espítitu para formar sobre el lienzo las mismas facciones que ven en el original, o también, como hace un escultor cuando quiere formar una estatua o de una piedra, o de una pieza de madera, divide y corta hasta llegar a aquel punto de semejanza con el original que quiere representar. Así, pues, debemos hacer nosotros. Jamás debemos perder de vista a Jesucristo, sino tenerlo siempre presente a nuestro espíritu, y hacer de suerte que todos nuestros deseos, todos nuestros discursos, y todas nuestras acciones sean como otras tantas facciones que representen las de Jesucristo, o también debemos separar y cortar todo lo que haya defectuoso en nosotros hasta que lleguemos al punto de que nada hallemos que no represente la vida y disposiciones de Jesucristo. ¡ Ah, y que lejos nos hallamos aún de llevar la imagen del hombre celestial! ¡Cuántas cosas que cortar en nuestro exterior y en nuestro interior! ¡Cuántas virtudes que adquirir para que seamos conformes a Jesucristo!
                Pero, digámoslo para nuestra confusión, la mayor parte de los Cristianos no llevan sino el carácter y la imagen de la bestia. Esta bestia es el demonio. La imagen y el carácter de la bestia son el ateísmo, la impiedad, la heregía, la impureza, la blasfemia, la inmodestia, y todos los delitos que escandalizan al público. Se llevan sobre la frente, cuando no se averguenzan del delito: cuando se glorían, y hacen una profesión pública del pecado, y de una vida toda mundana. Se llevan en las manos, cuando se practican las obras a las que se renunció en el bautismo. En efecto, ¿qué imagen representa la vida de la mayor parte de los Cristianos? Pongamos en una mano la imagen de Jesús crucificado, y en la otra la de Babilonia, de aquella  mujer que nos pinta San Juan (Apocalipsis 17) vestida de púrpura y de escarlata, adornada de oro, de piedras preciosas y de perlas, teniendo en su mano un vaso de oro lleno de las abominaciones de sus impurezas, y este nombre escrito sobre su frente: Misterio, la grande Babilonia. Llevemos estas dos imágenes a aquellas juntas o tertulias donde reinan el juego, el fausto, la maldición, las palabras libres, la vanidad y la impureza. ¿A quién se asemejan estas personas? ¿Es a Jesucristo pobre, humillado, y padeciendo, o a este espíritu impuro, vano, soberbio y ambicioso? Vos lo veis mi Dios, Vos lo sufrís, y Vos lo juzgaréis.
340 No debo yo temer a las criaturas, sino a Vos solo; porque ellas no podrían dañarme ni hacerme mal alguno, si Vos no lo mandáseis.
341 Se sirve del pan y del vino para convertirlos en Su Cuerpo y Sangre, para nutrir nuestras almas de Su propia sustancia, y hacerle vivir de Sí mismo.
352
Es cierto que si obramos por la concupiscencia, sirviéndonos de ella como de principio para nuestras acciones, usaremos siempre mal de todas las cosas; porque sólo la caridad es el principio que nos hará obrar bien, y sin ella abusaremos de todo. Es necesario, pues, usar de las criaturas: 1.º Sin demasiada adhesión, y como no usando de ellas, según la intención de Jesucristo, y Su Voluntad; y nunca por satisfacer nuestos deseos, y contentar nuestras pasiones; porque muy lejos de mirarnos como los dueños de los bienes que poseemos, debemos considerarnos como solos depositarios y dispensadores: depositarios para darlos al Señor cuando nos los pida; y dispensadores para servirnos de ellos según la intención y reglas que nos ha dejado Jesucristo. 2.º Debemos usar de las criaturas con mucha moderación y sobriedad: por esto el Hijo de Dios hecho hombre nos enseña a vivir en este mundo con templanza, separando en nosotros todo lo superfluo, y reduciéndonos a lo necesario en nuestro estado. Es cierto que si quisiésemos vivir como Cristianos, y según las máximas del Evangelio, veríamos que nos podíamos privar de muchas cosas que la concupiscencia o el mal ejemplo del mundo nos hace mirar como necesarias. El Espíritu Santo en las divinas Escrituras nos dice lo que principalmente necesita el hombre para su conservación, a saber: El agua, el fuego, el aire, la sal, el pan, la miel, los racimos de uva, el aceite y el vestido (Eclesiástico 39, 31). 

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