(noviembre). P. Juan Croisset. Edición
en castellano 1818.
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Considera
que entre todas las señales de reprobación, ninguna es más cierta que la de la
falsa conciencia, pues desvía del camino del cielo, sin que se advierta que uno
va descaminado. ¡Ah, y cuántos hay en el mundo que se hallan en tanta desdicha!
¡cuántos religiosos imperfectos y tibios viven en tan infeliz estado! Como se
guarden el día de hoy ciertas apariencias de virtud, un cierto exterior de
religión, unos ciertos modales de honestidad y de compostura, cada cual se
forja su sistema de conciencia, y a la sombra de él vive tranquilo en punto a
su salvación. ¿Pero ignoramos por ventura que también los herejes se forman su
sistema,y que en ciertas ceremonias de religión son más observantes que
nosotros? Sin embargo, creemos que se pierden con todo su aparato de
honestidad, con todas sus imaginarias prendas de hombres arreglados, y tenemos
mucha razón para creerlo. ¿Pues en qué revelación, en qué nuevo evangelio
fundamos nosotros la seguridad que pretendemos tener de nuestra salvación? Se
dirá acaso que nosotros tenemos la dicha de profesar la religión verdadera, y
ellos no; pero si no tenemos el gusto de engañarnos, ¿cuál será peor en materia
de salvación; o no creer casi nada de lo que se hace, o no hacer casi nada de
lo que se cree? A favor de un falso sistema de conciencia se vive
tranquilamente cometiendo mil groseras imperfecciones, y continuando en mil
desórdenes habituales: estado tanto más digno de temerse, cuanto los
remordimientos se tienen por escrúpulos o por tentaciones, y los consejos
saludables por errores, contra los cuales se está siempre alerta para
despreciarlos. El mal es peligroso, y el enfermo que no conoce su mal aborrece
los remedios, y ni siquiera piensa que los haya menester. ¿Qué esperanza de
cura puede haber cuando está tan achacoso el entendimiento como el corazón? No
hay cosa más perniciosa para la salvación como las ilusiones en punto de moral
y de doctrina. Léase lo que se leyere, oígase lo que se oyere, y hable Dios al
fondo del corazón lo que hablare por su gracia; todo lo interpreta a favor del
error la falsa conciencia. ¡Cuántas personas viven en pecado sin el menor
remordimiento! ¡cuántas pasan la vida en desgracia de Dios sin miedo de sus
juicios! Todo es efecto de la falsa conciencia ¿Cuántos hombres, enemigos de la
verdad, rebeldes a la Iglesia,
viven obstinados en sus errores, teniendo mucha lástima de los católicos? Todos
son frutos que la falsa conciencia produce en el alma a quien ciega la ilusión,
en quien domina el orgullo, a quien tiraniza la pasión porque la llegó a
engañar el demonio.
No permitáis, Señor, que a mí me suceda esta desdicha.
Castigad mis pecados de otra manera:
cualquier otro castigo me será provechoso, y aumentad en mí el horror que tengo
a esta ceguedad.
JACULATORIAS
Bienaventurados son, Señor, los que se aplican a conocer
Vuestra Ley, y solo aspiran a agradaros de todo su corazón (Salmo 118)
No, divino Maestro mío, no caeré en ningún error mientras
atienda sinceramente a guardar tus mandamientos (Salmo 118).
PROPÓSITOS
La conciencia, dice santo Tomás, es aquella aplicación de
la ley de Dios que cada uno se hace a sí mismo. Ahora, pues, cada uno se aplica
esta ley según sus fines, según sus alcances, según su modo de concebir, y lo
que suele ser más común, según la inclinación, los secretos afectos, y la
actual disposición de su corazón. Esto es lo que hace la falsa conciencia. De
aquí nace aquella seguridad, aquella orgullosa fiereza con que el hereje
defiende obstinadamente sus errores; de aquí aquella furiosa dureza de juicio,
aquella obstinación en el cisma de las gentes de partido; de aquí, en fin,
aquella funesta seguridad con que viven y mueren tantos seglares, tantos
religiosos y eclesiásticos tibios, indevotos, muy inmortificados, poco
observantes; tantas gentes engañadas por el amor propio, y tiranizadas por las
pasiones. Evita esta desgracia; …; sobre todo, mira con un santo horror todo lo
que suene a partido, a capricho, a novedad. Sé humilde, sé mortificado, sé
caritativo y devoto. Todo lo que vulnera la caridad; todo lo que nace de la
envidia, de los celos, todo lo que denigra la fama ajena, todo es enemigo de
Jesucristo, y solo puede ser autorizado por los errores de la falsa conciencia.
