Sermones y
conferencias, página 334
En este hermoso día de Navidad el
sacerdote ofrece tres veces la adorable víctima sobre el Altar del Señor, para
honrar los tres nacimientos del Dios hecho hombre. No hay obligación de asistir
mas que a una de estas tres misas, pero asistamos a todas tres, si nos es
posible: asistamos a la primera, para honrar el nacimiento temporal de Jesús,
cuya fiesta celebra la Iglesia
en este día; a la segunda, para honrar el nacimiento de Jesús en el corazón de
los justos, nacimiento que se efectúa por medio de la Gracia; y a la tercera, para honrar su nacimiento
eterno en el seno de su Padre. Este divino Salvador viene, no solo a
redimirnos, sino a servirnos de modelo.
Recordemos en este día la gratitud infinita que debemos manifestar
continuamente a nuestro amable Redentor, y
de que debemos darle pruebas, amándole, obedeciendo su voz, y caminando
por los senderos de la virtud, cuyo precepto y cuyo ejemplo nos ha dado Él
mismo.
El día de Navidad, aun cuando sea
viernes, no hay obligación de comer de pescado; pero la vigilia de esta gran
festividad es de abstinencia y de ayuno de precepto.
337 La misa es el
sacrificio de la nueva ley, en el que Jesucristo se ofrece a Dios bajo las
especies de pan y vino, por el ministerio de los sacerdotes, para perpetuar el
sacrificio de la cruz y aplicarnos sus méritos.
No hay cosa mas sagrada, mas
venerable ni mas digna de la majestad y de la grandeza de Dios, que el santo
sacrificio de la misa, ya se le considere en su esencia, o ya se le mire bajo
el punto de vista de los efectos que produce.
Aquel a quien se ofrece es un Dios,
aquel que se ofrece es también un Dios, y el que lo ofrece es igualmente un
Dios.
Se me sacrifica en todo lugar, y se
ofrece a mi nombre una oblación pura, dice el Señor. En efecto, desde un
extremo del mundo al otro, en todos los lugares y en todos los días, el
adorable sacrificio del cuerpo y sangre de Jesús se ofrece a Dios, y solo a
Dios, …
La víctima que se ofrece a solo
Dios, no es otra que el mismo Hijo de Dios, el Verbo eterno, el Hijo del
altísimo, hecho el Cordero sin mancha, cuya sangre es de tan gran valor, que no
puede ser comparada con la de ninguna otra víctima, según estas palabras del
Salmista: La sangre de los cabritos y de los toros no os fue agradable, y yo
dije: ¡Vedme aquí! Sí, hermanos míos, la víctima inmolada a Dios es Jesús, el
Hijo del Altísimo, Dios de Dios, Señor de los señores, nacido de la Virgen María, muerto
en la cruz por nuestra salvación, y a quien sea dada toda la gloria y el honor
en los siglos de los siglos. Él obedece a la voz del sacerdore, desciende desde
el cielo al altar, y se hace holocausto por nuestra santificación y nuestra
ventura.
Finalmente, la víctima, que es un
Dios, tiene por sacrificador al mismo Dios; porque, como dice el Apóstol, el
Cristo que se ofrece es el sacerdote eterno; es un pontífice santo, inocente,
sin mancha, y separado de los pecadores. Puede decirse que Él es el único
sacerdote, porque los otros sacerdotes no son mas que sus siervos y sus ministros.
