Será
bueno que depuremos nuestro amor y paras ello nos esforcemos en buscar el bien
de verdad de las personas humanas, lo cual no tiene nada que ver con buscar
meramente su complacencia o alimentar sus intereses superficiales; si buscamos
el bien de verdad de alguien, por esta vía enseguida se verá la necesidad de
sobreponerse a los particulares intereses superficiales implicados en ese
asunto. Así, por ejemplo, quien se dedica a complacer, no se ve obligado a
sobreponerse a su deseo desordenado de quedar bien, de quedarse
superficialmente complacido al ver la alegría superficial del otro, etc. El que
se dedica a complacer, como último objetivo de su acción, hace daño a la otra
persona, ya que no fomenta lo que le viene bien de verdad, sino que fomenta sus
intereses superficiales; y actuar así meramente por complacer no le obliga a
depurar su acción de los intereses superficiales propios que pueden dificultar
cualquier recta acción. En cambio, si tiene como objetivo el hacer el bien de verdad
a otra persona, antes que complacer sus intereses superficiales, pues esto ya
le empieza a costar, y, si lo hace bien, enseguida ve la necesidad de
sobreponerse a los intereses superficiales propios ya que no está dedicándose a
complacer, sino a hacer el bien; ya no está dedicándose a hacer o dar lo que a
la otra persona le apetece o cree que le interesa superficialmente, sino que
está haciendo lo que realmente cree que le viene bien, que nunca será el
dejarse llevar por intereses superficiales. Si consideramos que es muy bueno el
poner de nuestra parte para vivir el amor de verdad, eso también lo
procuraremos a otras personas humanas; no siendo nada bueno el brindar
aparentes cuidados a las personas, que les hagan mal, al fomentarles el
egoísmo.
Si una persona busca el bien de verdad de otra,
colaborará en ayudarla a que haga el bien; y con esto se hará bien y hará el
bien. Por el contrario, el que se dedica meramente a complacer, se está dejando
llevar por intereses superficiales, propios y ajenos, con lo cual se hará mal a
sí mismo, y hará mal; fomentará la esclavitud de los intereses superficiales,
tanto propia como de otras personas.
No es
inhabitual el no ver todos esos intereses superficiales que podrían influir a
la hora de pretender hacer un bien a otra persona. Y si no se ven es más
difícil sobreponerse y negarse a ellos, sino que si no se ven, la persona
fácilmente se estará dejando llevar por ellos, quizá sin darse cuenta o sin
querer darse cuenta. Y así no sería inusual que la persona que dice que ha
actuado por buena intención, si bien sin depurar sus intereses superficiales,
llegado un momento reclama a la otra persona lo que cree que ésta le debe,
generalmente cuando surgen determinadas consecuencias de dejarse llevar por los
intereses superficiales, que es lo que se ha fomentado, que no coinciden con
los propios intereses superficiales. Por ejemplo alguien puede malsanamente
fomentar que alguien se deje llevar por sus intereses superficiales, por
ejemplo de pasarlo bien, o de intereses materiales, cuando todo esto coincide
con los propios intereses, y luego se quejará cuando todos estos intereses ya
fomentados se desvían hacia lo que ya no coincide con los intereses
superficiales del que los ha fomentado. Los intereses superficiales ya se sabe
que son cambiantes, y que esclavizan, y que como no se controlen, lo que hacen
es tender a tiranizar o dominar a la persona. Y, por supuesto, el guiarse por
intereses superficiales, no hace el bien a la persona, ni por esta vía la
persona irá creciendo en su potencial de persona, sino al contrario. Si alguen
ha fomentado los intereses superficiales de otra persona, cuando ve
consecuencias de esto que le contrarían, no solucionará nada si se queda en la
superficie de las cosas, viendo nuevamente sus intereses superficiales en este
caso defraudados, sino que tendrá que reconocer el origen de todo esto,
incluyendo su propia actuación interesada o egoísta. Al reconocer la propia
actuación interesada, si uno se decide a amar de verdad, a hacer el bien de verdad,
no desaparecen necesariamente las consecuencias de las pasadas actuaciones
interesadas, pero está claro que siempre puede uno poner de su parte para amar
de verdad, mientras hay vida, y, esto siempre hace bien, y mejora
auténticamente una situación, si bien no necesariamente se revierten las
consecuencias de lo ya ocurrido, aunque sí sería posible la reparación de al
menos algo, evitando males mayores, y haciendo el bien desde ese momento.
Por ejemplo si en un matrimonio en vez de vivir el
amor de verdad, las personas se han dedicado a fomentar sus intereses
superficiales de pasarlo bien o hacer meramente lo que creían que les convenía
superficialmente, ante las indudables consecuencias de esto de una u otra
forma, no deberán seguir viéndolo según sus intereses superficiales, sino que
deberán reparar la falta de amor de verdad que ha tenido estas
consecuencias.
Cuesta un esfuerzo el defraudar o no complacer intereses superficiales propios o ajenos,
pero se puede ir haciendo si uno se decide a amar de verdad, a buscar el bien
de verdad, y no la mera complacencia interesada.
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