No tengas otra regla para tu gobierno que la Ley de Dios, las máximas del Evangelio y el
ejemplo de los Santos. Nunca conservarás la pureza de la fe sino en el perfecto
rendimiento a las decisiones de la Iglesia. Siempre es falsa conciencia la que nos
desvía de este camino tan derecho como seguro.
Trabaja en
tu salvación, dice el Apóstol, con temor y temblor. Este dulce y saludable
temor mira principalmente a la falsa conciencia. Es fácil engañarse en ella, y
uno de los medios más eficaces para evitar estos lazos es la frecuencia de los
Sacramentos, juntamente con la tierna devoción a la santísima Virgen. Todo
aquello que te desvía de estos auxilios, tenlo por pernicioso. Lee todos los
días en algún libro espiritual; pero cuidado con la elección. Muchos libros,
bajo un título piadoso, encierran un pestífero veneno; huye cuidadosamente de
ellos. Las vidas de los santos siempre son instructivas y gustosas; léelas, y
haz que todos los días se lean delante de la familia. Ninguna cosa has de temer
tanto como los errores de una falsa conciencia.
“Todas las herejías conspiraron contra la doctrina de Jesucristo. Aún
aquellas mismas que en la apariencia gritaron mas, y continuamente están
gritando contra la relajación, en el fondo, en la sustancia solo intentan
favorecer la concupiscencia y dejar a sus anchuras al amor propio. ¿Qué de
quejas, a cual mas frívolas, no ha dado siempre el mundo contra esta imaginaria
severidad de Jesucristo? ¿qué argumentos, a cual mas falsos, a cual mas
inútiles para eludir la universalidad de la ley?
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¡Ah! que todo el mundo busca su interés: el gran móvil de
las acciones humanas es el amor propio. ... Cada uno se busca a sí propio en
casi todo.
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Es menester seguir al Señor en todo y por
todo; pero mientras tanto solo se escucha la voz de la carne y de la sangre. Es
indispensable ... mortificar los sentidos, llevar su cruz.
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Sincero
desapego de todos los bienes criados, desprendimiento de la carne y sangre,
victoria de las pasiones, odio santo de sí mismo: éste es el único camino que
guía a la salvación ¿ Síguesle tú? pues está cierto que cualquiera otro sendero
te desvía de ella. Hay un camino, que al hombre le parece derecho (dice el
Sabio), y su paradero es la muerte.
¿Buscas acaso confesores anchos y contemplativos? ¿Buscas por ventura
moral y opiniones laxas? ... ¡qué insigne locura, buscar de propósito una guía
para descaminarse! Examina los verdaderos motivos que tienes para proceder de
esta manera: mira que el negocio es de suma importancia, y se arriesga mucho en
exponerle a contingencias.
Dices
que buscas a Dios; pero reflexiona bien si buscas a Dios verdaderamente en ese
empleo, en ese estudio, en ese negocio, en esas diversiones: si buscas
puramente a Dios en las funciones de tu oficio, en los ejercicios de los de tu
celo, en los de tu sagrado ministerio. ¿No buscarás acaso tus propios
intereses? ¿no te buscarás a ti mismo? Estás consagrado a Dios en el estado eclesiástico
o en el religioso; pero dime, ¿no sirves todavía al mundo? ¿no estás todavía
muy apegado a tus parientes? Acuérdate de que en vano te lisonjeas de ser
discípulo suyo, si todavía tienes apego a la carne y sangre. No se te pase el
día sin solicitar una pronta y sincera reforma en todos estos puntos.
505
El
espíritu del mundo es señal de reprobación.
PUNTO
PRIMERO.- Considera que nada hay más opuesto al espíritu de Jesucristo que el
espíritu del mundo, pues se opone a todas las leyes y a todos los ejemplos del
Evangelio. Él es el tirano de los siervos de Dios que estableció su trono en
Babilonia. Las leyes del espíritu del mundo son las pasiones, o a lo menos a
ellas solo se consulta para publicarlas. En esto se fundan, hablando con
propiedad, las leyes del mundo; esto las inspira, esto las dicta, y esto es el
gran motivo de su puntual observancia.
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