No hay sacrificio mas
santo ni mas augusto que el adorable sacrificio de la misa. No hay otro alguno
por el que podamos adorar mas digna y santamente a nuestro Dios y Señor. En
efecto, hermanos míos, ved aquí que Jesucristo, que es igual a su divino Padre,
y ante quien toda grandeza se humilla y se abate, en el altar, en la misa,
viene por sí mismo a humillarse y a abatirse delante de Dios. El que es adorado
y digno de serlo, se postra y adora. Dios no puede darse una gloria mayor que
la que recibe en el augusto sacrificio de nuestros altares, pues que en él
renovamos el honor infinito que Jesucristo, el Dios hecho hombre, y hecho nuestro semejante y nuestro hermano,
ofrece a su Padre, inmolándose él mismo en la cruz. …
En el adorable sacrificio de la misa, donde
Dios encuentra su gloria, encuentra el hombre su salvación. La Iglesia de Jesucristo
declara, en el concilio de Trento, que la misa es un verdadero sacrificio de
propiciación, de gracia y de perdón. No es esto decir que la misa nos conceda,
como el sacramento de la penitencia, el perdón de nuestros pecados; sino que,
ofreciéndose la augusta víctima en el altar en holocausto por nosotros, mueve
el corazón de Dios, lo inclina a la misericordia, alcanza para los pecadores la
gracia del arrepentimiento, y para los justos el perdón de las penas merecidas
por los pecados que han cometido y que no han expiado todavía. Aún cuando todos
los hombres juntos sacrificasen su vida, ¿podrían satisfacer dignamente a la Justicia divina por una
falta cometida por una criatura contra su Criador? No; solo Jesucristo pudo
satisfacer a Dios por nuestros pecados, con el inmenso sacrificio que le
ofreció en el Calvario. Pero si en el sacrificio de la cruz adquirimos la
propiedad de los méritos de Jesucristo, muerto por nosotros, en el santo
sacrificio que le ofreció en el Calvario. Pero si en el sacrificio de la cruz
adquirimos la propiedad de los méritos de Jesucristo, muerto por nosotros, en
el santo sacrificio del altar recibimos la aplicación de esos divinos méritos;
la cruz es la fuente de ellos, y el sacrificio de la misa es el canal por donde
corren a nuestras almas las misericordias de Dios. ¡Cuán dsgraciados seríamos
si no tuviésemos este
augusto
sacrificio para impedir a la justicia del cielo que haga caer sobre
nosotros los justos castigos que merecen nuestros pecados! Sobre nuestros
altares, como en otro tiempo sobre la cruz, nuestro Salvador es todavía el
Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo, y durante el santo sacrificio
de la misa nos dice todavía: Este es mi cuerpo, entregado por vosotros. Esta es
mi sangre, derramada por vosotros y por muchos, para la remisión de los
pecados. Venid a mí todos los que estáis cargados, y yo os aliviaré; venid,
pobres pecadores, venid, y tomad a manos llenas de los tesoros de Dios, las
gracias necesarias para llorar vuestros pecados, la fuerza necesaria para
detestarlos, y el socorro necesario para permanecer firmes en el camino que
conduce al cielo.
Nosotros diremos, con el piadoso
autor de la Imitación
de Cristo: ¡Ay! nosotros nada somos, nada podemos, nada merecemos; pero lo
podemos todo si Jesucristo nos auxilia; y alcanzaremos todo cuanto sea
necesario para obrar nuestra salvación, si nos dirigimos a él en el santo
sacrificio de la misa, porque él mismo ha dicho: Padre mío, yo sé que siempre
me escucháis. Venid, pues, con toda confianza al altar donde se inmola nuestro
divino Salvador; presentemos nuestros votos a este Dios de bondad, y él los
presentará a su Padre, y serán escuchados. Es difícil, dice S. Juan Crisóstomo,
alcanzar en otro tiempo lo que no se alcance entonces. Vuestras oraciones van
entonces acompañadas de las de Jesucristo; y la oración de Jesucristo ¿podrá no
ser escuchada? No; el Padre celestial no niega cosa alguna a su amado Hijo,
y vosotros no tendréis el dolor de ver
desechadas vuestras súplicas. Por el contrario, pedid mucho durante el santo
sacrificio de la misa, y alcanzaréis mucho, porque vosotros nada podréis pedir
que no sea infinitamente inferior al precio que ofrecéis para obtenerlo, pues
que ofrecéis a Jesús, Hijo de Dios, igual a su Padre.
El santo sacrificio de la misa es,
por consiguiente, muy grande y muy digno. Ninguna obra buena hay que sea mas
agradable a Dios que la misa; ninguna hay que pueda desarmar tan fácilmente su
cólera; ninguna hay que dé mas terribles golpes a las potestades del infierno;
ninguna otra hay que proporcione tanta abundancia de gracias al hombre viador
en el mundo, y que alcance tantos consuelos para las almas del purgatorio. “La
misa, dice S. Juan Crisóstomo, vale tanto como el sacrificio de la cruz.”
Tenedla, pues, en muy grande aprecio, hermanos míos, y asistid a ella los
domingos y días de fiesta, todos los días, si es posible, y siempre con piedad
y devoción. Esa media hora tan santamente empleada os será muy ventajosa.
Entonces es principalmente cuando nuestro Salvador os aplica sus méritos y os
enriquece con sus dones. Entonces es cuando recibiréis de la bondad de Dios las
bendiciones y las gracias que deben santificar vuestras almas y hacerlas dignas
de ser recibidas en el cielo. Así sea.
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